Hace algunos días instalé la nueva versión del navegador web Opera, la 10.60. La primera página que apareció fue un mapa donde mostraba que otras dos personas instalaron el programa en unas pocas manzanas a la redonda. No tengo conexión Wi-Fi ni GPS, pero igual Opera se las ingenió para detectar mi ubicación con un error de tan sólo unas cuadras. ¿Cómo podía sentirme? Hipervigilado. Tengo algún amigo paranoide que, de haber pasado por una situación similar, se hubiese encerrado en el baño por varios días.
Internet cambió la noción de la privacidad. En el rincón menos esperado o en cualquier calle desierta hay una cámara transmitiendo en vivo a la web. Uno de mis contactos tiene una cuenta en Foursquare que cada tanto dispara en Twitter: “Estoy en barrio Nueva Córdoba”, y por si queda alguna duda un clic nos dibuja la posición exacta. En el mapa interactivo de la ciudad de Buenos Airesencontré la fachada de la casa de mi tío en Once y llegará el día en que Google Earth tenga imágenes en tiempo real. Alguna vez, al regresar de un recital, hice la prueba de chequear cuánto tardaba alguno de los asistentes al show en subir el primer video a la web: llegué tarde, ya había varios, y uno de los usuarios había estado sentado una hora antes a un par de butacas de la mía.
Flickr permite buscar fotos por el día en que fueron sacadas, y llegué a encontrar imágenes de turistas que visitaron el Cristo Redentor en el mismo momento en que yo me asomaba a ver Rio de Janeiro desde las alturas (fotos en las que no aparezco por pura casualidad). Incluso conozco a alguien que se topó con fotos del día en que el granizo hizo estragos en Rosario, y descubrió que su marido le había mentido: la ventana de su habitación había quedado abierta durante la tormenta.
La regla número uno sobre privacidad en la web es: no existe tarea online que garantice privacidad absoluta. Todo lo que se sube a internet quedará allí para siempre, no importa si ese sitio donde subíamos fotos familiares no existe más o si borramos el video de YouTube, la red lo recuerda, tiene buena memoria. Un ejercicio divertido (o perturbardor, depende de cómo se lo mire) es visitarWayback Machine, una página que se dedica a recopilar a través del tiempo miles de capturas de millones de sitios de internet. Por ejemplo, hay casi 7.500 réplicas de la página de inicio de Yahoo, que incluyen todas las versiones del portal entre 1996 y hoy. Y lo más interesante es que permite navegar como si hubiésemos viajado en el tiempo.
Cuenta una anécdota (que a lo mejor sea solamente un mito online) que en un juicio por presunto monopolio contra Microsoft, una de las pruebas presentadas fue un correo electrónico que Bill Gates había enviado a un colaborador y que luego ambos borraron. Escalofriante, ¿no? El oscuro pasado que se empeña en regresar.
Pero supongamos que mi amigo paranoide decide no abrir una cuenta en Twitter, no subir archivo alguno a internet, ni enviar jamás un correo electrónico; no dejar rastros en el mundo virtual. ¿Pasó caminando por Córdoba y Sarmiento? Entonces la camarita de La Capital lo transmitió por la web. También hay miles y miles de cámaras de tránsito o de seguridad conectadas a la red. ¿Estuvo en la fiesta de quince de su hija? Todas las amigas de la nena tienen su foto etiquetada en Facebook. ¿Tiene auto, pasaporte, cuil o documento de identidad? Sus datos están en los sitios web de las reparticiones oficiales. O peor todavía: 123 People se ocupa de rastrear personas por internet, quizás allí estén las fotos de sus vacaciones, su nombre en el blog de un amigo o en alguna publicación digitalizada en PDF y hasta su número de teléfono.
No hay manera de detener lo que se viene, una sociedad cada vez más vigilada donde todos nuestros movimientos queden registrados en algún rincón virtual. Claro que tendrá beneficios, tantos como los perjuicios que pueda acarrear que esa información llegue a manos de la gente equivocada.
1 comentario :
Y mientras todo eso sucede, Foucault se revuelca en su tumba...
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