Por: Jesús Méndez
Recomendar un libro puede ser
un arte y una responsabilidad. Una iniciativa basada en lo que se conoce como biblioterapia pretende ofrecer ayuda a través
de libros adecuados para cada persona y situación.
¿Qué
sabe la ciencia sobre los efectos que tiene la lectura en el cerebro? ¿Hay
diferencias entre la alta y baja literatura, entre la ficción y la no ficción?
El
término biblioterapia se estrenó en 1916 en un artículo publicado en la revista
The Atlantic Monthly. / SINC
“La vida es demasiado corta
como para leer un mal libro”.
“Pero teniendo en cuenta que
se publica un nuevo libro cada treinta segundos, puede hacerse difícil saber
por dónde empezar”.
La
primera frase la dijo, al parecer, James Joyce. La segunda es la forma de
completarla que tienen en The School of Life, una iniciativa creada en
Inglaterra por el filósofo Alain de Botton y que, bajo la apariencia de una
librería, ofrece toda una batería de servicios (cursos, talleres, charlas) para
educar en lo que “no se tiene en cuenta en la escuela o en la universidad”,
esto es: “Cómo deberíamos vivir bien”.
Uno de
esos servicios se ha hecho particularmente famoso, y su nombre es ya de por sí
explicativo. Lo
llaman biblioterapia. La idea es simple: usar los libros para ayudar
a la gente.
De libros y cataplasmas
El
término biblioterapia
parece estrenarse en 1916 en un artículo publicado en la
revista The Atlantic Monthly. En él se habla de un tal doctor Bangster,
que receta libros a quien los pudiera necesitar. Esto era lo que decía sobre
ellos: “Un libro puede ser un
estimulante, un tranquilizante, un irritante o un soporífero. La cuestión es
que debe hacerte algo, y tú tienes que saber qué es. Un libro puede ser de la
naturaleza de un jarabe calmante o puede ser una cataplasma de mostaza
irritante”.
La biblioterapia
se extendió tras la I Guerra Mundial, cuando se recomendaban libros a los
soldados con estrés postraumático.
El uso
de la biblioterapia
empezó a extenderse después de la I Guerra Mundial, sobre todo en los Estados
Unidos. Allí, varias iniciativas empezaron a recomendar libros a los soldados
que retornaban, muchos de ellos con estrés postraumático, en un intento por
mejorar su convalecencia.
Hoy día,
guías clínicas como las desarrolladas en el Reino Unido por el National
Institute and Care Excellence (NICE) recomiendan la biblioterapia en casos
de depresión o trastornos de ansiedad. Lo definen como un tipo
de terapia cognitiva de baja intensidad que puede ayudar en casos leves, pero
no es exactamente lo mismo a lo que se refería Bangster.
Estas
recomendaciones se basan en libros de autoayuda convenientemente seleccionados
a través de iniciativas para prescribir solo aquellos considerados de
“alta calidad”. Lo que Bangster proponía, y lo que en The School of Life hacen,
es extender y enriquecer la prescripción: sus recomendaciones se basan en
libros de ficción.
Novelas
que levantan el ánimo
La
sección de biblioterapia
de The School of Life depende de Susan Elderkin y Ella Berthoud, dos
licenciadas en Literatura inglesa por la Universidad de Cambridge. Según
comenta Elderkin a Sinc, así surgió la idea: “Ella y yo empezamos a pasarnos
libros con un propósito terapéutico cuando éramos estudiantes en la universidad
y vivíamos en habitaciones contiguas. A veces llegábamos a casa y nos
encontrábamos una novela en la puerta: una novela pensada para subirnos el
ánimo cuando lo teníamos bajo o, muchas veces, para espabilarnos y echarnos un
rapapolvo”.
Surgió de ver la literatura como un
recurso, algo que puede abrir puertas cuando nos sentimos atascados y ayudar a
cambiar de perspectiva. Creo que mucha gente ha experimentado este poder, pero
normalmente es algo que sucede por casualidad, tropezando con el libro adecuado
en el momento adecuado casi por accidente. Nosotros quisimos organizar la
literatura para que no dependiera del azar, para que cualquiera que necesitara
un recordatorio de que no estaba solo pudiera encontrarlo cuando lo
necesitara”.
