25 feb 2019

9 consejos para vivir una vida sencilla


Por: Ramón Soler

 como vivir vida sencilla consejos
El ritmo vital de la naturaleza transcurre de forma simple. Y así puede transcurrir el nuestro si no lo complicamos con imposiciones y mandatos y apostamos por la sencillez.

  

1. Desactiva el piloto automático
Para alcanzar una forma de vida sencilla, alejada de la inquietud constante y el estrés, necesitamos plantearnos un cambio de actitud.
En tu día a día, deja de proceder de forma mecánica. Frena. Tómate tu tiempo. Respira hondo. No corras.
No pierdas la serenidad. Aprende a afrontar los momentos de estrés (inevitables) con sosiego y paciencia.
Concéntrate en tu vida. Vive a través de todos tus sentidos. Vive en el presente, en el ahora, sin preocuparte constantemente del antes o del después.

2. Escucha los mensajes de la intuición
Nuestra intuición, si sabemos escucharla, nos ayuda a mantenernos centrados y serenos.Nos muestra las señales, tanto físicas como emocionales, de que algo no marcha bien. También nos indica cuándo estamos en desarmonía con nosotros mismos.
Reconecta con tu intuición, aprende a escuchar las señales de tu cuerpo y de tu inconsciente. Dedícate tiempo para contemplar tus necesidades y satisfacerlas.
También, ayúdate de la intuición para liberarte de la ira, del resentimiento, de esos apegos externos que te retienen, te afligen y te impiden vivir una vida sencilla en armonía contigo mismo.

3. Siente con tus cinco sentidos
El ritmo trepidante de nuestras vidas nos aleja de nuestros cuerpos, nos hace olvidar que tenemos cinco sentidos y que todos son importantes para reencontrar nuestro propio tempo.
Tenemos que recuperar la curiosidad y conexión natural que teníamos con nuestro cuerpo en la infancia.
Camina observando los colores, sintiendo la brisa, siendo consciente de tus movimientos. Detente a oler el aroma de la mañana. Come disfrutando de las texturas y los sabores. Dúchate dejando que el agua te masajee. Vive, pausadamente, a través de tus cinco sentidos.

4. Carga de amor tu día a día
Los pequeños acontecimientos cotidianos son los que conforman nuestra vida. Darle importancia a cada acto emprendido, a cada movimiento realizado, a cada palabra pronunciada, nos aportará ilusión y felicidad.
El desayuno junto a tu familia, besar a tus hijos, acariciar a tu perro, te nutrirá y te ayudará a alcanzar tu equilibrio interno. Estos instantes, no por ser cotidianos, pierden su importancia; muy al contrario, las pequeñas cosas recargan día a día nuestro cuerpo de amor, ternura y armonía. La vida te las regala a diario.

5. Suelta lo que no necesites
Hoy en día, las personas tendemos a acumular. En apariencia, poseer muchos bienes nos aporta felicidad. Sin embargo, ¿necesitamos tanta ropa, tantos aparatos, tantos coches y tantos complementos para ser felices? En realidad, no. 
La abundancia material no nos acerca a la felicidad. Incluso, a veces, esta necesidad de comprar y acaparar no es más que el indicio de nuestras carencias emocionales.
Si reducimos nuestras posesiones, lograremos más espacio libre en nuestras casas y mayor simplicidad en nuestras vidas. Es mejor tener poco, útil y bien escogido, que mucho, inútil y prescindible.

6. Practica la desconexión tecnológica
Desde la aparición de los teléfonos inteligentes, hemos perdido libertad. A todas horas del día y de la noche, las notificaciones nos bombardean. Estamos saturados.
Para alcanzar la sencillez en nuestras vidas, resulta imprescindible aprender a desconectar de la tecnología.
Silencia tu móvil a la hora de las comidas. No estés con tus hijos y pendiente de las notificaciones. Por la noche, apaga las pantallas.
Recupera actividades tan placenteras como leer un libro, pintar, tejer... Tareas relajantes que te ayudarán a serenarte y a encontrar equilibrio.

7. Crea tu espacio de silencio
En una sociedad tan saturada de ruidos como la nuestra, no todo el mundo consigue estar y mantenerse en silencio; sin embargo, sus beneficios son muchos y valiosos. El silencio nos ofrece calma, quietud, reposo, conexión con nuestro interior.
Crea un rincón para la serenidad en tu hogar y utilízalo a diario. Y en esos momentos de silencio, libera tu mente de preocupaciones. Si piensas en algo, déjalo pasar, concéntrate en el silencio, en la serenidad que te aporta, en el sosiego que te invade.

