17 sept 2014

Recordamos mejor lo que leemos en papel que lo que leemos online


Aunque el proceso pueda parecernos exactamente el mismo, leer en papel y leer online no parece ser lo mismo, al igual que escuchar un mensaje y leerlo tampoco activa las mismas regiones de nuestro cerebro.
Al menos es lo que sugiere una investigación de la Universidad de Houston que señala las diferencias cualitativas entre leer una noticia a través de Internet y hacerlo en los periódicos convencionales, sin entrar a juzgar qué método es tecnológicamente más interesante.

La memoria en el mundo online

El descenso en picado de las ventas de periódicos físicos a favor de los periódicos digitales o los agregadores de noticias personalizados pudiera no ser la panacea de la nueva era de la información, al menos en cuanto a número de noticias leídas, comprensión y memorización de las noticias por parte del lector medio.
Para detectar las diferencias entre la prensa online y offlineArthur D. Santana y sus colegas de la Universidad de Houston formaron dos grupos de estudiantes universitarios. Un grupo tenía que leer la versión impresa del The New York Times, y el otro debía leer la misma edición online. A ningún participante se le reveló que se le estaba poniendo a prueba su capacidad para recordar noticias.
Después de veinte minutos de lectura, se le solicitó a los participantes que recordaran la mayor cantidad de titulares, temas generales y puntos principales de las noticias leídas. Los lectores offline recordaron un promedio de 4,24 noticias, mientras que los lectores online recordaron un promedio ligeramente inferior: 3,35.
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La razón de esta discrepancia aducida por Santana estriba en la propia naturaleza de la Web, que permite escanear las noticias más que resultar metódico en su lectura. Además, en el medio donde leemos suelen producirse toda clase de interrupciones o llamadas de atención en forma de enlaces a otras noticias o juegos.
A ello se suma que la naturaleza de las noticias online resulta efímera, puede aparecer y desaparecer sin previo aviso, incrementando la sensación de que quizá no vale tanto la pena recordar lo leído. También confiamos en que la noticia se encontrará al mismo tiempo en otros lugares de Internet, almacenada electrónicamente, y por tanto resultará fácilmente recuperable, lo que evita sintamos que necesitamos recordarla.
Finalmente, la configuración online no ofrece las noticias con una jerarquía estable que señale las historias más importantes frente a las menos importantes. Las jerarquías online son cambiantes, y además es el propio lector quien las puede establecer, así que el lector medio es menos apto para recordar las noticias más relevantes frente a las más irrelevantes.

Experiencia lectora y vocabulario

Todo ello, pues, no significa necesariamente que debamos conservar esos enormes papales sin grapar en los que vienen impresas las noticias, sino que tal vez debería buscarse una plataforma de lectura que recoja las ventajas de la lectura online unidas a las ventajas de la lectura offline (o que el modelo de negocio de la prensa offline cambie radicalmente para competir en igualdad de condiciones con la prensa online).
Y, si bien el experimento de Santana dista de ser concluyente, y quienes confiamos en la revolución que supone administrar la información online podamos detectar cierto tufillo ludita en sus plantamientos, lo cierto es que la lectura online no parece ser exactamente igual que la lectura offline En 2005, Diana DeStefano y Jo-Anne LeFevre, psicólogas del Centro de Investigación Cognitiva Aplicada de la Universidad de Carleton (Canadá), sometieron a revisión exhaustiva nada menos que 38 experimentos ya realizados en relación con la lectura de hipertextos, tal y como explica Nicholas Carr en su libro Superficiales:
La mayoría de las pruebas indicaba que “las crecientes demandas de toma de decisiones y procesamiento de la lectura”, especialmente en contraste con “la presentación lineal tradicional.” Concluyeron que “muchas prestaciones del hipertexto aumentaban la carga cognitiva, pudiendo exigir mayor memoria de trabajo de la que tenían los lectores.”
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Estas diferencias no son tan sorprendentes si comparamos, por ejemplo, el acto de leer con el acto de escuchar. Cuando leemos una frase con palabras que no acabamos de comprender, detenemos un poco la velocidad de la lectura o incluso retrocedemos, porque la lectura no consiste en hacer fotografías del texto, sino que se parece más a buscar el sentido de los grafismos que fotografía el ojo. Tal y como explica Alain Lieury en su libro ¿A qué juega mi cerebro?:
Pero si el ojo lee una frase como “el tiranosaurio surgió de entre los pteridofitos arborescentes para devorar a un triceratops”, varias de las palabras requerirán un tiempo de identificación y de búsqueda de sentido más largo. Por ejemplo, si la duración de la mirada es de alrededor de un cuarto de segundo para una palabra familiar (animal), puede ser el doble (medio segundo) para una palabra compleja o poco conocida como "tiranosaurio". Si la palabra no se conoce, como "pteridofitos" (helechos), ¡hay que hacer un alto para buscar su sentido en el diccionario o para preguntar a papá o mamá!
Esta forma de detenernos, leer más despacio o incluso volver a leer no se produce en la audición, en una clase oral o cuando se escucha una emisión radiofónica, lo cual explica por qué la lectura es un medio extraordinario para entender una explicación porque permite la autoregulación en función de la dificultad del texto.
Estas diferencias entre audición y lectura también pueden producirse de otro modo entre lectura y lectura online. No ya por la propia manera de procesar la información de nuestro cerebro, sino por la forma en que los textos online se suelen presentar para adecuarse a ese procesamiento: es decir, evitar en el medio online los términos complejos o las frases demasiado complejas, habida cuenta de que online hay más distracciones que offline. Ello redunda en un texto más básico, en quizá ideas más simples, tal y como ha puesto en evidencia Mark Bauerlein, profesor de lengua inglesa de la Universidad de Emory, en su estudio al respecto publicado en The Dumbest Generation: How the Digital Age Stupefies Young Americans and Jeopardizes Our Future. Abunda también en ello Jeremy Rifkin en su libro La civilización empática:
Por ejemplo, un periódico contiene 68,3 palabras de uso poco frecuente por cada mil palabras; los libros para adultos, 52,7 palabras por cada mil. Por el contrario, los programas televisivos para adultos más vistos únicamente contienen 22,7 palabras raras. Internet, debido al énfasis puesto en la velocidad, la navegación, la multitarea y la necesidad de establecer referencias rápidas, favorece las construcciones con palabras sencillas y una estructura de frases simples.

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