10 may 2009
De la lectura y su contagio
La lectura resulta indispensable: es práctica decisiva en la configuración del individuo y en la hechura de una sociedad en la que tanta importancia se da al saber. No debe extrañarnos. Y es que, por más que pueda parecer extraño en estos tiempos donde todo parece dominado por las nuevas tecnologías de la información, sigue siendo el libro la mejor expresión del espíritu creador del individuo y, por esto mismo, excelente portador de placer, de cultura o de ciencia. De conocimiento, en suma.
Así las cosas, parece razonable que se haga lo posible por convertir la lectura en herramienta de uso corriente; y más tratándose de una actividad enormemente compleja en la que hay que poner en juego factores lingüísticos y cognitivos para comprender los mensajes y, con ello, hacer posible el aprendizaje. En el bien entendido, claro está, de que lo primero que corresponde hacer es acercarse a la lectura literaria, por ser la que más puede contribuir a generar en los más jóvenes la afición a leer. Como es también la que más hace por su enriquecimiento personal. No en vano les pone en contacto con la capacidad creadora de personalidades de tanta entidad como Miguel de Cervantes, Robert Louis Stevenson o Gabriel García Márquez, por no hablar de Herman Melville, de Joseph Conrad, de Flaubert o de Claudio Rodríguez, por mencionar sólo algunos.
De su mano se internan en mundos elaborados donde se ofrecen no sólo imágenes o interpretaciones del mundo; sino también territorios nunca imaginados por donde aparecen aventuras y personajes enormemente atractivos que, al tiempo que salen a su encuentro para emocionarles, van ofreciendo otras cosas de gran valor también en su formación: en especial, capacidad lingüística y experiencias de vida que sirven para orientarles y dar respuesta a muchas de sus preguntas. En fin, la literatura como sueño y reflexión; feliz descubrimiento que nos lleva más allá de una cotidianidad siempre limitadora.
Afianzada la lectura literaria, será más fácil aproximarse a la que dé cuenta de los más diversos saberes. Y será también entonces cuando se pongan de manifiesto todas sus virtualidades: la posibilidad no sólo de acercarse al conocimiento y al disfrute, sino también de incrementar las formas sintácticas y de enriquecer el vocabulario -"instrumento básico en el desarrollo de la inteligencia y la expresión", según de M.A. Marzal-; o, lo que viene a ser lo mismo, de perfeccionar la competencia y el uso de la lengua, ese instrumento tan determinante en el aprendizaje y en el propio hacerse del individuo. O en su socialización.
En fin, práctica enormemente valiosa que, sin embargo, está siendo hoy arrinconada por la presencia descomunal de los medios informáticos y audiovisuales, lo que no hace más que mermar la competencia lingüística de los individuos. No es de extrañar que, en el ámbito educativo, los alumnos presenten déficits que complican la comprensión de los discursos -ese proceso de elaborar críticamente significados en la interacción con el texto, del que habla J. David Cooper- y, por esto mismo, entorpecen el aprendizaje en su conjunto. Con un panorama así, no hay más remedio que acudir a la lectura. El gran cambio educativo, según Alvaro Marchesi; y es que sólo convirtiendo la Educación Primaria en una comunidad de lectores se podrá transitar de manera apropiada por todo el tramo obligatorio del sistema educativo.
Curioso. Resulta chocante que sea en esta sociedad del conocimiento, tan dependiente de la lectura para acceder al saber, donde más carencias se generen merced a la omnipresencia de estos medios técnicos. A la vista de todo esto, y sin negar su valor en sí o como medios de aprendizaje, parece necesario fomentar o contagiar el hábito lector. Y para ello, todo lo que se haga es poco. Desde multitud de ámbitos. Por supuesto, desde las viejas librerías, esos fascinantes lugares donde el librero se revela como intermediario único entre el libro y el lector. Pero también desde las bibliotecas públicas, de tanta importancia en el fomento de la lectura, como revela el hecho de que sean los países más desarrollados los que dispongan de las mejores bibliotecas públicas, con programas de sensibilización y de apoyo a la misma.
O, cómo no, desde los clubes de lectura o las instituciones más clásicas: la familia y la escuela. Hay que reconocer que, en esto, la institución familiar es terreno enormemente fértil; no en balde es la que más valor tiene en la transmisión de hábitos culturales, como se encarga de recordarnos Gil Calvo. Precisamente en ella se aprenden valores, costumbres y buenas conductas. Incluso a hacer los deberes escolares. Determinante función educativa, sin duda. Lo malo del caso es que no sea siempre así, y que haya familias que, por desinterés o por encontrarse en situación de marginalidad socioeconómica, aporten poco a la educación de sus hijos. Y son demasiadas. La prueba está en que, según el Instituto de Evaluación, un 40% de los padres de alumnos de Primaria y un 66% de Secundaria "no hablan de sus estudios con sus hijos frecuentemente".
Con todo, y al margen de la implicación de los padres en su tarea, se revela también la institución escolar como lugar apropiado para la lectura mediante la creación de espacios para el libro: para el que se lee y para el que se consulta. Por cierto, lugar en el que, también hay que decirlo, aún queda mucho por hacer. No hay más que ver la entidad de nuestro fracaso escolar, al que no es ajena la dificultad en la comprensión lectora. Así lo dicen los estudios al efecto. Como es el caso de la reciente evaluación realizada por el Ministerio de Educación, o del "Estudio Internacional sobre el Progreso de Capacidad de Lectura", llevado a cabo por el Boston College, y en el que España queda en el puesto 26 de 40 países analizados.
A la vista está que aún queda una enorme tarea por delante. Que todas estas entidades se han de comprometer en esta noble empresa de contagiar la afición por una actividad individual, íntima, que propicia tareas básicas en la conformación de los individuos: la comprensión y el conocimiento del mundo. Imprescindibes para transitar por esta sociedad de la información o del conocimiento.
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