8. Escoge relaciones nutritivas
Reducir nuestras pertenencias materiales nos aporta libertad física y mental, pero además podemos aplicar el mismo criterio con nuestras relaciones, disminuyendo aquellas obligaciones sociales que nos saturan emocionalmente.
Si no te apetece, no tienes por qué cumplir con todo el mundo. Simplifica tus contactos sociales. Visita a las personas que te hacen sentir bien, disfruta de largas sobremesas charlando con los que te nutren emocional e intelectualmente. En el amor y el sexo, busca una(s) persona(s) con la(s) que mantener una relación de complicidad e igualdad, lejos de lo complejo y lo tortuoso.

9. Sigue el ritmo de la naturaleza
Qué mejor forma de recuperar una vida sencilla que volviendo nuestra vista hacia la naturaleza. Durante miles de años, el ser humano vivió inmerso en unos ritmos naturales que le transmitían sosiego y plenitud.
Tómate tu tiempo para observar e integrarte en el ritmo de los bosques, de la playa, del parque. Déjate inundar por la solemnidad de los árboles, la armonía de los pájaros o la cadencia de las olas del mar.
Al igual que ellos, tú puedes vivir de forma sencilla, sin sentirte continuamente ansioso. Estás diseñado para ello, en tu mano está.


Fuente bibliográfica
SOLER, RAMÓN, 2019. 9 consejos para vivir una vida sencilla. Cuerpomente [en línea]. [Consulta: 25 febrero 2019]. Disponible en: https://www.cuerpomente.com/psicologia/desarrollo-personal/como-vivir-vida-sencilla-9-consejos_4179

23 feb 2019

La Biblioteca Británica sube a internet sus libros prohibidos: un millón de páginas de sexo


Por: Conxa Rodríguez

Illustración del directorio de prostitutas de Covent-Garden (1793). BIBLIOTECA BRITÁNICA 

"Las colecciones que forman este archivo ponen de manifiesto que las normas culturales en torno al sexo y la sexualidad están cambiando permanentemente", explica Paul Gazzolo con motivo de la digitalización y subida a internet de "Archives of Sexuality & Gender" de la Biblioteca Británica de Londres. "Los investigadores pueden analizar ámbitos como la censura, el género, la sexualidad o cualquier otro tema extrayendo información de fuentes tan diversas como la ciencia o la literatura".

Gazzolo es director general de Gale, la empresa que ha llevado a cabo la digitalización de los libros prohibidos hasta ahora: un archivo de 5.000 ejemplares y documentos que han estado cerrados bajo siete llaves con la etiqueta de "obscenos", una clasificación que introdujo la Biblioteca en el año 1850, justamente cuando empezaba a hacer mella el reinado de Victoria y el (falso) puritanismo.

Los criterios de clasificación de "obscenidad" victoriana se han aplicado hasta finales del siglo XX incluyendo un cierto nudismo que ahora, con los criterios actuales, se considera de lo más recatado.

El nuevo archivo sobre sexo, sexualidad y género incluye un millón de páginas que van desde publicaciones del siglo XVI hasta el XX. La procedencia de este material surge de tres fuentes principales: las adquisiciones o donaciones de la Biblioteca Británica, pionera en Europa, la mayor parte del archivo del doctor estadounidense Alfred C. Kinsey (1894-1956), fundador del Instituto de Investigación Sexual de la Universidad de Indiana, y la colección de la Academia de Medicina de Nueva York.

El material que se ha puesto al alcance de un clic, contiene temas como pautas y vínculos entre fertilidad y practicas sexuales. La prostitución y la moral en torno al sexo y la religión son otros de los temas que aborda el archivo así como el surgimiento de la sexología o la sexualidad en sus ámbitos médico y legal.

"La Biblioteca Británica ofrece una extraordinaria base de datos en torno a las diferentes facetas de la sexualidad humana durante los últimos siglos, desde la lista de las trabajadoras del sexo en el barrio de Covent Garden de Londres en el siglo XVIII hasta las argucias literarias del marqués de Sade o los autores con seudónimo de Merryland Books", cuenta Adrian Edwards, jefe de Patrimonio Impreso de la Biblioteca.

"Al digitalizar este archivo y ponerlo al alcance del público en digital y en físico -en las sedes de Londres y el condado de Yorkshire, norte de Inglaterra- esperamos hacerlo visible y accesible como nunca ha estado antes", sentencia Edwards.



Fuente bibliográfica
RODRÍGUEZ, CONXA, 2019. La Biblioteca Británica sube a internet sus libros prohibidos: un millón de páginas de sexo. ELMUNDO [en línea]. [Consulta: 24 febrero 2019]. Disponible en: https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2019/02/21/5c6eacfdfdddff099b8b4587.html

Un amor surgido entre las páginas de los libros


Por: Karla Marie-Rose Derus

(Brian Rea)


Durante seis años de soltería a mis veintitantos, me convertí en alguien que no conocía. Antes, siempre había sido una lectora. De niña caminaba a la biblioteca varias veces a la semana y de noche me quedaba despierta leyendo bajo las sábanas con una linterna. Sacaba tantos libros y los regresaba tan pronto que en una ocasión la bibliotecaria explotó: "No te lleves tantos libros a casa, si no vas a leerlos todos".

