La profesora en Ciencias de la Educación, Amalia Homar, hizo un breve recorrido histórico en el que repasó las distintas concepciones en torno a la tarea de enseñar.
A lo largo de la historia de la educación, ha ido cambiando la manera de concebir y pensar a las personas dedicadas a enseñar. En el libro Maestros y textos. Una economía política de las relaciones de clase y de sexo en educación de Michael Apple, aparece un curioso documento: un contrato para maestras de los Estados Unidos, de 1923.
Ese documento resulta irrisorio en 2009. No obstante, docentes del Colegio Cesáreo B. de Quirós, partieron de esa lectura para recrear y dramatizar la docencia, sus postulados y cambios, en el transcurso del último siglo.
Las maestras representaron tres escenas bien diferentes: Una maestra normalista que en 1923 debía cumplir con un singular contrato laboral, una
maestra que en los ’70 empieza a pelear por sus derechos laborales y a pensarse a sí misma como trabajadora de la educación, y una maestra en la actualidad.
La profesora de Francés, Daniela Medrano fue la encargada de representar a esa docente normalista a la que el contrato de trabajo le ofrecía un listado de prohibiciones y requisitos que contribuían a erigir la noción de apostolado, dentro de la educación.
“No casarse”, era una de las primeras cláusulas, si la maestra se casaba, el contrato quedaba automáticamente anulado y sin efecto. Tampoco estaba permitido “andar en compañía de hombres”, debía “estar en su casa entre las 8 de la tarde y las 6 de la mañana a menos que sea para atender función escolar”, “no pasearse por heladerías del centro de la ciudad”, “no abandonar la ciudad bajo ningún concepto sin permiso del presidente del Consejo de Delegados”.
Fumar no podía, y si se la encontraba fumando por ahí, así como bebiendo cerveza, vino o whisky, también era motivo de anulación del acuerdo laboral.
No le estaba permitido “viajar en coche o automóvil con ningún hombre excepto su hermano o su padre”, ni “vestir ropas de colores brillantes”, ni “teñirse el pelo” y tenía que “usar al menos 2 enaguas”.
El documento es aún más extenso y dejaba en claro que la que quisiera ser maestra, no podía ejercer la función usando “vestidos que queden a más de cinco centimetros por encima de los tobillos”, y no podía usar polvos faciales, maquillarse ni pintarse los labios”.
La normativa se heredó en gran parte con las maestras normalistas norteamericanas que crearon las bases de nuestra escuela normal. Así lo recuerdan las viejas maestras de entonces.
Con humor e ironías mediante, en el marco del acto en el que conmemoraban su día –fecha que recuerda la muerte de Domingo F. Sarmiento (un 11 de septiembre de 1888)-, los maestros hicieron el ejercicio de pensarse a sí mismos.
TRABAJADORAS. EL DIARIO quiso indagar más esos diversos modos de nombrar y su implicancia sobre el ser maestro. Para ello, consultó a la profesora en Ciencias de la Educación, Amalia Homar, en otra época dirigente de Agmer e investigadora, hoy al frente de la secretaría académica de la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la Uader.
“Si nos remitimos a los orígenes del trabajo del maestro en la Argentina, vemos que está vinculado al origen del magisterio, y en consecuencia a la creación de sistema educativo nacional y la conformación de los saberes del campo pedagógico”, refirió la docente. Es ahí donde surge el sello del normalismo “que identifica al maestro como apóstol, portador de normas y pautas de comportamientos, de cualidades morales, poseedor de principios ligados al sacrificio, autoridad, entrega, todas cuestiones que hoy todavía forman parte de las representaciones sociales en torno al maestro”, señaló.
En los años 50 y en el contexto del desarrollismo, ubicó a las “concepciones instrumentalistas del campo profesional que traen connotaciones en el modo de pensar al maestro y que se traducen en las modificaciones de planes de estudio de la formación docente. Ya en la década del ‘60 y ‘70 se produce otro cambio importante: se empieza a instalar una visión del trabajo en el ámbito educativo, propio del modelo tecnocrático eficientista, donde por un lado están los que saben, definen y planifican curriculum y políticas y por otro, el maestro como ejecutor”, puntualizó Homar.
De los años ‘50 en adelante, con “la impronta sindical empieza a discutirse qué y cuánto de trabajador tienen estos maestros”.
CAMBIOS. Luego, la última dictadura contribuye a “clausurar proyectos educativos democráticos que se habían iniciado en el período anterior, se profundiza el control ideológico y el disciplinamiento de las instituciones educativas. Con el posterior retorno a la democracia a partir del ‘83, se intenta transformar las relaciones de poder, modificar el verticalismo institucional, pensar procesos más participativos. En ese contexto, el movimiento sindical recupera su espacio y se vuelve a pensar a los maestros como trabajadores. Pero cuando empezamos a pensarnos así, vinieron las reformas de los 90 que van a pretender llamarnos profesionales, con la intencionalidad de justificar esas transformaciones”, comentó la secretaria académica de Humanidades.
Ahora, qué significa hoy ser maestro, fue la siguiente pregunta. “Ser maestro es poder reconocernos como trabajador de la educación, ser parte de un colectivo de intelectuales, con un fuerte compromiso, en el contexto político y social de su tiempo, con un reconocimiento de los sujetos con los que trabaja y con una fuerte responsabilidad de enseñar. Enseñar es hoy una tarea ligada a generar condiciones de debate, participación y democratizacion del conocimiento, para que los alumnos puedan construir una perspectiva crítica y problematizadora de la realidad”, dijo Homar.
Para destacar
Sarmiento. La figura elegida para recordar a todos los maestros, es la de Domingo Faustino Sarmiento, que se desempeñó como maestro en su San Juan natal, fue escritor, estadista y periodista. “De su amplia labor como periodista, se destaca la creación del periódico El Zonda en San Juan, sus publicaciones en El Mercurio de Valparaíso y en el Progreso de Santiago, sus agudas polémicas con Juan B. Alberdi y su defensa pública de la educación desde el diario El Nacional de Buenos Aires”... En 1881, como superintendente general de escuelas, fundó la revista El Monitor de la Educación Común, que desde hace unos años reeditó el Ministerio de Educación de la Nación, en su homenaje y para actualizar los debates educativos y conocer maestros y experiencias de todo el país.
Fuente:http://www.eldiariodeparana.com.ar/textocomp.asp?id=177656
1 comentario :
yo creo que la docencia tiene que estar bien remunerada lo más alto posible tanto como la salud y los maestros volverían a ser apóstoles de la educación y poder dedicarle todo el tiempo posible por lo menos mi madre y yo lo fuimos y no me arrepiento de haber cargado niños de tres años durante meses para su adaptación poner dinero de mi bolsillo para los más necesitados y trabajar sábados y domingos con planificaciones y fichas de seguimiento y evaluaciones mi madre en una escuela rural hasta lustraba los bancos de los alumnos y los lijaba se bañaba con agua helada y así y todo ¿ quien te devuelve el bie que hiciste ? y el gremio de que sirve yo quedé discapacitada y se rieron de mi en la cara sin un peso. si la docencia un apostoladoooo pese que le duela a Sileoni
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