31 oct 2011

Cómo restaurar y encuadernar libros y revistas.- Manualidades con papel.


Por: Richar3000

El libro.

Es el conjunto de hojas de papel, pergamino y de alguna otra materia im­presas, unidas entre sí y que está protegido por unas cubiertas o tapas de papel, cartón, tela, per­gamino, materias plásti­cas e incluso corcho o madera.


Las principales partes de que consta aparecen en el dibujo que acom­paña a estas líneas, pero conviene añadir que la curva que forman las ho­jas por el corte delan­tero se llama también media caña, que la ceja es el exceso de la cubier­ta o tapa que rebasa el tamaño de las hojas, que las guardas son unas hojas de papel que van pegadas y unen el libro a su tapa o cubierta, que la primera hoja sólo lleva el título del libro y se llama anteportada, o portadilla, y portada la siguiente, en que aparecen, además del título de aquél, el nombre de su autor, la editorial y muy a menudo la ciudad donde se edita y el año.



El tamaño del libro (for­mato) varía y recibe dis­tintos nombres según las veces que se deba doblar, siempre por el centro, la hoja impresa, llamada pliego. Así, si se ha de do­blar una vez, el pliego tendrá 4 páginas y recibe el nombre de en folio; si dos veces, dará 8 pági­nas y el pliego será en 4. º;  si tres veces, tendrá 16 páginas y se denominará en 8. º;  si cuatro veces, tendrá 32 páginas y se lla­mara en 16. º En la actua­lidad, estos términos tien­den a referirse a centí­metros más que a corres­ponder al número de ve­ces que se dobla o pliega el papel. Por tanto, se llama en folio el libro que tiene 38 ó más centíme­tros de altura; en 4. º, el que varía entre 28 y 38; en 8.º, el de20 a28; en 16.º, el que tiene de15 a20, y en 32. º, el de menos de 10cm.

Material.

El requerido para en­cuadernar está represen­tado en la fotografía ini­cial de este artículo: telar para coser; prensa (la llamada prensa a mano se utiliza para sujetar el li­bro cuando hay que aserrarlo, dorarlo, etc.), mar­tillo, escuadra, sierra, va­rios tipos de cola, cuchi­llo, cútter, tijeras, lápices, distintas clases de hilos y cordeles, compás y unos instrumentos de madera o hueso parecidos a un cuchillo denominados ple­gaderas y que sirven para plegar (doblar) las hojas de papel.
Para desmontar un libro se empieza separando la tapa con las manos o ayu­dado de un cuchillo o cútter.

Operaciones.

Cuando se dispone de pliegos sueltos, lo prime­ro que hay que hacer es ordenarlos Por signatu­ras, las cuales consisten en un numerito pequeño, en ocasiones precedido del título, entero o abre­viado, de la obra, que aparecen en la parte infe­rior izquierda de los plie­gos y que, como hemos dicho, pueden tener dife­rente número de páginas. Por lo general, suelen ser de 16 y su orden es co­rrelativo. Evidentemente, si no aparece el número de la signatura también pueden ordenarse fácil­mente atendiendo a la numeración de las pági­nas. La operación de poner en orden los plie­gos de un libro según las signaturas se llama alzado.
Abierto el libro al máximo, se localiza el primer pliego y con un cuchillo afilado se van cortando todos los hilos que aparezcan pertenecientes al primer cosido.
Con la edición de obras por fascículos se suelen poner estas signaturas en el lomo del pliego, de manera que, una vez en­cuadernado el libro, aqué­llas no quedan a la vista.
En épocas pasadas se intercalaban a veces, pe­gándolas ya al pliego an­terior, ya en el centro del mismo, páginas sueltas que solían ser láminas en colores o mapas, en este último caso como desple­gables en ocasiones. Esto deberá tenerse en cuenta cuando se trate de una restauración.
Si estas ilustraciones sueltas llevan mucho blanco en la parte del lomo se dobla el sobrante, lo cual origina una tira que se intercala en el pliego correspondiente, abra­zándolo, con el fin de co­serla juntamente con él. Por otra parte, debe te­nerse cuidado con los desplegables, a fin de que, al estar doblados, sean de dimensiones in­feriores a las de la página para que no se, corten al someter, si es necesario, el libro a la acción de la guillotina. Cuando la lá­mina no es lo bastante grande para que abrace el pliego, entonces se le puede pegar una simple tira de papel, que se llama escartivana y facilita la operación.

