23 mar 2016
Resurrección del libro
Por: Miguel-Anxo Murado
Como dijo Mark Twain cuando publicaron su esquela antes de tiempo, las noticias de la muerte del libro han resultado ser exageradas
¿Alguien se acuerda de cuando se daba por
hecha la muerte del libro en papel? Los gurús digitales lo condenaban como un
anacronismo que en pocos años sería reemplazado por el libro electrónico. Si
alguien lo ponía en duda, le trataban de romántico, en plan insulto.
Han pasado los años y el hecho es que
después de crecer muy rápidamente, como casi todo lo que parte de cero, los libros digitales se estancaron en
seguida -en España, apenas sobrepasan el 5 por ciento del mercado-.
Ahora las ventas han empezado a caer en casi todo el mundo, hasta el punto de
que en Gran Bretaña se han dejado
de vender los dispositivos para leerlos, los e-readers, porque ya no hay
demanda. Incluso la multinacional Amazon, que lanzó una campaña global para
convencernos de que comprásemose-books -y le resolviésemos así su problema
de costes y almacenamiento-, está ahora abriendo librerías por todo el mundo
para vender libros en papel.
El libro impreso, mientras tanto, está
creciendo otra vez, superado el bache de la recesión económica, que era lo que
realmente le estaba causando problemas. Como dijo Mark Twain cuando publicaron
su esquela antes de tiempo, las noticias de la muerte del libro han resultado
ser exageradas.
Dan ganas de hablar ahora de la muerte del libro digital, pero
sería caer en la misma equivocación. El
libro electrónico tiene su nicho comercial y lo conservará. Para algunos
géneros (enciclopedias, informes, anuarios) y algunos usos (leer en el metro,
de pie o en cama) puede ser más útil que el libro de papel. Era un debate sin
sentido y sigue siéndolo.
Me parece más interesante, en cambio,
preguntarse el porqué de esta resistencia del libro. No es una cuestión
romántica como el revival de los discos de vinilo, que no pasa de ser
un culto nostálgico minoritario. El libro resiste por motivos prácticos. Para
empezar, tiene la ventaja de ser un objeto. Como tal, despierta el deseo de
posesión, mientras que un libro electrónico no deja de ser simplemente un
archivo informático, una abstracción invisible hasta que uno lo abre.
La portada y el formato del libro en papel,
a los que tantos esfuerzos han dedicado siempre los editores, funcionan como
reclamos y anclas de la memoria, individualizan el texto, le proporcionan una
personalidad. A cambio, el e-reader ofrece la posibilidad de llevar
en un dispositivo cientos de libros digitales. Pero leer no es como escuchar
canciones que duran como media tres minutos. La lectura requiere un cierto
compromiso de tiempo y concentración profunda, por lo que tener acceso a
cientos de libros, salvo que uno esté escribiendo una tesis doctoral, es
innecesario, incluso un estorbo.
Y luego está el acto mismo de leer. Los
estudios que se han hecho apuntan a que se recuerda con más facilidad lo leído
en papel, algo que a estas alturas todos hemos podido experimentar. La posición
del texto en la página funciona como un mapa mental y el cuerpo completo de las
letras en tinta se imprime, quizás, mejor en la memoria que los píxeles de una
pantalla.
Pero, sobre todo, un libro es un objeto
simple. Como el cepillo de dientes o el exprimidor de naranjas, ofrece ventajas
que sus variantes eléctricas no pueden replicar. No requiere instrucciones ni
mantenimiento ni recarga ni está sujeto a cambios de formato. Incluso si se
deteriora es fácil y barato de reemplazar. Y esa es, pienso yo, la lección más
profunda del debate sobre la muerte del libro: que a la hora de valorar una
tecnología que ha existido durante muchos siglos hay que tener cuidado de no
confundir lo anacrónico con lo eterno, porque a veces se parecen.
Fuente bibliográfica
MURADO, MIGUEL-ANXO, 2016. Resurrección del libro. La Voz de Galicia [en línea]. [Consulta: 24 marzo 2016]. Disponible en: http://www.lavozdegalicia.es/noticia/sociedad/2016/03/05/resurreccion-libro/0003_201603E5P60991.htm.
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