"Pero sí los leí todos", le respondí, dejándole la carga en los brazos.

Fui estudiante de Letras Inglesas en la universidad y después obtuve la maestría en Literatura, pero poco después de que la tesis engargolada ocupó su lugar en la repisa junto a mi título, dejé de leer. Sucedió gradualmente, como cuando sanas o mueres.

Cuando creé mi perfil en OkCupid (usuario: missbibliophile52598), llené la sección de "Libros favoritos", y dejé que mi gusto literario hablara por mí: Cien años de soledad, París era una fiesta, Colmillo blanco, El buen nombre, El mundo conocido, El dios de las pequeñas cosas, El lugar del aire. No obstante, sentí un pánico repentino cuando me di cuenta de que habían pasado más de dos años desde que leí la mayoría de estos títulos y, en algunos casos, más de cinco años.

A pesar de mis antecedentes, traté de mantener mi personaje de ratón de biblioteca. Me uní a clubes de lectura en Meetup.com a los que nunca asistí. Saqué de la biblioteca un ejemplar de Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro, porque todos lo estaban leyendo, solo para entregarlo con retraso de una semana, sin leer y con multas por pagar.

Seguía amando la idea de leer. Atesoraba los libros y las librerías. Siempre que encontraba una, me quedaba durante horas entre los estantes como si estuviera poniéndome al corriente con viejos amigos, elegía ejemplares que ya había leído y compraba libros nuevos que no había leído.

Cuando la novia de mi padre me regaló un libro de Joel Osteen en Navidad, lo devolví para intercambiarlo por Una bendición de Toni Morrison. También compré la colección de cuentos de Dostoievski, pero no leí ninguno.
David fue mi primera cita en OkCupid —mi primera cita en línea en la vida—. Era alto y agradable, aunque tímido. Le hice una pregunta tras otra para mantenerlo a gusto y hacer que fluyera la conversación, pero también para desviar su atención (un truco clásico de los introvertidos).

En su perfil decía que le gustaba leer, así que le pregunté por el libro más reciente que había leído. Su rostro se iluminó y sus dedos comenzaron a bailar. Las primeras semanas me di cuenta de que David leía mucho más que yo, uno o dos libros a la semana, aproximadamente. Parecíamos una pareja improbable: yo soy una mujer negra de 1,61 metros, de madre caribeña; él es un hombre blanco que mide 1,90 metros y es originario de Ohio. No obstante, a medida que nos conocíamos, nuestra fe compartida y amor por los libros zanjaba las brechas.

La primera vez que David fue a mi casa, comparamos nuestras bibliotecas. Solo teníamos cuatro libros en común; dos de ellos eran colecciones de C. S. Lewis. David prefería la historia y la no ficción, mientras que a mí me atraían los escritores negros de ficción y las historias de inmigrantes.

Meses más tarde, cuando comenzamos a hablar de la posibilidad de casarnos algún día, no mencioné el tema de fusionar nuestras bibliotecas, no porque temiera tener que separarlas algún día, sino porque me gustaba tener mis propias historias para compartir.

En nuestra séptima cita, David y yo visitamos la biblioteca central.
"Te propongo un juego", dijo, mientras sacaba dos bolígrafos y pequeñas hojas autoadhesivas de su bolsa. "Busquemos libros que hayamos leído y dejemos reseñas para el siguiente lector".

Vagamos entre los pasillos durante más de una hora. Al final, nos sentamos en el piso, en la sección de poesía, y le leí un verso de Linda Pastan. Él escuchó, con la cabeza inclinada hacia abajo, la barbilla contra el pecho, y luego preguntó: "¿Qué es lo que te gusta de ese verso?".
Aquella primavera, mientras hacíamos un pícnic al aire libre, le pregunté: "Si te digo algo, ¿prometes no juzgarme?".

David dejó de escribir la lista de los libros que planeaba leer durante el verano y levantó las cejas.

"Este año, solo he leído un libro", confesé. "Empecé otros tres, pero no los he terminado".

"Pero estamos en junio", respondió.

"Lo sé".

"¿Un libro?".

"Lo sé".

"Pero te gustan los libros", dijo. "Te gustan las librerías. Te gustan las bibliotecas".

"¿Acaso este asunto termina con la relación?".

"No, pero, aun así. ¡Ponte a leer!".