Detengámonos ahora en el proceso de restauración.

Lo primero que debe efectuarse es deshacer el libro estro­peado o cuya encuader­nación se desea rehacer. Para ello se separará el grueso de los pliegues de las tapas o cubiertas, bien ejerciendo tracción con las manos, bien ayu­dándose de un instru­mento cortante, por ejem­plo, un cuchillo o cútter.
Los hilos cortados del antiguo cosido se separan del pliego estirando con cuidado hasta separarlo y después se eliminan los restos de la cola antigua con los dedos.
A continuación se bus­ca el primer pliego, se aísla y se procede a se­pararlo del grueso y a cortar todos los hilos que se vean del cosido ante­rior. Tras esto se van arrancando los sucesivos pliegos y se les van qui­tando, también con pre­caución, los restos de cola seca de la encua­dernación anterior.
Una vez desmontado todo el libro, limpio de restos de cola y de hilos, se ordenan los pliegos en el caso de que, por cual­quier motivo, se hubieran desordenado. Al llegar a esto puede aprovecharse para arreglar las hojas
Colocación de los pliegos en la prensa con la escuadra,
rotas, uniéndolas con pa­pel de seda, así como los márgenes.
En este momento coin­ciden por primera vez las operaciones con un libro viejo que queremos res­taurar y los de otro nuevo que deseamos encuader­nar: ya tenemos dispues­tos los pliegos y ordena­dos por signaturas.
Las obras modernas suelen presentarse con una señal en el lomo de los pliegos, además de la signatura, a diferente dis­tancia del pie o de la ca­beza y en cada uno de ellos, de modo que la simple
Marcado de las señales para proceder al aserrado.
observación por la parte del lomo de los plie­gos que componen el li­bro permita cerciorarse de si están todos en su orden adecuado, faltan uno o más y si hay alguno repetido.
Es conveniente someter dichos pliegos a la acción de la prensa, donde se colocarán entre dos ta­blas de madera,  y se mantendrán así durante toda una noche.
Al reanudar las opera­ciones se sacan los plie­gos de la prensa y se co­locan entre dos cartones; a continuación se
Proceso de señalar en el lomo el lugar que ocuparán las cintas si se usan en vez de cordeles.
gol­pean varias veces sobre la mesa por la parte del lomo y de la cabeza para que queden todos lo mejor dispuestos posi­ble. Se vuelven a colo­car en la prensa y vigi­lando con cuidado mediante la escuadra que su posición quede perfecta­mente escuadrada.
Por regla general, el dorso del libro se divide en seis partes iguales, que se señalan con un lápiz ayudándose de un
Aserrado del lomo de un libro.
compás. Estas se­ñales no se hacen al buen tuntún, sino que la pri­mera se traza hacia la ca­becera, en línea con el número de la página del libro (folio), y la última a la altura de la línea im­presa final. El espacio que queda entre ambas señales se divide en cuatro partes. Pero tam­bién se hacen encuader­naciones con dos, tres, cuatro y cinco señales. De usar cintas en vez de cordeles debe tenerse en cuenta que es necesario hacer dos señales para cada cinta.
Una vez efectuadas es­tas señales,
Dibujos que presentan uno de los métodos de hacer las guardas en la restauración de un libro.
siempre con los pliegos en la prensa, se procede a aserrar los lomos, para lo cual se emplea un serrucho de los llamados de costilla. El serrucho se pasa dos o tres veces desde el man­go hasta la punta por las señales hechas con lápiz, empezando con suavidad y ejerciendo mayor pre­sión después hasta alcanzar una profundidad de1,5 a2 mm. Sin embargo, los surcos primero y últi­mo serán más superficia­les que los restantes. Por estos surcos pasarán los hilos con mayor facilidad en el momento de efec­tuar el cosido y sirven además para esconder los cordeles y evitar que hagan demasiado bulto.

