27 feb 2016
El oficio bibliotecario
A Jone Lajos
En
un época de austeridad preguntarse para
qué sirve un bibliotecario tiene inevitablemente aires de amenaza. El mero
hecho de plantear esa pregunta parece el preámbulo de algún recorte. Pienso,
por el contrario, que la mejor defensa que puede hacerse del propio oficio,
cuando la aceleración de las cosas amenaza con volverle a uno completamente inútil, consiste en
descubrir qué puede hacerlo necesario en las nuevas circunstancias.
Por
lo demás, tratándose de un oficio tan antiguo, no tiene nada de extraño que
quienes trabajan como bibliotecarios y bibliotecarias se vean asediados por una
perplejidad paralela a las transformaciones que han ido experimentando las
propias bibliotecas: han sido sacerdotes, soldados, funcionarios, almacenistas,
virtuosos de las nuevas tecnologías... Los bibliotecarios han tenido que ir reinventado su oficio en múltiples
ocasiones. El creador de la biblioteconomía como ciencia moderna en el
siglo XIX fue un trabajador reconvertido, Martin Schrettinger, un ex monje
benedictino que pasó del convento a la Bayerische
Staatsbibliothek (una biblioteca en las que, por cierto, tantas horas pasé
siendo estudiante). El problema al que tuvo que enfrentarse era algo más serio
que un cambio de hábitos y destino personal; se trataba de que el tamaño de las
bibliotecas las estaba convirtiendo en algo inútil. A él se debe la invención
del catálogo, la idea de que un
libro debía poderse encontrar en el menor tiempo posible lo que, en última
instancia, posibilitaba la transformación de un museo en una verdadera
biblioteca.
Hace
unos años Anne-Marie Chaintreau y Renée Lemaître estudiaron el modo como las
bibliotecas y sus profesionales eran reflejados en la literatura y el cine
modernos. Un repertorio estable de palabras, imágenes, juicios, comparaciones
parece surgir automáticamente en cuanto se muestra una biblioteca o se pone en
escena un bibliotecario, ciertos rasgos elementales que funcionan como signos
de identificación y reconocimiento.
Los
novelistas tienen una cierta tendencia a exagerar los defectos más que las
cualidades en figuras como los médicos, los juristas, los curas o los
funcionarios. Los bibliotecarios no son una excepción. Pues bien, la mayor
parte de los relatos agudizan el estereotipo que hace de las bibliotecas
lugares aburridos y a sus empleados personajes secundarios, con moño o calva (según el sexo), casi
siempre con gafas, solitarios y de simpatía más bien escasa. Los hay
expertos en clasificación que se transforman en obsesos del orden,
catalogadores que se hacen maníacos de la ficha, otros cuya memoria prodigiosa
les hace parecer locos cuando recitan de memoria lugares complejos, hay quien
es acusado de no hacer nada útil porque se limita a leer... El justo medio no
ha sido nunca ni pintoresco ni novelable y a las exageraciones se les saca un
mayor partido narrativo.
Los
relatos que tienen lugar en las bibliotecas han experimentado una cierta
evolución: en muchos de ellos las bibliotecas dejan de ser lugares oscuros y
cerrados, destinados únicamente a la meditación, y se convierten en lugares
propicios a la aventura y la intriga. El amor y el crimen penetran en las salas
de lectura y perturban la atmósfera rancia de la erudición; de lugares que
remiten al pasado pasan a ser puntos de partida de sueños extraordinarios y
futuristas; los bibliotecarios timoratos y pusilánimes terminan convirtiéndose
en detectives... Pero no deberíamos dejarnos engañar, porque si el cine los ha
convertido en escenarios de trepidantes acciones es porque habitualmente no lo
son y están destinados a todo lo contrario, a fomentar tan sólo la aventura de
la reflexión, que a la mayor parte de la humanidad le dice más bien poco. El
fenómeno literario de hacerlas lugares emocionantes no hace otra cosa que
subrayar su carácter habitualmente aburrido, como espacio donde no se crea sino
que se recoge la creación de otros, donde no pasa nada ni se decide nada
importante.
Pero
el rasgo que más destacaría del actual oficio bibliotecario es que sean capaces
de sobrevivir en medio de una concentración tan grande de estímulos que invitan
a leer. Si cedieran a la tentación de leer, no harían lo que deben hacer. Los
usuarios de bibliotecas miramos a los bibliotecarios como los golosos a los
pasteleros, preguntándonos cómo estos últimos pueden mantener esa indiferencia respecto
de los dulces para no sucumbir ante ellos. Si no les corresponde leer, menos
aún están obligados a opinar sobre la verdad o el error que los libros puedan
contener. Anatole
France, que fue un gran escritor y un gran bibliotecario, consideraba que el
bibliotecario sólo puede mantenerse cuerdo entre tantos libros que se
contradicen si no piensa, si es capaz de "vivre catalogalement”.
