14 mar 2010

Elogio al desorden digital: ¿puede ser bello el caos?

El orden (o desorden) digital desafía los conceptos tradicionales de clasificación en categorías, temas, jerarquías, orden alfabético. Ahora cada cosa puede estar y ser ubicable desde muchos lugares simultáneamente. Por José Luis Pizarro


Escrito por José Luis Pizarro




Probablemente las que más han pagado el pato con la revolución digital han sido las bibliotecas y es tal vez por esta razón que David Weinberger – con algo de ironía – dedica su libro “Todo revuelto: El poder del nuevo desorden digital” (1) justamente a los bibliotecarios. Es un ensayo sobre las nuevas tecnologías de la información, las capacidades de difusión del saber que ofrece el espacio cibernético a través de la Web y el impacto que esto tiene en la democratización del conocimiento. El libro, publicado en EEUU en 2008 y recientemente presentado en Italia, se ha convertido en un manual de referencia en los medios de especializados (2). Al parecer, aún no ha sido traducido al español.

Partiendo del principio que clasificar o sistematizar las cosas y las ideas es una tendencia natural en el ser humano, Weinberger comienza analizando la evolución del proceso que ha conducido a ordenar la información, desde los inicios greco-romanos (en nuestra cultura occidental), hasta los tiempos modernos. Así parte por las clasificaciones aleatorias o en función del uso – que llama de primer tipo
– como son el orden alfabético (en los diccionarios por ejemplo), el orden cronológico (las fotos de viaje o de las vacaciones), o por temática (fotos de familia, recetas de cocina, etc.) Bajo ese criterio, los libros muchas veces se ordenan simplemente por tamaño o por colección y en los estados más avanzados, por tema, como se observa hasta hoy en las librerías (novelas, guías de viaje, etc).

El segundo tipo, es la clasificación por orden sistemático usando ciertos criterios, como la clasificación decimal de libros inventada por
Dewey en 1876 y empleada hasta hoy en las bibliotecas de todo el mundo, que el autor analiza largamente en el Capítulo 3: “La geografía del conocimiento”, o la clasificación de las especies, con Linneo como figura pionera, que trata en el Capítulo 4: “Agregar y fraccionar”.

Todos estos sistemas parten de un principio físico común a todos los ordenamientos: cada cosa debe tener su lugar y cada cosa debe estar en su lugar
, para así poderla encontrar fácilmente. Sin embargo, la virtualización y la digitalización están dejando obsoletos todos estos sistemas, no sólo porque tienen limitaciones con el cruce de los datos almacenados, sino y sobre todo, porque la cantidad de artículos de todo tipo que se generan cada día, es más abrumadora y virtual, ocupando poquísimo espacio físico.

Así nace el orden (o desorden) del tercer tipo de Weinberger, el cual desafía los conceptos seculares de que las cosas del mundo se deben clasificar en categorías, temas, jerarquías, orden alfabético, etc. Nunca más “cada cosa estará o tendrá un lugar”
, sino que las cosas podrán estar en cualquier lugar y ser ubicables desde muchos puntos simultáneamente. De hecho no existe, nada mas caótico en el mundo que el World Wide Web (la famosa triple w) y sin embargo los objetos y los conocimientos son, más que nunca, fáciles de ubicar.

Basta con insertar los términos justos en cualquier “motor de búsqueda” como Google o Yahoo para situarlos en los armarios virtuales. De esta manera un libro, una revista o un disco, puede estar presente y ser encontrado entre millones de otros desde cualquier parte del mundo y con frecuencia puede también ser leído, consultado o escuchado directamente en línea o descargado en nuestro PC. Más allá de esta enorme visibilidad a bajo costo, está también la posibilidad de comprar o vender lo que se quiere con la ventaja que a diferencia de los supermercados, no necesitamos desplazarnos por larguísimos corredores para encontrar el punto justo donde está la mostaza que buscamos, la que podemos coger sin cuidado de hacer caer los frascos de las otras marcas que están a su lado.

