17 abr 2012

De la fotocopia compulsiva al libro personalizado

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No es precisamente nostalgia lo que siento al recordar aquellos tiempos afortunadamente ya pasados. 

Nuestra biblioteca era entonces un minúsculo reducto nada funcional, con unos fondos sumamente exiguos organizados en unas estanterías de acceso cerrado que separaban las salas de lectura de adultos y niños. Si bien las mañanas eran relativamente tranquilas —oportunas para revisar albaranes, catalogar, organizar fichas, revisar catálogos editoriales…—, las tareas que nos ocupaban las jornadas vespertinas eran fundamentalmente dos: atender el servicio de préstamo (manual, por supuesto) y hacer fotocopias. Y acaso era ésta última la más frustrante: páginas y páginas fotocopiadas para que los usuarios —fundamentalmente escolares— realizasen sus pequeños trabajos académicos, más o menos afortunados. 

Lo cierto es que aquello me parecía muy poco enriquecedor: por supuesto, para mí, obligado así a realizar una tarea repetitiva hasta el absurdo (toda una tarde fotocopiando reiteradamente las mismas páginas); pero sobre todo para los niños que, de esta manera, copiaban los contenidos sin, en muchos casos, comprender lo que transcribían.
 
Han pasado ya muchos años de esto y, lógicamente, las nuevas tecnologías han introducido modificaciones en los procesos. Pero los principios que impulsaban esta práctica no parecen haberse modificado en exceso. La biblioteca abandonó aquellas minúsculas instalaciones para expandirse hasta convertirse en una red urbana con (de momento) casi una decena de sucursales, todas ellas dotadas de servicio público de acceso a Internet. 

De esta manera, ahora son muchos los niños que —en lugar de fotocopiar páginas de las enciclopedias y el resto de las obras de referencia existentes en las salas— imprimen lo que encuentran en la Red, en muchos casos igualmente sin preocuparse por comprender lo que transcribirán en sus trabajos de clase. 

Con estas nuevas tecnologías, es verdad, quienes trabajamos en una biblioteca nos hemos liberado (al menos en parte) de aquella absurda tarea de copista, pero no de nuestras obligaciones a la hora de formar a los usuarios en la búsqueda de información. De ahí que, por ejemplo, resulte sumamente interesante la proliferación de tutoriales para la búsqueda en Internet, tanto destinados a los niños como a los adultos.

Personalmente creo, sin embargo, que la facilidad de acceso y redistribución de la información que proporciona Internet convierte a la Red en una magnífica herramienta para obviar el esfuerzo intelectual. Antes, cuando para realizar un trabajo escolar había que gastarse algo de dinero para pagar las fotocopias y, posteriormente, invertir tiempo y esfuerzo físico en transcribir lo fotocopiado, los usuarios realizaban alguna lectura crítica previa de las fuentes utilizadas, siquiera impulsados por el objetivo del ahorro y el mínimo esfuerzo. 

En cambio hoy, cuando les basta con utilizar un par de comandos para copiar y pegar los textos que hallan en Internet, sienten una menor necesidad de calibrar y valorar la información que van a utilizar, de manera que —con cierta habilidad— son capaces de presentar sesudos trabajos aparentemente muy bien documentados, pero que apenas les dejan huella de conocimiento alguno.

Lamentablemente, todos —especialmente los profesionales— sabemos que estas nuevas herramientas han facilitado la expansión del plagio incluso a altas instancias del ámbito investigador, salpicando el escándalo a renombradas revistas, reputados investigadores y hasta a significados personajes políticos como el presidente de Hungría

Por fortuna, estas mismas tecnologías también facilitan ahora la identificación de citas textuales, casos de hipertextualidad y flagrantes plagios. Como no es cuestión de incurrir en la misma falta comento en este post, invito al lector a visitar enlaces como éste dirigido a un texto de Manuel Gross o éste otro de Juan David Quiñónez para conocer algunas de estas herramientas.

Al margen del plagio, Internet está fomentando otra práctica entre algunos docentes que, insatisfechos con los libros de texto existentes en el mercado, optan por reelaborar su propio material didáctico para impartir la asignatura correspondiente. No me refiero a esos profesores que, como algunos de antaño, optan por escribir su propio manual y que, en algunos casos —especialmente, en la Enseñanza Superior—, terminaban por ser conocidos por el apellido de su autor (yo mismo empleé alguno de esos manuales, como “el Palacio” durante mis estudios universitarios). 

