22 nov 2009
Quemar después de leer
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Uno de los momentos culminantes de la película 'Ágora', la controvertida, exitosa y comentadísima película de Alejandro Amenábar, acontece cuando la famosa y mítica Biblioteca de Alejandría es saqueada por los furibundos cristianos, que se hacen con todos los documentos en ella archivados y les prenden fuego.
La imagen de Hypatia, mujer y figura más destacada de las ciencias y la filosofía de la antigüedad tardía, y de su padre Teón, también conocido matemático y astrónomo, exigiendo a sus esclavos que se hagan con los papiros y rollos más importantes depositados en los anaqueles de la Biblioteca, en un inútil intento por salvarlos de la destrucción, es la imagen de la impotencia, la frustración y la desesperación ante la comisión de uno de esos crímenes de lesa humanidad a la que los hombres de todos los credos, religiones, razas y procedencias nos han acostumbrado desde el origen de la civilización.
En realidad, el saqueo que refleja la película de Amenábar no sería sino uno más de los varios que sufrió la Biblioteca, que ya en tiempos de Julio César habría sido gravemente lastimada tras la derrota de Pompeyo en Farsalia, cuando el enemigo de Roma se refugió en Egipto. De hecho, la leyenda cuenta que Marco Antonio hizo trasladar doscientos mil manuscritos de la Biblioteca de Pérgamo a la de Alejandría, como regalo a su amada Cleopatra y en compensación por los daños sufridos por el tesoro bibliográfico de la ciudad mediterránea.
A lo largo de la historia, el incendio de manuscritos, libros, legajos y tratados sobre las más variadas disciplinas religiosas, técnicas o científicas, tenidas por heréticas o contra natura, ha sido moneda de cambio habitual. Así, el califa Omar mandó destruir miles de libros que supuestamente atentaban contra el Corán y demás preceptos de la religión islámica y, siglos después, tenemos que recordar la quema de libros musulmanes que, el 23 de febrero de 1502, se realizó en la granadina Plaza Bib-Rambla por orden de los Reyes Católicos.
El cine y la literatura, en algunas de sus obras más renombradas, nos han contado estas trágicas destrucciones bibliográficas. Una de las más famosas acaeció en una misteriosa e ignota abadía de los Alpes Italianos, en el siglo XIV, en el marco de la célebre polémica acerca de la pobreza de los apóstoles y, por ende, de la Iglesia en su conjunto, que enfrentó a los franciscanos con el Papado y los influyentes dominicos.
'El nombre de la rosa', dirigida por el francés Jean- Jaques Annaud en 1986, adaptó a la gran pantalla la celebérrima novela de Umberto Eco en la que fray Guillermo de Baskerville y el joven novicio Adso de Melk se ven involucrados en la investigación de una cadena de asesinatos cuyo origen está en un libro considerado maldito, el libro segundo de la 'Poética' de Aristóteles, que estaría dedicado al humor y a la comedia, dando fe de que la risa es un efectivo y potente transmisor de la verdad.
Tesoro bibliotecario
Pocos momentos más intensos en la carrera cinematográfica de Sean Connery como aquél en que consigue introducirse en la gran biblioteca de la abadía y descubre el fastuoso tesoro que alberga: cientos, miles de libros, que ocupan decenas de estanterías, muchos de los cuáles se habían considerado irremisiblemente perdidos. La cara de Connery, feliz y dichoso como un niño pequeño, consigue transmitir el entusiasmo de los amantes de los libros cuando se encuentran con imprevistas joyas bibliográficas de valor incalculable.
Un placer directamente proporcional a la pesadumbre que le causa el devastador incendio provocado por el venerable Jorge cuando, intentando arrancar el libro de Aristóteles de las manos de fray Guillermo, prende una llama que se propaga rápidamente por la abadía, ardiendo el papel y la madera a una velocidad vertiginosa. Como Hypatia en la Biblioteca de Alejandría, el franciscano intentará salvar algunos libros, pero su cara de angustia denota el intenso dolor que le provoca ver cómo, frente a sus ojos y sin que pueda hacer nada por evitarlo, desaparece una parte trascendental de la historia, la literatura y la filosofía generadas por el hombre.
