Por: Diego Otero
En esa inquietante metáfora de las relaciones entre el conocimiento humano y el infinito que es “La biblioteca de Babel”, Borges imaginó un espacio que contenía todos los libros posibles. En muchos sentidos, Internet es la realización de ese espacio imaginado, solo que acá no hay bibliotecarios. Es decir, no hay quien se ocupe de administrar con pasión esos volúmenes e intuir un orden en el desorden. En el 2004 la corporación Google empezó a desarrollar su programa Google Books, con el que pretende construir el más vasto campo de divulgación digital de la palabra escrita. Cinco años después, un tumulto de protestas y cuestionamientos pone en jaque las ambiciones del más célebre de los buscadores informáticos. ¿Qué está sucediendo exactamente?
Jugar o no jugar monopolio La historia es más o menos así. El 2004 Google realiza una serie de contratos con algunas de las más grandes bibliotecas públicas del mundo. El buscador informático se compromete a escanear y digitalizar los libros gratuitamente, y a devolverle a cada biblioteca una copia digital de su archivo. Hasta ahí todo bien. El 2005 el gremio de autores y la asociación de editores americanos se unen y abren una demanda a la corporación por copiar material bajo derechos de autor (fragmentos, no libros enteros) y ofrecerlo en línea. Luego de una serie de negociaciones, en octubre del año pasado, finalmente, se llega a un acuerdo. Entre otras cosas, Google destinaría una cantidad inicial de 125 millones de dólares para indemnizar a los autores cuyos derechos hayan sido violados.
Ese acuerdo debería ser ratificado por un juez en junio de este año, pero es tal la cantidad de objeciones que la decisión ha sido pospuesta hasta octubre (la idea es que el juez reciba nuevas objeciones hasta setiembre, y pueda llegar a una conclusión más justa o equilibrada). Una de las objeciones más sólidas incide en el peligro de que Google sea la única empresa con una licencia explícita para ofrecer por vía digital los libros del siglo XX; libros que, por un lado, gozan de derechos de autor pero que no están en circulación; y, por el otro, los llamados libros huérfanos, es decir, aquellos protegidos por derechos de autor pero cuyos titulares no han sido identificados. La pregunta obvia es: ¿cómo así una corte permite a una empresa tener el monopolio de todos esos libros?
Otras objeciones En declaraciones a la prensa, Brewster Kahle, representante de Internet Archive, una de las más importantes instituciones sin fines de lucro dedicadas a construir una biblioteca virtual, afirmó que el gremio de autores y la asociación de editores americanos convocaron una demanda colectiva. Es decir, una demanda que pretendía representar a “todos aquellos involucrados en los libros del siglo XX”. El problema, claro, es que no solo entablaron esa demanda por daños ya infligidos, sino que plantearon las reglas para negociar en el futuro. Lo que significaría, en otras palabras, que se pretende establecer todo un nuevo régimen de derechos de autor definido en relación con las necesidades y los proyectos de Google. ¿Estaríamos, entonces, no solo frente un monopolio sino a un sistema legal prácticamente hecho a medida?
El escritor peruano Iván Thays, a través de su blog (notasmoleskine.blogspot.com), subrayó en su momento otra de las objeciones. Una que atañe directamente a los autores. En los últimos meses, luego del acuerdo ya mencionado, Google lanzó una enorme y curiosa campaña internacional —a través de los más diversos medios de prensa, invirtiendo varios millones de dólares— en la que solicitan a todos los escritores que se contacten con ellos (y no al revés, como sería lo habitual y lógico) para evitar ser digitalizados y colgados en línea. Pero eso no es lo más raro. “Si no lo hace en un plazo relativamente breve”, comenta Thays, “dan por “sentado” que el autor está conforme en ser digitalizado y pueden hacerlo libremente y, además, no tienen ningún reparo en hacer negocio luego con esa versión”.
¿Book stars on tour? El futuro de los libros es digital y en línea. Eso está claro. Pero suena más que peligrosa la posibilidad de que exista una sola gran biblioteca de bibliotecas en la red, controlada por una sola gran corporación. Como dice Kahle: “Si ellos van a ser la biblioteca con la que crecerá la siguiente generación, entonces podrán decidir quién tendrá acceso a los trabajos, y si sucede que uno está leyendo un libro, entonces ellos necesariamente lo sabrán”. ¿Alguien mencionó a Orwell? El “affaire” de Google es, finalmente, una cuestión de poder y posibilidades de competencia. Pero lo más probable es que con los libros suceda lo mismo que con la industria musical. Con la salvedad de un detalle: el escritor y el editor no podrán hacer exitosos conciertos para promocionar el libro que correrá, como los discos, por los programas para compartir información que ya hoy ofrece Internet. ¿De qué comerán entonces?
ARCHIVOS DEL FUTURO El programa de búsqueda de libros de Google —books.google.com— viene creando desde hace algunos años un gran archivo, a la manera de una biblioteca virtual. Para construir este archivo, Google se ha asociado con varias bibliotecas del mundo, y ha planteado un programa de afiliación para autores. De aprobarse finalmente el acuerdo entre la corporación y los demandantes (ver artículo), Google podrá mostrar ya no solo fragmentos de los más de siete millones de libros descatalogados con que hoy cuenta su archivo, sino ofrecer a la venta versiones digitales de esos mismos libros. Pero no solo eso. Google Books servirá también como una base de datos para los libros que circulan hoy día: a través del buscador uno podrá acceder a una vista previa del libro y, eventualmente, podrá adquirirlo.
Fuente: http://www.elcomercio.com.pe/impresa/notas/biblioteca-absoluta/20090510/284460
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