Estaba dolorosamente consciente de la flagrante hipocresía de mi vida. Defendía las virtudes de las librerías en la era de las ventas en línea y compraba libros siempre que tenía oportunidad, pero a duras penas los leía. Se quedaban por todos lados, hasta que mi casa parecía vestir libros tal como uno viste ropa. Se acumularon en las sillas y rodearon los brazos del sofá.

En japonés hay una palabra para esto: tsundoku, el acto de comprar libros que nunca lees.

Los estantes de mi biblioteca se pandean en el centro, y no solo porque están hechos de triplay barato, sino porque tienen dos hileras de libros, la del frente y la de atrás.

Si quiero encontrar un libro de mi época universitaria, o de antes de esta, sé que debo buscar en la fila de atrás. Si estoy buscando una adquisición reciente, reviso la del frente. Alrededor del librero hay pilas con diferentes categorías de libros. Entre ellas: libros que he leído; libros que quiero leer; libros que empecé, pero no terminé porque no me gustaron; libros que comencé y me gustaron, pero cuya lectura no podía justificar debido a su contenido sexual gráfico o violento. En esa categoría hay dos libros de Philip Roth.

La última vez que visité una librería de todo por un dólar, compré cinco títulos para mí y dos para David. Su orden de "Ponte a leer" resonaba en mi cabeza. Una tarde, tomé uno de los libros de pasta dura que había comprado en esa librería solo porque el título me pareció poético.

Me costó mucho trabajo engancharme con el libro. Se suponía que el narrador era un hombre de edad avanzada, pero me pareció que sonaba más a cómo se imagina una mujer joven que se escucha un hombre viejo. Cada vez que me sentía tentada a abandonarlo, pensaba en David. Él acababa de empezar La broma infinita.

Me obligué a leer los dos primeros capítulos y cuando llegué al tercero descubrí un narrador nuevo. Me encantó la alternancia de voces. Me llevé el libro al trabajo y lo leí en el almuerzo. Lo leí de vuelta a casa, levantando de vez en cuando la mirada mientras caminaba para asegurarme de evitar a los extraños y el concreto disparejo.

Me vanaglorié de que, mientras mis pares milénials también caminaban con la cabeza gacha, y los ojos mirando apenas por encima de las palmas de las manos, yo no estaba solo recorriendo las publicaciones de Instagram. Estaba leyendo. Leyendo un libro.

"¿Qué tal tu día?", preguntó en un mensaje de texto.

"Bien, estoy un poco cansada", respondí. "Me quedé despierta hasta tarde y terminé mi libro". Yo había tratado de sacar el tema de forma casual, pero estaba orgullosa de mí misma. La última vez que me quedé despierta toda la noche leyendo fue cuando tenía 12 años y el libro era Mujercitas.

No era una competencia, pero había cierta presión. Sentí que David me impulsaba a ser de nuevo la persona que solía ser y la que quería ser. Siempre que comenzaba a hablar del libro de no ficción que estaba leyendo acerca del surgimiento de Silicon Valley o de filósofos del medioambiente, yo le hablaba de ficción, de hombres que abandonaron su país escondiéndose en cajas solo para salir trepando y convertirse en pájaros. Le recordaba que en ocasiones la única manera de explicar el mundo en que vivimos es inventándolo.

Una vez le pregunté a David qué le gustaba de mí.

Hizo una pausa y dijo: "Haces que sea menos cínico. Contigo veo el mundo como un lugar lleno de maravillas".

Al cabo de poco más de un año de nuestra cita en la biblioteca, David sugirió que la visitáramos de nuevo. Mientras caminábamos entre los estantes, me preguntó si recordaba el juego de nuestra primera visita, cuando pusimos reseñas escritas en hojas autoadhesivas sobre nuestros libros favoritos.

"Sí lo recuerdo".

Sacó un libro del estante, se hincó en una rodilla y lo abrió. Dentro, su nota decía: "Karla, siempre has sido tú. ¿Te quieres casar conmigo?".

Su propuesta había permanecido entre las páginas de The Rebel Princess durante más de un año.

"Sí", respondí. "Me quiero casar contigo".

Nos abrazamos en medio del pasillo de ficción, rodeados de las historias de otras personas y a punto de iniciar la nuestra.

Karla Marie-Rose Derus es una escritora que vive en Los Ángeles.
*Copyright: c.2019 New York Times News Service



Fuente bibliográfica
ROSE DERUS, -KARLA MARIE, 23 De Febrero, [sin fecha]. Un amor surgido entre las páginas de los libros. Infobae [en línea]. [Consulta: 23 febrero 2019]. Disponible en: https://www.infobae.com/america/the-new-york-times/2019/02/23/un-amor-surgido-entre-las-paginas-de-los-libros/
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