Las guardas.

Si se observa con aten­ción veremos que la pri­mera y la última página son de papel diferente e incluso de otro c010r o bien tienen la impresión de unos motivos que o son simplemente artísti­cos o aluden al contenido del libro. Se conocen con el nombre de guardas.
En realidad se trata de una doble página que va encolada a la primera y a la última página del libro y a la tapa o cubier­ta, respectivamente, y sirve para unir mejor los pliegos a la tapa.
Estas guardas se pe­garán por una cara al pri­mero y último pliegos del libro, a todo lo largo de su pliegue central, en unos5 mmdeanchu­ra, dejando la acción de pegar la otra cara a la tapa para después. Lo mismo se hará con la guarda del último pliego. Pero, sobre todo cuando se trata de restauración de un libro, se puede em­plear el procedimiento que se explica a conti­nuación.
Según este sistema, que aparece ilustrado en el dibujo adjunto, se cor­ta el papel para la guarda de una altura igual a la del libro, cuya anchura ha de ser dos veces y media la de una página. Des­pués se dobla el papel en tres partes, de las cuales A y B deben ser iguales entre sí y8 mmmás lar­gas que la página del li­bro. Para doblarlo conprecisión conviene usar la plegadera. A continua­ción se dobla la parte ter­cera (C) unos4 mmen la dirección que indica la flecha. Se preparan dos guardas iguales y en el repliegue de C de una de ellas se inserta el prime­ro de los pliegos y en el de la otra el último, de manera que el repliegue quede entre el pliego in­cluido y el siguiente. El fragmento mayor doblado quedará debajo de la guar­da que se ha preparado.
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Este método logra una especie de escartivana que abrazará el pliego y posteriormente servirá para pegar en él las cin­tas del cosido del libro.
Las últimas cuatro fotos  se muestran diversos pasos que deben seguirse para lograr las guardas según el proceso explicado arriba y manera de colocar una de ellas en el último pliego del libro que se restaura.
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Fuente: http://www.trucosymanualidades.com/como-restaurar-y-encuadernar-libros-y-revistas-manualidades-con-papel/

