14 ene 2009
El cartel del escritorio
En cuestiones de cómo llevar el orden propio hay miles de fórmulas y modos. Algunos están cerca de la obsesión. Otros son más lógicos. Fernando Peña.
¿Por qué será que algunos somos ordenados y otros no? o ¿por qué será que cada uno de nosotros tiene su propio orden o su propia forma de ordenar? Siempre me quedó en la memoria el famoso cartel que todos conocemos, ese que dice: "Esto es un quilombo pero con orden". Lo vi por primera vez en los años 70, creo en el escritorio de un amigo de mi padre que tenía una financiera… ¡El colmo! A partir de ese momento, empecé a notar los pequeños y particulares órdenes que tiene la gente. También me causa gracia cuando las personas dicen que tienen que ver todo ordenado afuera para que se le ordene la cabeza o porque tienen la cabeza hecha un tomate. ¿Es así o al revés? Me refiero a que a lo mejor la cabeza está perfectamente ordenada y realmente de tan ordenada y prolija la sabiola no tolera ni el más mínimo desorden externo. Más allá de que todos somos unos enfermos hijos de puta, llenos de manías e inseguridades incombatibles muchas veces válidas y justificadas y otras veces al pedo, es entendible que persigamos el orden ya sea en forma de desorden o de orden. Digo esto porque hay muchísima gente que realmente entra en la categoría de lo que dice el cartel, esto es, se ordenan en el quilombo o encuentran su equilibrio en el caos.
Existen varias categorías, rubros y formas de clasificar a la gente según lo que ordenan, cómo lo ordenan y cómo esto les afecta en el marote; cómo los trula y cómo puede llegar a volverlos locos o en algunos casos hasta se les puede llegar a cagar el día. Hay una diferencia entre ordenar y clasificar. Por ejemplo, yo ordeno pero por grupo, fotos con fotos, recibos con recibos, ropa con ropa, etc. No tolero clasificar, no lo aguanto, me angustia; me produce todo lo contrario de lo que le produce a mi amigo Scott, él necesita ver todo ordenado y clasificado pero (y aquí viene lo loco) solamente en su computadora, en su oficina virtual, no en su vida concreta en triple dimensión.
He visto casos de gente que ordena la ropa por colores y lo que es peor por gamas, por tonos, y lo hacen de más claro a más oscuro o viceversa. Eso ya es demasiado para mí. Entra ya en la categoría manías, pero cada uno se entiende como puede y busca el orden que su cabecita le ordena. Es difícil y no corresponde meterse en estos casos… Es muy personal. A mi hermano se le puede venir el mundo encima pero él tiene que tener sus zapatos im-pe-ca-bles. Mi madre era ordenadísima con su cartera y mi tía no soportaba tener desordenado el tercer cajón de la cocina, ese que tiene todo lo que no entra en los otros cajones y por lo general es una montaña de cucharones, ralladores, cuchillas, coladores, escarbadientes, destapadores, gomitas, pajitas y tapones de goma para que no se les salga el gas a las gaseosas.
Están también los que tienen los lugares sagrados. Víctor, un vecino, no concebía el cuartito de herramientas si no era un quirófano. Hay gente a la que le pasa eso con el botiquín del baño, a otros con la heladera, a otros con la mesa de luz. Otros son ordenadísimos con las cosas que les dan placer como los discos o los libros y otros por el contrario son extremadamente ordenados con lo que no les causa ningún placer, por ejemplo el papelerío. Un amigo es ordenadísimo con los billetes, cara con cara, color con color y todos de menor a mayor.
En cuestiones de cómo llevar el orden propio hay miles de fórmulas y modos. Algunos están cerca de la obsesión y de la manía y otros son más lógicos. El tipo más desordenado que vi en mi vida es un famoso pintor amigo, al que no voy a nombrar. Sin embargo, existe un orden bellísimo, espontáneo y armónico en sus pinturas.
Aun cuando las personas no son ordenadas o cuando las organizaciones o estructuras están en desorden, existe un orden natural, universal que nos lleva a todos y a todas las cosas tarde o temprano a un orden automático, vertical y justo. Tal vez por eso ese cartel…
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