Pero el caos de la Web resulta también del hecho que los conocimientos se generan y se organizan de manera colaborativa a velocidad exponencial, como sucede por ejemplo con Wikipedia, YouTube, Flickr, los millones de “blogs” o las cada vez más numerosas publicaciones (o revistas) virtuales. Es lo que se ha dado en llamar la
Web 2.0 (3), resultado de una nueva concepción de un poder que se construye desde abajo hacia arriba, como lo señala el nombre mismo de Wikipedia (what I know is). Aún así, la acumulación de páginas Web “favoritas” en nuestro navegador requiere de mecanismos o instrumentos de clasificación que se han venido a llamar “marcadores sociales” o “tags”, definidos como “una forma de almacenar, clasificar y compartir enlaces en Internet o en una Intranet”, el más conocidos de los cuales esDelicious.com.

Es difícil predecir cual será el futuro de estos sistemas categoriales que tienden a introducir un “orden” personal o institucional en el desorden cibernético, pero el empleo de estos marcadores se encuentra al origen del neologismo folksonomia, que es el “conjunto ordenado de categorías (o taxonomía) que emerge de la manera como la gente etiqueta los objetos”. La aplicación tiene pros y contras (los que podemos encontrar en
Wikipedia) y aunque me reconozco un navegador asiduo que toma mucha de la información – incluso técnica – directamente de la red, no los he utilizado jamás.

Tal vez esto deriva del hecho que soy un “inmigrante digital” y no un“nativo digital”, conceptos acuñados en 2001 por
Marc Prensky para indicar la llamada “brecha digital”, que enfrenta por un lado la generación que se ha incorporado a la red en el curso de su vida (los que hoy tenemos más de 30 años pero también los jóvenes sin acceso a Internet), a la generación de que ha crecido con los instrumentos digitales. Esta diferencia, que aparece puramente técnica, tiene seguramente implicaciones antropológicas mucho más complejas, que permiten explicar en ciertos casos las dificultades de ciertos educadores (e incluso los padres), para llegar a los más jóvenes, quienes nativos digitales, hablan el nuevo idioma de manera natural y no entienden los métodos tradicionales. “Todo va demasiado lento para ellos, no conciben que el papel no les “responda” como lo hace la pantalla de sus dispositivos digitales y su atención cambia continuamente de foco”.

Pero el cambio epocal al que apunta Weinberger se enfrenta también a algunos detractores. Nicholas Carr en particular (4) (citado por
Pardo), afirma que la red nos hace más estúpidos, planteando un punto de vista elitista: la cultura y sus asimilados – como las noticias o las informaciones – deben ser dejadas a los expertos. El culto del aficionado (“The cult of the amateur”) y la Web colaborativa, los resultados de las aplicaciones abiertas, están creando – desde su punto de vista – “una selva de mediocridad”, alegando que deben ser sólo los medios de comunicación de masa o los especialistas quienes tengan el poder de producir, editar y distribuir información, limitando el rol de los demás (o sea de nosotros) a meros lectores, como funcionó con la industria cultural en el siglo pasado.

Como colaboradores no profesionales de El Morrocotudo, seguramente que no podemos compartir estos puntos de vista.

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(1) Es la mejor traducción que pude encontrar para expresar lo que David Weinberg quiso decir con su título Everything is miscellaneous: the power of the new digital disorder
(Henry Holt and Co. New York. 2008).

(2) David Weinberger: Elogio del disordine
. Bur Next. Milan. 2010.

(3) La Web 2.0 es una representación simbólica de la evolución de la red concebida en una perspectiva de usuario pasivo a una de usuario activo. Refleja una transición de las aplicaciones tradicionales (Web 1.0) hacia aquellas enfocadas al usuario final, con quienes se genera colaboración y se ofrecen servicios que reemplazan las utilidades de escritorio del PC.

(4) Andrew Keen: The Cult of the Amateur. How Today’s Internet Is Killing Our Culture. Doubleday. 2007.

1 comentario :

Anónimo dijo...

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