30 ene 2012
La escritura, una prótesis del cerebro
Por: Roger Bartra
Es interesante comprobar que los avances que amplían a
cada paso nuestra capacidad cerebral son al mismo tiempo objeto de sospecha e
incluso de menosprecio. El cerebro humano se encuentra enlazado
irremediablemente a una red simbólica y cultural sin la cual es incapaz de
funcionar con normalidad. A esta red la defino como un exocerebro.
Se trata de
un conjunto de prótesis que realizan externamente lo que el cerebro por sí solo
no puede realizar. El habla es sin duda la parte más evidente del exocerebro.
Pero también forman parte de estas redes externas las formas simbólicas no
discursivas, como el arte, la música y la danza, así como los mecanismos
externos que amplían la memoria, como la escritura.
Las prótesis que amplían de
forma artificial la memoria se han expandido extraordinariamente, hasta
alcanzar las gigantescas proporciones de internet y de las grandes bases
digitales de datos.
Esta ampliación del exocerebro ha generado muchas
inquietudes. Hace poco, Mario Vargas Llosa ha señalado, con acierto, que estas
redes no son simplemente una herramienta, sino que son una prolongación de
nuestro cerebro, que se va adaptando a las nuevas prótesis («Más información,
menos conocimiento», El País, 31-07-2011). Pero el escritor se alarma ante los
daños que esto puede ocasionar, señalados por Nicholas Carr en un libro
reciente (¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?, Taurus, 2011).
Vargas Llosa cree que nuestros cerebros se vuelven dependientes e incluso
esclavos de las nuevas prótesis, y que cada vez son menos capaces de pensar,
prestar atención y memorizar de manera inteligente.
Se trata de un viejo reflejo conservador. Me gustaría
poner un ejemplo antiguo e ilustre. Platón estaba convencido de que la
escritura era un peligro para la actividad inteligente del alma. En el
Fedro(274C- 275B) recuerda el mito del descubridor de la escritura, el dios
Toth, que se jactaba de que la escritura fortalecería la memoria. Suponía que
la escritura era el «remedio para la memoria y la sabiduría». Cuando Toth
expuso su descubrimiento a Thamos, el rey de Egipto, él le contestó que, por el
contrario, «la escritura producirá el olvido en las almas de los que la
aprendieren, por descuidar la memoria, ya que confiados en lo escrito, producido
por caracteres externos que no son parte de ellos mismos, descuidarán el uso de
la memoria que tienen adentro». Para contrarrestar la falsa sabiduría que
implicaba la prótesis de la escritura, los griegos cultivaron el arte de la
mnemotecnia.
El cultivo de la memoria también usaba recursos externos, pero su
objetivo era fijar los recuerdos en la memoria interior en lugar de
almacenarlos en textos escritos. Pero en realidad, como es evidente, ha sido
justo la acumulación de recuerdos en memorias artificiales externas (libros,
bibliotecas, pintura, escultura) lo que ha impulsado de manera extraordinaria
las capacidades creativas de la humanidad.
La acumulación artificial externa de ideas y emociones,
junto con la consiguiente capacidad para comunicarlas masivamente, ha sido la
base más sólida para construir nuestra moderna capacidad para ser libres. Me
preocupa que se extienda una reacción irracional de alarma contra las mismas
prótesis que han ampliado el libre albedrío de los humanos. Si somos capaces de
decidir y de actuar libremente, ello no es debido a que cultivamos sobre todo
los órganos internos de la memoria y de la inteligencia. Ha sido gracias a la
extraordinaria ampliación del exocerebro.
El uso de memorias artificiales gigantescas ha llevado a
algún insensato, como el profesor que cita Vargas Llosa (Joe O’Shea), a afirmar
que los libros se han vuelto superfluos y que él encuentra toda la información
que necesita en internet. Para él resulta inútil leer un libro completo.
También dramática es la actitud del otro profesor en el que se apoya Vargas
Llosa (Nicholas Carr), a quien el uso intensivo de internet le averió
radicalmente la capacidad de concentración y de reflexión (como temía Platón
que podría pasar con el uso de la escritura). En consecuencia, este profesor se
aisló en las montañas de Colorado y escribió un libro que denuncia el poder
esclavizador de la informática y de internet. Uno de sus argumentos, apoyado en
la neurología, es que las nuevas redes informáticas están cambiando la
estructura de nuestro órgano de pensar, el cerebro. Por supuesto que así es,
pero no veo que debamos por ello alarmarnos.
Desde que se inventaron las más
antiguas prótesis, el cerebro humano cambió para adaptarse a ellas. Quizá la
que más cambió las estructuras neuronales fue la escritura. Otras prótesis
fueron malignas, como las armas, a las cuales hay que tenerles mucho más miedo
que a las redes informáticas.
Vargas Llosa se lamenta de que, por culpa de la red, ahora
los estudiantes son incapaces de leer libros completos. Yo no creo que sea
culpa de internet: siempre ha habido personas que no quieren ni pueden leer el
Quijote. Pero gracias a la red ahora cualquier persona que posea una de esas
maravillosas prótesis que son los libros electrónicos tiene la libertad de
descargar en su aparato, sin ningún costo, el texto completo en español del
Quijote.
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