16 may 2008
Epitafio para una biblioteca
En el ensayo El lenguaje de la pasión (Aguilar), Vargas Llosa cuenta su sentimiento de desolación al desmantelarse el reading room (Sala de lectura) de la British Library. Ayer, merced a la oportuna intervención de la directora general del Libro, Alejandra Ramírez, un ejemplar del ensayo llegó a manos de Vargas Llosa, quien estampó su firma justo en el comienzo del artículo "Epitafio para una biblioteca".
Allí dejó inmortalmente escrito: "Para la Biblioteca Miguel Cané deseándole una larguísima vida".
En un tramo de ese artículo conmovedor, el autor dice: "Me he habituado a trabajar en las bibliotecas desde mis años universitarios y en todos los lugares donde he vivido he procurado hacerlo, de tal modo que, en mi memoria, los recuerdos de los países y de las ciudades están en buena medida determinados por las imágenes y las anécdotas que conservo de aquellas...
"En la helada Biblioteca Nacional, de Madrid, a fines de los cincuenta, había que tener puesto el abrigo para no resfriarse, pero yo iba allí todas las tardes a leer las novelas de caballería. La incomodidad de la de París superaba a todas las demás: si uno, por descuido, separaba el brazo del cuerpo, hundía el codo en las costillas del vecino. Allí, una tarde, levanté los ojos de un libro loco, sobre locos, de Raymond Queneau, Les enfants du limon, y me di de bruces con Simone de Beauvoir, que escribía furiosamente sentada frente a mí."
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/cultura/nota.asp?nota_id=998633
Allí dejó inmortalmente escrito: "Para la Biblioteca Miguel Cané deseándole una larguísima vida".
En un tramo de ese artículo conmovedor, el autor dice: "Me he habituado a trabajar en las bibliotecas desde mis años universitarios y en todos los lugares donde he vivido he procurado hacerlo, de tal modo que, en mi memoria, los recuerdos de los países y de las ciudades están en buena medida determinados por las imágenes y las anécdotas que conservo de aquellas...
"En la helada Biblioteca Nacional, de Madrid, a fines de los cincuenta, había que tener puesto el abrigo para no resfriarse, pero yo iba allí todas las tardes a leer las novelas de caballería. La incomodidad de la de París superaba a todas las demás: si uno, por descuido, separaba el brazo del cuerpo, hundía el codo en las costillas del vecino. Allí, una tarde, levanté los ojos de un libro loco, sobre locos, de Raymond Queneau, Les enfants du limon, y me di de bruces con Simone de Beauvoir, que escribía furiosamente sentada frente a mí."
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/cultura/nota.asp?nota_id=998633
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