Esa
indiferencia no ha sido siempre bien entendida y a veces puede ser vista como
si en el fondo de la profesión bibliotecaria hubiera una cierta hostilidad,
hacia los libros y hacia los lectores. Probablemente este sea el origen del
tópico que considera al bibliotecario como un ser maniático que crea
voluntariamente sistemas complejos para hacer inaccesibles los volúmenes o para
acreditar su poder sobre los lectores y sobre los libros.
Cuando
yo era estudiante circulaba entre nosotros el reproche de que las bibliotecarias y los bibliotecarios estaban
ahí para dificultar el acceso a los libros y por eso resultaban casi siempre
personas gruñonas. En aquella maledicencia había un punto de verdad. Que
facilitaban el acceso era una evidencia, pero que nos lo impidieran
ocasionalmente parecía una rareza o un abuso de autoridad. Con el
paso del tiempo he ido comprendiendo que interponer esas dificultades para
hacerse con un libro formaba parte de la nobleza de su oficio; dificultaban el
robo, las pérdidas, el préstamo ilimitado o el maltrato de los libros, pero su
escasa generosidad también podía entenderse como una estrategia para
protegernos del exceso de libros.
Hay
una contradicción en el oficio bibliotecario, un equilibrio inestable que
siempre me ha parecido digno de admiración: conseguir que los libros sean
asequibles y protegerlos del daño que pueden causarles sus lectores. Pero hay
otra aparente contradición que todavía resulta más extraña, seducidos como
estamos por la posibilidad de que el mundo se organice sin mediaciones: están al servicio de la accesibilidad, pero
para hacerla real tienen que reducir su alcance. Cuando un bibliotecario o
una bibliotecaria alejan o esconden ciertos libros para que otros nos resulten
más accesibles, cuando seleccionan, destacan o recomiendan, formalmente están
haciendo algo muy parecido a lo que pretendieron los enemigos de los libros, pero
así consiguen lo contrario que aquellos fanáticos: protegen el libro de los
saquedores y nos protegen a nosotros de su excesiva cantidad.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/10/23/babelia/1445594014_418825.html
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5 comentarios :
Alguien podrá informarle a la autora de la nota que se actualice en gramática y deje de usar "bibliotecarios" y bibliotecarias"? gracias.
http://www.rae.es/consultas/los-ciudadanos-y-las-ciudadanas-los-ninos-y-las-ninas
Los ciudadanos y las ciudadanas, los niños y las niñas
Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos: Todos los ciudadanos mayores de edad tienen derecho a voto.
La mención explícita del femenino solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto: El desarrollo evolutivo es similar en los niños y las niñas de esa edad. La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos.
El uso genérico del masculino se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto. Así, los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones.
Muchas gracias por el aporte
Extraña y sorprendente descripción de un bibliotecario. Aunque a mi parecer aún hizo falta mencionar que los bibliotecarios se ven ahora como "objetos raros", como una profesión en vía de extinción si lo analizamos desde el punto en que la tecnología está desplazando el uso de los libros. Lamentablemente, ahora las bibliotecas cada vez se ven más solitarias, y tanto a las personas que las visitan, como a los mismos biblitecarios se les ve con extrañeza. Nuestra sociedad de la inmediatez está volviendo a los jóvenes perezosos, tanto para leer como siquiera para buscar un libro. Esperemos que esta hermosa profesión y todos aquellos quienes la ejercen logren despertar nuevamente el amor por la lectura. Andrea Vásquez
En esta lectura tenemos una clara descripción de como un Bibliotecario realiza una labor tan hermosa y llena de muchos aportes para la educación de muchos. Es una profesión de admirar y de enaltecer
Interesante descripción sobre el oficio del bibliotecario. Aunque la labor de un bibliotecario me parece fascinante y que va mucho más allá de ser quien resguarda el conocimiento impreso, creo que en el momento actual esta labor se ve afectada por el auge que tiene la Internet, si a esto le sumamos que los modelos educativos actuales están olvidando para qué sirve una biblioteca, entonces lo que nos queda es una generación de personas que por su amor al "camino fácil y rápido" han dejado de lado el cúmulo de sabiduría y experiencias que pueden hallar en los libros; todo esto hace que el oficio de bibliotecario tenga que enfrentarse a nuevos retos para promover y mantener, por no decir recuperar, el amor por la lectura y el uso de las bibliotecas en un mundo cada vez más digital. Un reto nada fácil de superar pero no imposible; se requiere creatividad, ingenio y capacidad de innovación para volver a dar a hacer de la biblioteca el "tesoro" del conocimiento.
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