21 jul 2011

El mundo que se despide junto al libro de papel

Por: Cristian Ferrer


El símbolo de nuestra época ya es la pantalla. La cultura del libro (estilo espiritual más que acumulación y actualización) se diluye en nuevos modos de transmitir e informar.


No hace mucho que el libro electrónico es una realidad y ya puede pronosticársele un largo porvenir.
Habrá quienes seguirán prefiriendo la página de papel, como los tercos y los que anticipan su nostalgia, y una generalidad que se decantará por la tablilla iluminada, a la que se recurrirá a modo de juguete, comodidad o superación de lo ya conocido.
Es extraño que haya habido desacuerdos acerca de las bondades o maldades del “ebook”, es decir del soporte técnico de la lectura, por cuanto no los hubo en torno a la telegrafía con hilos o sin hilos, o con respecto a la recepción de imágenes en aparatos de televisión o de plasma.
Lo que está en juego trasciende a la novedad tecnológica y no concierne tanto al futuro del acto de leer sino a la posible relegación del libro como emblema de una superioridad moral.
En verdad, la mayoría de los libros no vale la pena. O son redundantes o son paupérrimos en significado. No importa si impresos sobre papel o comprimidos en tableta electrónica, no tiene sentido lisonjearlos como si fueran fetiches.
Las bibliotecas públicas, las casas editoras y las librerías de viejo sobreabundan en títulos que a nadie interesaron o que en nada contribuyeron a la sapiencia del público.
Un libro no es un “logro” de la cultura, papel que le cabe al alfabeto , con el cual se hace el zurcido de toda narración y de toda cosmogonía. Ya son demasiados los libros que terminan arrojados al osario común de la industria editora, aunque ahora se les eche un vistazo en productos vendidos por Google, Apple o Barnes and Noble.
Cuando el contenido no da la talla del árbol que fue serruchado para hacer lugar al gozo del autor o a las veleidades estacionales del lector , entoncesno es el soporte técnico el problema sino el nuevo imperio de la información que sustituye al anterior , en el cual la cultura libresca importaba e incluso preponderaba.
Un libro electrónico es, en sí mismo, un estante interminable, de modo que las bibliotecas personales se volverán irrelevantes. También se evaporarán las horas dedicadas a la búsqueda de un libro escondido o a penosísimos trámites para conseguir un documento traspapelado. Habría acceso potencial a cientos de miles de libros, aun cuando a nadie se le concederá tiempo de más para leer, para no mencionar los muchos libros de papel que desde hace meses, o años, esperan su turno en la mesita de luz.
Que el dilema del almacenamiento parezca resuelto no quiere decir que la Biblioteca de Alejandría haya sido restaurada y colmada .
No siempre lo que una época decide archivar es lo que la siguiente está dispuesta a valorar. Hace doscientos años a nadie se le ocurrió que valía la pena hacer registro de las antiquísimas canciones de cuna que aún se cantaban. Fueron olvidadas. Cien años atrás tampoco se resguardó la escritura de los indígenas norteamericanos “dibujada” en pieles de animal. Quedaron muy pocos ejemplares. Hace menos tiempo aún, nadie previó que las películas mudas interesarían en el futuro. Están casi todas perdidas.
El lema de la Feria del Libro local, “Del autor al lector”, habrá resultado premonitorio de un nuevo modo de distribución del libros.
Se eliminarían los intermediarios, del representante literario a la compañía editora entera, y cada autor se transformaría en una pyme , una vuelta de tuerca más a la actual posibilidad tecnológica del “print-on-demand”.
Lo cierto es que el libro ya no es el símbolo de esta época , por más que sea más leído que antes y que se escriba aún más abundantemente y que se sigan publicándose tsunamis de tinta.
El símbolo es la pantalla . Forzosamente, la cultura del libro, que significabaestilo espiritual más que acumulación y actualización, será subsumida en nuevos modos de transmisión y jerarquización de la información, dentro de inéditos estatutos de saber menos inclinados hacia la “República de las Letras” que hacia un régimen populista vagamente desjerarquizado e ilimitadamente interconectado.
Es el triunfo de la opinión pública.
El lanzamiento al mercado del iPad, del Nook, del Kindle – todos con acceso a Internet – acompaña el ascenso de un imperio de la información, así como la imprenta lo hizo con la Reforma Protestante y el discurso científico, y el telégrafo y el servicio de correos con el capitalismo y la implantación de colonias en el África y el Asia.
La Modernidad no es sinónimo excluyente de progreso.
El supuesto de que la red informática, por sí sola, conduciría a la descentralización de todo poder es una creencia entusiasta por demás.
También los comienzos de la radio estuvieron poco controlados, hasta que se metió allí el dinero en grande y los departamentos de censura de los gobiernos.
La llave maestra de las interconexiones lo es del control también. Esa reversibilidad es inapelable .
Después de todo, leer en pantalla o en papel es cuestión de gusto. Por lo demás, ya todo el mundo ha hecho de la computadora su rutina, quizás su alienación . Durante mucho tiempo aún – décadas – convivirán los dos soportes del texto, pero puede avizorarse el día en que no se fabrique un solo libro más en papel. Eso supondrá una gran noticia para los bosques de todo el planeta aunque quizás no para los mineros del África central , a los que se les pagan miserias por deslomarse extrayendo de la tierra minerales “estratégicos” – el cobalto y el tantalio – que son imprescindibles para el funcionamiento de las tabletas electrónicas del hipócrita lector.

 

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