7 oct 2008

La lectura y la escritura, dos sanos ejercicios olvidados




Abrir un libro significa aventurarse en un universo de conocimiento y sabiduría, un terreno minado con palabras impresas en inocentes hojas de papel, que nos empapan de riqueza intelectual y nos traen a la cabeza imágenes de mundos de fantasía y situaciones pasadas, presentes y futuras. Escribir un pequeño relato es un desahogo para la carga de pensamientos que la mente puede sufrir. Con una simple birome o lapicera, podemos transformar una hoja blanca sin vida en un bello y cristalino mar de ideas y experiencias, convirtiendo a esos renglones en el sustento tangible de nuestra imaginación, para la evolución de la creatividad, en mayor o menor medida.

El valor de la escritura profunda, estudiada y bien elaborada sobrepasa cualquier límite que la ignorancia en sus más diversas variables quiera imponer, aunque el poder de la expresión escrita lucha desde año más de una década con fuerzas externas que promueven el avance de lo bizarro, lo impuro y lo perverso, que incluso ha violado la seguridad con la que los grandes escritores han sabido envolver a los libros, infiltrándose con elementos aberrantes que intentan alinearse con plumas ilustres de la literatura, dando la errónea sensación que, de tal manera, “cualquier edita y publica un libro”. Las amenazas encuentran cobijo, nada más y nada menos, que en los medios masivos de comunicación. La televisión no propicia espacios suficientes para ejercitar el cerebro en mucho más que una sensual figura femenina falta de cerebro o una tira diaria divertida pero extenuante a mitad de camino, alcanzando el grado de repetitiva.

Los programas se reciclan, y los desafíos reales se quedan detrás de escena, oscurecidos por la silueta inamovible de la grosería en todos sus tonos. Abunda la simpleza de personajes faltos de carisma y competencias básicas a nivel humano y académico, y la ineptitud de un cuerpo de belleza superficial y sintética, contrastando con la escasez alarmante de la discusión y el despliegue de conocimiento cultural.En complemento con el absurdo televisivo - que mínimamente permite buenos programas en horarios no centrales o canales distanciados – evoluciona Internet. Medio masivo por excelencia, que permite la llegada a un sin fin de contenidos de toda índole. Suena ventajoso y positivo, pero en sus más oscuros rincones – que dejan de ser simples ‘rinconcitos’ – hallamos muy a mano contenidos grotescos, al alcance de ojos responsables de un adulto “racional”, y también de ojos curiosos de un pequeño inocente que íntimamente se pervierte.

¿Qué hacer con ello? Imposible evitar la expansión y la llegada de estas fuentes de comunicación. La solución encuentra principio en el fomento que los diversos ámbitos de influencia del individuo debe aplicar para el acercamiento a la cultura, que no solo significa ir al teatro o un show de música, sino también contactarse fluidamente con creaciones literarias que nos hacen tomar conciencia de la realidad que nos rodea y la que nos antecedió, o vivenciar con la imaginación las descripciones de situaciones irreales pero divertidas, inventos sanos de la narración.

Un ex profesor universitario de quien les escribe, solía decir: “Comprar un libro es una buena inversión”.Frase que tiene de trasfondo un baluarte fundamental para el desarrollo mental de cualquier individuo, sin importar la edad, aunque es esencial estimular el encuentro con el libro desde pequeño. El entorno familiar y las influencias en el ámbito escolar determinarán en el futuro que tan apegado o interesado un joven pueda estar hacia la lectura en algo más que la tapa de un CD, el envoltorio de cigarrillos o los subtítulos de las películas extranjeras. No hace falta esperar a la siempre estupenda Feria del Libro para entender el alcance y significado que encierra el mundo de la literatura. Más allá de su condición de suceso que reúne masivamente a todo tipo de autores y documentos escritos, e inclusive, como centro de debate y exposición de ideas infinita, el poder ubicar una librería cercana y no sentirse avergonzado de ingresar a ella, es el primer paso hacia el cariño y también respeto que se le debe tener a la palabra escrita.

Lamentablemente la juventud nativa de las nuevas tecnologías se alejaron de los escritorios donde poder leer y/o escribir en paz, para acercarse al monitor, al teclado, y conversar ‘en línea’ con todo el mundo. Divertido y entretenido. Pero tiende al vicio. Y las consecuencias saltan a la vista. No solo las mentes no experimentan el ejercicio sano de pensar e imaginar situaciones reales (o no) que una buena novela o un libro documental pueden aportar, sino que también la facilidad que un programa de escritura digital - que corrige al instante cualquier mínimo error -, impide a los jóvenes estimular para sí mismos la práctica manual, y así evitar los alevosos errores ortográficos que los maestros y profesores deben sufrir en los exámenes. Todo tiene que ver con todo. La educación no se encierra dentro de las paredes de una escuela. Todas las influencias externas forman parte del aprendizaje.

Concentrarse en leer es un pasaje pintoresco y agradable hacia la capacitación constante. Como escuchar a un buen orador, una lectura lenta, pausada y con atenta mirada, concede apertura mental gracias a las ideas expuestas, perfeccionamiento lingüístico, y progresos en la expresión oral, ya que hablar en voz alta es un ejercicio práctico perfecto para la claridad en la modulación. Nadie debe creer que obligar a los pequeños y jóvenes a leer en las escuelas es la solución. Hay que inculcar el respeto y buen trato a la palabra. Hay que enseñar a ser pacientes con el contenido de un libro, que bien puede “aburrir” en sus primeras páginas. La lectura no debe ser una simple “tarea” escolar y académica. Así nace el alejamiento: la imposición por sobre el resto de las actividades del día solo sirve para generar un disgusto que en el futuro se propagará y extenderá.

La lectura y la escritura son senderos pacíficos de purificación mental, tristemente contaminados por la corrupción que en muchos casos – no todos naturalmente – originan los distintos medios – no solo de comunicación. Como una ciudad que debe librarse de la basura y generar un contexto pulcro para el desenvolvimiento de cualquier actividad, la literatura sobrevive entre la gran cantidad de chatarra que sobrevuela el espacio cultural de una sociedad que, en varias cuestiones, muestra una deficiencia dolorosa en el control de la “paciencia ideológica”, es decir, saber argumentar las ideas y concepciones, y respetar y entender las de los demás.


Diego Adrián Fernández
Redacción Misionlandia







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