21 ago 2014
Qué es un lector (y otros enigmas sin solución aparente)
Por:Maximiliano Tomas
Creo que lo escribí acá mismo, hace algunos meses: yo estaba seguro de que la mayoría de los jóvenes no leía ficción hasta que en la última Feria del Libro me topé con una fila de cinco mil adolescentes que esperaban que un tipo llamado James Dashner, de quien no sabía absolutamente nada, les dedicara ejemplares de sus novelas. Para amenizar el tiempo, que resultaron ser unas cuantas horas, esos chicos leían. Parados, sentados en rondas en el piso, apoyados en los stands, leían, un libro tras otro. Todavía no sé bien por qué, pero la revelación me sorprendió y hasta me puso, por un rato, de buen humor. Quizá porque la imagen vino a demostrarme que esa entelequia que llamamos lector se resiste a adaptarse a nuestros prejuicios, no se deja apresar por nuestras teorías al paso y, sobre todo, exhibe una particular impermeabilidad a los estudios de mercado y las estrategias de los especialistas en marketing. Porque si se pueden crear y financiar grupos de música y programas de televisión en laboratorios de diseño de consumo, nadie hasta ahora, en unos cuantos siglos de existencia de ese objeto llamado libro, ha encontrado la manera de fabricar un bestseller.
Si no existen recetas debe ser, entre otras cosas, porque nadie sabe exactamente qué es un lector, ni muchos menos cuál sería el lector ideal. Y también porque los hábitos de lectura cambian más rápido de lo que podemos percibir, mucho más que la propia literatura. Tal vez por eso, al mismo tiempo que dan cuenta de las novedades editoriales, cada vez más las publicaciones y las páginas literarias suelen interrogarse sobre las antiguas y las nuevas formas de leer. Y por las diferencias y los vasos comunicantes entre lo que suele denominarse literatura comercial y literatura a secas, cuyas fronteras (si bien nadie dudaría en dónde ubicar a un Thomas Bernhard y a un Dan Brown) tienden a ser cada vez más borrosas.
Si se pueden crear y financiar grupos de música y programas de televisión en laboratorios de diseño de consumo, nadie hasta ahora, en unos cuantos siglos de existencia de ese objeto llamado libro, ha encontrado la manera de fabricar un bestseller
En una de estas aproximaciones siempre parciales hacia la definición de un lector (que Alberto Manguel intenta responder en parte en su libro Una historia de la lectura) Rebecca Mead se pregunta, para el New Yorker, por qué se sigue creyendo que solo los libros livianos pueden proporcionar placer y entretenimiento (a diferencia de los clásicos, que se supone que uno debe leer). En pocas palabras, la oposición entre una lectura hedónica y otra obligada. "Esa distinción nace de un puritanismo cultural que insiste en que la única diversión que se puede obtener con un libro es de carácter pasajero, o de que leer algo fácil o accesible será necesariamente agradable", escribe. "¿Pero qué pasa con otro tipo de placeres, como el que genera una lectura que nos desafía, o el que provoca que nuestros sentidos se expandan, o el que se experimenta al sumergirse en mundos desconocidos? ¿Acaso no se puede disfrutar de leer de una manera ambiciosa?", se pregunta Mead.
Tim Parks, que suele ocuparse de estos asuntos en el New York Review of Books, inquiere por su parte si existe realmente una suerte de lectura evolutiva a través de los años. Si es cierto que alguien que empieza leyendo sagas de fantasía o de misterio en su juventud, o se inicia en la literatura con Harry Potter, derivará alguna vez en autores considerados serios o de calidad: "¿Cuántas veces escuchamos la frase de que lo importante es que alguien lea, aunque sea este tipo de libros, porque así al menos existe la posibilidad de que un día pase a otra cosa mejor?". Para Parks, eso sería como imaginar que hay "una escalera neoplatónica que lleva de lo bajo a lo alto, en una suerte de inversión optimista de la leyenda que dice que fumar marihuana conduce irremediablemente a drogas duras como la cocaína o la heroína". Parks descree de la relación de continuidad entre las lecturas pasatistas (de bestsellers o novelas de género) y las otras (la literatura de autor), y está convencido de que detrás de aquella afirmación solo hay menosprecio hacia el lector común y paternalismo intelectual por parte de los críticos y los académicos. "Lo que ninguno de nosotros quiere admitir es que hay muchas maneras de vivir una vida plena y responsable, y de convertirse en alguien inteligente, sin la necesidad de leer literatura".
Uno podría pedirle precisiones a Parks sobre quiénes son los que afirman lo contrario, pero convengamos en que se trata de un prejuicio difundido: todavía debe haber quien crea que el mero hecho de leer ficción construye hombres más sabios o mejores. Pero lo que olvida, más allá de su saludable afán polémico, es que un lector nunca es una entidad unívoca e inmutable, porque el propio ser humano no lo es. Con los años, todos cambiamos de hábitos, de gustos y de ideas, y por lo tanto también de lecturas. No se trata tanto de que exista una escalera que conduzca progresivamente del sótano a la terraza de la literatura, sino de momentos para leer ciertos libros y de los diversos efectos generados por esas lecturas. Puede haber, en un comienzo, autores que funcionen (como los primeros viajes, trabajos o amores) como iniciadores de lectura. Nombres que dibujen, más que una escalera ascendente, una serie de caminos múltiples, sinuosos y sugerentes como las calles de una ciudad medieval. Esos iniciadores de lectura y su valoración literaria también cambian con las generaciones. La de mis padres estaba relacionada con autores como Verne y Salgari. La mía con Quiroga, Arlt o Cortázar. Quizá los de Dashner, Rowling o Collins sean los nombres con los que hoy miles de lectores se abren a la literatura.
Fuente:http://www.lanacion.com.ar/1720363-que-es-un-lector-y-otros-enigmas-sin-solucion-aparente
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