Otros de los grandes enemigos del conocimiento que no se adaptara a su credo, más avanzado el tiempo, fueron los nazis. En su odio contra los judíos y en la defensa del credo de los arios, no dudaron en confiscar y encerrar bajo siete llaves lo que llamaron «arte degenerado» y, por supuesto, estuvieron encantados de organizar su particular aquelarre libresco, en la Bebelplatz de Berlín, el 10 de mayo de 1933, sobre la que Steven Spielberg ironizó en uno de los momentos más humorísticos de su aventurera saga de Indiana Jones, cuando el arqueólogo se dio de bruces con el mismísimo Hitler, que en vez de arrojar el cuaderno cargado de pistas sobre el Grial terminaría firmando un autógrafo en el mismo.
Aunque por razones distintas, en 'El Quijote' también arden libros. Porque las fieles mujeres que cuidaban a Alonso Quijano, cuando vieron la demencia que le aquejó de tanto leer libros de caballería, arramblaron con toda su biblioteca y la redujeron a cenizas, a modo de venganza.
Y precisamente con ese acto purificador y vengativo conecta el personaje de Pepe Carvalho, el detective surgido de la fértil imaginación de Manuel Vázquez Montalbán, cuya costumbre de encender la chimenea de su casa de Vallvidrera quemando un libro indignaba a los progres españoles, que lo consideraban toda una provocación en un país con bajísimos índices de lectura. Para Vázquez Montalbán, dicha inveterada costumbre de Carvalho era una forma de protestar contra esa cultura impostada, cínica y mentirosa de tanto sujeto supuestamente ilustrado que, sin embargo, era notoriamente inmoral en su vida personal y/o profesional. Toda una reivindicación de una vida libre, real y auténtica, fuera de los límites impuestos por la sociedad bienpensante que, proveniente de la dictadura, seguía dirigiendo el destino de los españoles.
El clásico de Truffaut
Aunque, por supuesto, cuando hablamos de quemar libros, obligatoriamente tenemos que referirnos al célebre clásico 'Fahrenheit 451', la novela de Ray Bradbury publicada en 1953, que fue adaptada al cine por Françoise Truffaut en 1966 y cuyo título hace referencia a la temperatura a la que arde el papel.
En esta pesadillesca historia de ¿ciencia ficción?, el protagonismo recae en el cuerpo de bomberos. Unos bomberos cuyo cometido no es apagar fuegos sino que, muy al contrario, su misión es la de quemar libros ya que la lectura ha sido prohibida. El gobierno, velando por el bien de sus ciudadanos, constató que leer no era bueno para la salud: hacía pensar a las personas, las llevaba a cuestionarse las cosas (incluidas las directrices gubernamentales), se angustiaban y, por tanto, no eran felices. Por eso, la lectura quedó proscrita y tener libros era un delito.
Sin embargo, Guy Montag, uno de esos bomberos, es un amante de los libros, atesorador de una inmensa biblioteca que, por razón de su trabajo, se ve obligado a incendiar, en uno de los momentos más intensos de la historia del cine. Sin embargo, consigue salvar un libro y, desde ese momento, tiene una misión: memorizarlo palabra por palabra, íntegramente, hasta convertirse él mismo en un Hombre Libro, de forma que, aunque desaparezca el soporte material, su espíritu siga vivo. Y precisamente de 'Fahrenheit 451' me acuerdo siempre que oigo hablar del libro electrónico, ese e-book que, por fin, parece abrirse paso en el mercado editorial español.
Si la popularización del DVD y el Home Cinema para ver películas o el auge de los MP3 y los archivos digitales para escuchar música a través del ordenador han sido aceptados sin mucha dificultad, integrándose a nuestra vida cotidiana sin generar grandes rechazos, lo del libro electrónico parece más controvertido, más impopular, como si admitirlo fuera una especie de traición al libro de siempre, al papel, a la imprenta.
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