El
funcionamiento es sencillo. Consiste en rellenar un cuestionario con preguntas
sobre hábitos y preferencias de lectura junto con otras más personales, como el
tipo de vida, las principales preocupaciones e ilusiones o lo que uno espera
estar haciendo dentro de diez años. Después se fija una entrevista que puede
ser incluso por teléfono o Skype y al final uno recibe una lista con seis o
siete libros recomendados. La biblioterapia funciona como una suerte de librero
emocional, que alguno podría ver como un escalafón superior, o simplemente
diferente al del librero tradicional.
La web
The School of Life funciona como un librero emocional: rellenas un cuestionario,
haces una entrevista y te prescribe libros de ficción.
También
se recomiendan libros de no ficción, pero según Elderkin “preferimos prescribir
novelas”. Algunas que suelen recomendar, según la persona y la situación,
son El Evangelio según Jesucristo, de José Saramago; Henderson, el
Rey de la Lluvia, de Saul Bellow; Siddharta, de Herman Hesse o Un
hombre afortunado, de John Berger.
Para
Elderkin, “después de todo, hay pocas cosas que puedas experimentar por las que
no haya pasado ya un personaje de ficción. En mi opinión, Matar a un
Ruiseñor es un maravilloso estímulo para hacer lo que uno de los mejores
libros de autoayuda nos habría dicho: sentir
el miedo y hacerlo de todas maneras”.
Por el momento no existen buenos estudios que
prueben el valor de este tipo de biblioterapia en
la salud, pero cada vez hay más evidencias de lo que sí puede provocar la
lectura en nuestro interior.
Qué le pasa al cerebro
cuando lee
Si al
leer nos transportamos y entramos en lo que el libro nos cuenta, si nos
imaginamos y de alguna manera vivimos la historia de sus personajes aun
encerrados en nuestra habitación, algo debe suceder en nuestros cerebros que lo
permita. La mejor manera de saber qué es lo que tiene lugar es mediante pruebas
de neuroimagen, técnicas que discriminan las áreas cerebrales que se activan
cuando leemos lo que leemos. Desde hace unos años se han sucedido los
experimentos desde lo aparentemente más simple a procesos más complejos.
Esto es
algo de lo que han observado.
En el
año 2006, investigadores españoles en la universidad Jaume I de Castellón
dieron a leer diversas palabras a una serie de voluntarios mientras les
practicaban una resonancia cerebral. Algunas de esas palabras evocaban olores
intensos, eran palabras como ajo, canela o jazmín. Otras eran palabras neutras,
sin ningún tipo de olor asociado. Lo que vieron fue que, al leer, todas ellas
activaban las áreas cerebrales responsables del lenguaje, pero las primeras
hacían trabajar además a las áreas olfativas, las responsables de oler en la
realidad.
Si al leer nos transportamos a la historia que el libro nos
cuenta, algo debe suceder en nuestro cerebro que lo permita.
Investigaciones
similares parecían certificar algo que por otra parte parece concluirse de
forma intuitiva: al leer, de alguna (cerebral) manera, reproducimos lo que las
palabras evocan del mundo real. Por ejemplo, cuando leemos palabras
como chupar, agarrar o pegar una patada, se activan respectivamente las
áreas de la corteza premotora relacionadas con la cara, los brazos y las piernas.
En cierta
forma es lo que hacen los saltadores de altura, que cierran los ojos e incluso
ladean la cabeza antes de cada salto visualizando cada uno de sus movimientos.
Esa visualización activa algunas de las áreas que luego les permitirán elevarse
y las entrena, aumenta su eficacia.
De ahí
la siguiente suposición: si al leer reproducimos lo que sería la historia en la
realidad, y si son tantas las variantes a las que podemos acceder, ¿podría de
alguna manera la lectura entrenarnos para la vida real?
Historias
y personajes que entrenan la empatía
La
empatía puede definirse como la capacidad para captar las emociones y ponerse
en el lugar de otro. Es un concepto
amplio que engloba lo que se conoce como teoría de la mente, y es una de las
bases que permiten la vida en sociedad. Algunos experimentos ya habían mostrado
que, al menos de forma temporal, leer pasajes de un libro de
Chejov alteraban los rasgos de personalidad de los lectores respecto a si
se leía la misma historia pero de forma neutra, en estilo documental.
David
Comer Kidd y Emanuele Castano, investigadores en la New School for Social
Research en Nueva York, fueron un paso más allá. En un artículo
en Science mostraron que leer la considerada como alta literatura
(sus ejemplos eran Don DeLillo o Alice Munro, entre otros) mejoraba de
forma ligera pero evidente las puntuaciones de los participantes cuando se
sometían a tests de empatía, algo que no sucedía con la considerada baja
literatura, como las novelas románticas de Danielle Steel, o con los libros de
no ficción.