30 oct 2011

Tintín y otros libros que pueden ser enviados a la hoguera


  • Por: José Antonio Fúster


    Hay muchos dispuestos a clamar que Tintín es un xenófobo colonial mientras aseguran que el retrato de la sociedad sureña en Matar a un ruiseñor es ofensivo.
  • Por esa regla, cientos de miles de libros (¿millones?) esperan en las estanterías a que alguien les ponga una etiqueta encima advirtiendo de lo peligroso de su contenido. Un ejemplo: las aventuras de ese maltratador llamado Peter Pan.
    En algún momento de su vida, Bienvenido Mbutu Mondondo (el congoleño que hace unos meses exigió a un tribunal belga que prohibiera la venta del libro de 1930 Tintín en el Congo), debió de leer Fahrenheit 451 y aplaudió lo que el jefe de bomberos Beatty le decía a Montag, el deprimido protagonista: “Ahora, consideremos las minorías en nuestra civilización. Cuanto mayor es la población, más minorías hay. No hay que meterse con los aficionados a los perros, a los gatos, con los médicos, abogados, comerciantes, cocineros, mormones, bautistas, unitarios, chinos de segunda generación, suecos, italianos, alemanes, tejanos, irlandeses, gente de Oregón o de México […] Has de comprender que nuestra civilización es tan vasta que no podemos permitir que nuestras minorías se alteren o exciten […] A la gente de color no le gusta El pequeño Sambo. A quemarlo. La gente blanca se siente incómoda con La cabaña del tío Tom. A quemarlo. Serenidad, Montag. Líbrate de tus tensiones internas. Mejor aún, lánzalas al incinerador.”.
    Mondondo (un negro inmigrante en Bélgica al que no puede gustarle El pequeño Sambo, de Helen Bannerman)- no fue el único que leyó -con poco acierto- a Bradbury. Antes, la Comisión Británica para la Igualdad Racial había atendido la denuncia de un abogado especialista en derechos Humanos, David Enright, y había instado a las librerías a que sacaran de los anaqueles de la sección infantil el libro de Hergè. Un par de años después, la biblioteca pública de Brooklyn decidió retirar el libro de su catálogo al mismo tiempo que el Consejo Representativo de las Asociaciones Negras de Francia presentaba una querella en un tribunal con el fin de librarse de sus tensiones internas y lanzar al incinerador a Tintín y sus aventuras congoleñas, racistas, colonialistas, xenófobas y antiecologistas (hasta Milú reconoce en una viñeta que las cacerías de Tintín son carnicerías).
    De quijotes y vizcaínos
    Hay otros lectores de Bradbury que no entendieron el asunto de Fahrenheit 451 (la temperatura a la que arde el papel) y que pensaron lo mismo que el capitán Beatty. Por ejemplo, Calista Phair, una joven negra de Washington que quiso que a los colegiales se les prohibiera leer la novela Las aventuras de Huckleberry Finn porque en sus páginas (escritas en 1884 y en un contexto histórico de comienzos del siglo XIX), se usa la palabra “negro” (nigger) para referirse con cierto desprecio (vendría a ser “negrata”) a lo que hoy se conoce como la gente de color. También la palabra nigger fue la que llevó a un estudiante de Texas -Ibrahim Mohamed- a exigir que se cambiara ese término en el texto por la expresión “la palabra con ene” (n-word).
    Así, todos los días, en algún lugar del mundo -occidental-, un habitante del mundo libre -un guardián de la felicidad- se ofende ante la lectura de un clásico escrito por un hombre libre en un contexto histórico determinado. La relación de libros que los sosias del capitán Beatty -los Phair, Enright o Mondondo de la tierra-, podrían pedir que se retirasen porque les incomoda una palabra o una visión determinada es infinita: apología de la violencia, machismo, racismo, xenofobia, delitos de odio, homofobia, supremacía, antisemitismo, estereotipos étnicos... Para ser felices, como dice Beatty, hay que evitar la incomodidad.
    Beatty quemaría el Quijote. En realidad, el capitán Beatty quemaría todos los libros, pero el Quijotepor el gusto de ver consumirse un texto que en el capítulo VIII de la primera parte hace mofa del habla vizcaína, de la torpeza gramatical que se deriva de su -segura- condición de vascoparlante: “¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dices cosa”.
    El fuego de la censura ha lamido las tapas de Las minas del rey Salomón, de Henry Rider Haggard. Su protagonista, el cazador Allan Quatermain, todavía resiste, pero un día de estos, a la vuelta de una librería, algún Mondondo le espera para quitarle el vicio colonial de fumar de noche y comer corazón de jirafa mientras coloniza África, aprieta a los cafres y rebautiza cordilleras como “Los senos de Saba”. En la mejor tradición racista de la literatura victoriana, el sirviente Umbopa -y luego rey Ignosi- y la bella Fulata son dos excepciones en un mundo de negros feos, perezosos y malos -Twuala, Cagula- y tan refractarios al progreso que a los fusiles todavía los llaman “tubos que matan”.
