BIBLIOTECA DE FERNANDO SORRENTINOVOLUMEN N. º ______
FECHA DE ALTA: ______
19 jun 2015
La biblioteca de Mabel - cuento bibliotecario
Aquejado de cierta manía clasificatoria, desde adolescente me di a catalogar
los libros de mi biblioteca.
En el momento de cursar el quinto año del secundario, ya contaba con una
razonable —para mi edad— cantidad de volúmenes: me estaba acercando a
los seiscientos.
Poseía un sello de goma con la siguiente leyenda:
Apenas entraba un nuevo libro, le aplicaba el sello —con tinta siempre negra— en la primera página, lo numeraba correlativamente y consignaba —con tinta siempre azul— la fecha de adquisición. Luego, a imitación del antiguo catálogo de la Biblioteca Nacional, asentaba sus datos en una ficha de cartulina, que archivaba en orden alfabético.
Mis fuentes para adquirir información literaria eran los catálogos editoriales y el Pequeño Larousse Ilustrado. Un ejemplo cualquiera: en unas cuantas colecciones de diversas editoriales se hallaba Atala. René. El último abencerraje. Instigado por esa profusión y porque Chateaubriand parecía, en las páginas del Larousse, revestir mucha importancia, adquirí el libro en la edición de la Colección Austral, de Espasa-Calpe. A pesar de estas precauciones, esas tres historias me resultaron tan insoportables como evanescentes.
Como contrapartes de estos fracasos hubo rotundos éxitos: en la colección Robin Hood fui fascinado por David Copperfield y, en la Biblioteca Mundial Sopena, por Crimen y castigo.
En la acera de los números pares de la avenida Santa Fe, y poco antes de llegar a la calle Emilio Ravignani, se arrinconaba la Librería Muñoz: oscura, profunda, húmeda y mohosa, con pisos de listones de madera que crujían un poco. Su dueño era un español de unos sesenta años, muy serio y algo macilento..... leer más
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