Un
estudio de investigadores de Inglaterra e Italia afirmaba que leer novelas de
Harry Potter ayuda a superar prejuicios hacia grupos discriminados.
Aunque
el estudio recibió algunas críticas, son ya varios los trabajos que
apuntan en la misma dirección. “Nosotros creemos –explica Castano– que la
complejidad de los personajes, que se rebelan a ser estereotipados, obligan al
lector a hacer un esfuerzo para entenderlos como individuos únicos, y eso es
probablemente la causa de los resultados que encontramos”.
Recientes estudios aseguran que la buena literatura mejora la
capacidad de sentir empatía porque es un simulador de la realidad.
De
alguna manera la literatura (la buena literatura) funcionaría como un simulador
de la realidad: un campo de pruebas sin riesgo donde pueden darse y practicarse
condiciones particulares y extremas a las que normalmente no accedemos con
asiduidad.
Incluso un
estudio de 2014 sostenía que leer las novelas de Harry Potter hacía que
los estudiantes mejoraran su actitud respecto a grupos estigmatizados como
inmigrantes o refugiados.
Algunas
conclusiones periodísticas de estas investigaciones afirmaron, extrapolando
estos efectos, que leer ficción puede hacernos mejores personas. Parece una
extensión exagerada, pero Castano no la rechaza:
“Yo creo que la empatía es un componente clave del
comportamiento social y de la moralidad en general. Para mí sí, la empatía te
hace una mejor persona”.
Los
beneficios de la no ficción
La
mayoría de los estudios previos se basaban en novelas o cuentos, pero la
literatura de no ficción también encierra la promesa de múltiples beneficios.
El principal de ellos parece ser –aparte del propio bagaje cultural que
aporten– el aumento de la reserva cognitiva, una especie de colchón neuronal
que protege de desarrollar síntomas como los asociados a las demencias.
Por
ejemplo, en enfermos de esclerosis múltiple cuanto mayor era el
hábito de lectura a la edad de veinte años –tanto de ficción como de revistas,
periódicos o ensayos–, mayor es el tamaño del hipocampo aun con el avance de la
enfermedad, lo cual se relaciona también con una mejor memoria. Curiosamente,
esta asociación no aparecía con otros hobbies como tocar un instrumento, ni
siquiera con el nivel de educación.
La literatura de no ficción aumenta la reserva cognitiva, un
colchón neuronal que protege de síntomas asociados a las demencias.
En otro
trabajo, el llamado estudio de las monjas, se tuvo acceso a los diarios de
juventud de 670 religiosas que habían donado su cuerpo a la ciencia. Tras los
estudios patológicos se observó que aquellas con un lenguaje más rico a los
veinte años –muy probablemente obtenido a través de mayores y mejores lecturas
de todo tipo– mostraban
muchos menos signos de demencia.
Estos
datos están lejos aún de ser definitivos y concluyentes, pero psicólogos como
Castano se muestran convencidos: “Leer
no ficción tiene montones de beneficios, tanto en términos del desarrollo
cognitivo como de su mantenimiento, ¡así como por lo que aprendes al leer!”
La
terapia y el placer
Entonces,
¿tiene sentido
la biblioterapia? ¿Puede desempeñar
un papel en el cerebro? “Sí, creo que puede”, sostiene Castano. “Son beneficios
diferentes a los que mis investigaciones estudian, pero al fin y al cabo leer
ficción es una parte de lo que nos hace humanos”.
Y si no,
e independientemente, siempre nos quedará la experiencia de la lectura. “¿Dónde salvo en la ficción podemos experimentar lo que es ser alguien
de otro género, o vivir en otra época, o haber nacido en algún país lejano?”,
se pregunta Elderkin. Luego añade lo siguiente: “Las novelas ofrecen una
narrativa ampliada, con múltiples capas; requieren tiempo y atención sostenida
para leer y entender y disfrutar. Entrar en una historia de esta forma es tremendamente
relajante para nuestros cerebros fragmentados”.
Eso ya
parece bastante.
Fuente bibliográfica
MÉNDEZ, JÉSUS, 2016. Biblioterapia: el poder de un libro sobre tu cerebro. [en línea]. [Consulta: 1 agosto 2016]. Disponible en: http://www.agenciasinc.es/Reportajes/Biblioterapia-el-poder-de-un-libro-sobre-tu-cerebro.
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