    Las palizas de Pan
    Hay un Mondondo, y un Mohamed, que esperan a la vuelta de la esquina a Peter y Wendy, el libro etermo de J. M. Barrie, adaptación a la novela de su obra de teatro que en 1911 presentó al mundo a un niño -Pan- que no quería crecer y que pegaba palizas a las hadas. Sí. Palizas auténticas propinadas por un adolescente de orejas puntiagudas de 14 años. Violencia fantástica de género, que se dice. Es posible que la mayoría de los mondondos del mundo se hayan conformado con ver la película de Disney -nada que ver con el original-, pero una lectura reposada de la novela de Barrie podría hacer estallar la cabeza (y no por el esfuerzo intelectual) de Leire Pajín.
    Otros estallidos cerebrales han tenido lugar con la lectura de Matar a un ruiseñor. Es posible que todavía haya quien crea que la escritora Harper Lee fue maná (un solo maná porque solo escribió un libro) del Cielo caído en el preciso instante (1960) en el que se quería rebajar la tensión racial y apuntalar el movimiento de los derechos civiles. Pero esa creencia solo ha aguantado 50 años. Hoy, miles de Phair y de Mondondo exigen cada año que se revise la vida de Atticus Finch, no por ser un abogado íntegro, sino por los epítetos raciales que contiene la obra y por los personajes como Calpurnia, la devota cocinera -negra- de los Finch: una tía Tom servicial con los blancos y sumisa con el rol que se le supone en la vida a causa del color de su piel.
    Calpurnia es tan desmoralizante para un negro como Shylock, el prestamista de la obra de Shakespeare El Mercader de Venecia, debe serlo para un judío... Para un guardián de la felicidad judío que crea que lo publicado en 1597 debería ser corregido en el siglo XXI. O si no puede ser corregido, por lo menos que se retire de los colegios, de las bibliotecas públicas, que se limite su impresión y que en la portada se ponga una pegatina con una advertencia de las autoridades sobre el contenido antisemita del libro. O antifrancés, en el caso de que algún galo decidiera denunciar la ofensiva forma de reírse de los franceses que tuvo Charles Dickens al hacerles hablar en una especie de criollo en Historia de dos ciudades. O la caricatura que hizo Chejov de la aristocracia reaccionaria rusa en El jardín de los cerezos y que podría llevar a cualquier Mondondo o a cualquier Comisión Británica para la Igualdad a retirar el libro de los estantes por la crítica bolchevique a esa forma de esclavitud que sucede cuando alguien -libremente- no quiere ser liberado.
    Bandidos ofendidos del Rif
    Algún día, algún francés leerá a Emilio Salgari, posiblemente también lo haga algún holandés, y pedirá la cabeza del escritor italiano y la censura de sus libros por llamar cobardes a sus tripulaciones -no como los italianos y los españoles que se enfrentaban hasta la muerte al Corsario Negro y a Sandokán-. Quizá algún día, algún marroquí de Nador lea las obras de Salgari y considere que en Los bandidos del Rif el estereotipo rifeño es desafortunado y llame a una guerra santa contra el libro. Como podrían hacerlo contra la Biblia, la mismísima Odisea, Robinson Crusoe (estereotipos caníbales; un negro sin civilizar por falta de tiempollamado Viernes), Tom Sawyer, El otro árbol de Guernica (por la xenófoba reflexión de Luis de Castresana estereotipando a los belgas antiespañoles en tiempos de la Guerra Civil) o El Señor de los anillos (por no respetar la paridad debida y ensalzar la masculinidad de los integrantes de la Comunidad del Anillo).
    Pero nada como lo que ocurrió en 2006 en un pequeño pueblecito del condado de Montgomery, en Texas, cuando Diana Verm, una joven estudiante del instituto Cane Creek, se sintió ofendida por el contenido de las primeras páginas de Fahrenheit 451 y exigió que se prohibiera la lectura del libro... que denuncia la prohibición de leer libros.
    Diana Verm no pasó de las primeras páginas. Lástima. Si lo hubiera hecho, habría leído al capitán Beatty despidiéndonse de Montag: “He de marcharme. El sermón ha terminado. Espero haber aclarado conceptos. Lo que importa que recuerdes, Montag, es que tú, yo y los demás somos los Guardianes de la Felicidad”.
     


Fuente: http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/cultura/tintin-pais-los-ofendidos-otros-libros-que-pueden-ser-enviados-hoguera-20111
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