Ni a los que optan por complementar lo que figura en los libros de texto con nuevas explicaciones, casos, ejemplos, ejercicios… bien sea mediante las ya anticuadas fotocopias o entradas en bitácoras o plataformas virtuales más o menos complejas para la docencia

Aludo a aquellos profesores que, copiando textos de aquí y de allá, elaboran su propio temario curricular a modo de dossier, con el que sus alumnos tendrán que bregar si aspiran a obtener calificaciones positivas. Estos profesores, acaso “fotocopiadores compulsivos” en su infancia, han encontrado en Internet y la práctica del clipping un camino para controlar más exhaustivamente los contenidos docentes que proporcionan a sus alumnos, si bien la originalidad de su esfuerzo se limita a la selección de las fuentes.

Por el tono de mi escrito creo que es fácil colegir que no encuentro esta práctica nada enriquecedora, que lo único que consigue es apabullar a los estudiantes con gran cantidad de datos y conocimientos sin procesar, y algunos argumentos esgrimidos por estos profesores (“los libros de texto son muy caros”) me parecen un fraude absoluto, por cuanto imprimir y/o fotocopiar semejantes tochos de papel termina resultando a lo largo de un curso mucho más caro, mermando por otro lado los ingresos de las editoriales, lo que redunda finalmente en el incremento del precio de los manuales impresos.

El problema del precio de los manuales académicos y libros de texto da para mucho, y no es éste el asunto que deseo tratar en este momento. Pero resulta muy significativo que algunos editores hayan detectado el riesgo que la mencionada práctica suponer para su industria y hayan decidido contraatacar. 


Y lo han hecho de manera positiva: no echando sobre estos docentes los perros de presa de las sociedades de gestión de los derechos de autor, sino aplicando la imaginación para crear una nueva vía de negocio. Han surgido así iniciativas como MIYO (Make It Your Own: “háztelo tú mismo”), plataforma creada por la editorial de libros universitarios en abierto Flat World Knowledge, sistema que permite transformar un libro de texto tradicional en un canal de aprendizaje adaptable mediante la combinación de una arquitectura digital con un modelo de licencia de código abierto que otorga la facultad y el derecho de modificar, mezclar y compartir los contenidos,  eliminando capítulos o secciones, añadiendo notas y ejercicios, insertando vídeos e hipervínculos, incorporando otros contenidos abiertos, subiendo documentos de Word y PDF... para utilizar bajo una licencia Creative Commons. El resultado final permite a los estudiantes leer un libro online  o comprarlo en formato de bajo costo: encuadernado en rústica, ebook...

Tampoco las editoriales más tradicionales han permanecido impasibles. AcademicPub permite combinar los contenidos autorizados (unos de pago, otros en abierto) de 21 editoriales con los aportados por el propio docente para crear un nuevo producto editorial listo para distribuir a los alumnos en formato digital —mediante un simple enlace web— o impreso.
 
Iniciativas como éstas, que no se limitan al ámbito académico —buena prueba de ello es BookRiff— suponen un procedimiento novedoso para una práctica antigua que plantea no pocas cuestiones al bibliotecario, cuyo papel tradicional se diluye así un poco más. Pero, en cualquier caso, herramientas como éstas mantienen el control sobre el producto final fuera del alcance del usuario final. Existen, no obstante, iniciativas que otorgan ese control al lector, permitiéndole crear su propio libro personalizado. 

En esto se lleva la palma la no hace tanto tiempo denostada Wikipedia, que cuenta con su propia herramienta de creación de libros. Como acertadamente señala Jesús Tramullas,
El potencial que ha puesto Wikipedia al alcance de cualquier usuario, en especial para el campo de la lectura y de la educación es enorme: es posible generar libros temáticos redistribuibles, desde historia a matemáticas. Ahora lo que hace falta es que no haya espabilados que intenten hacer negocio con el trabajo del resto, pretendiendo vivir de lo cooperativo y gratuito sin darle valor añadido, o intentando hacer curriculum falseando méritos de publicaciones, que de todo hay.

Fuente http://www.biblogtecarios.es/rafaelibanez/de-la-fotocopia-compulsiva-al-libro-personalizado

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