7 may 2009
Leer: ¿Cosa de ayer o falta de motivación?
“Había una vez, hace ya varios años, una población que leía”.
Esta frase podría ser el principio de un cuento, pero –por desgracia- no hay nada de fantasía en ella, es la realidad. Antes de que la vida de la gente se convirtiera en una carrera contra el tiempo, antes de que la computadora copase la vida de las personas, existía el hermoso y sano hábito de la lectura. El libro era no sólo una compañía, sino, además, un amigo que enseñaba, abría mundos fantásticos, nos ayudaba a crecer, a imaginar, a abrir nuestra mente.
Había una vez, también, unos papás que leían cuentos a sus hijos y –desde que eran chiquitos- los hacían disfrutar de este mágico mundo que es la lectura. Había tiempo, se vivía diferente y se leía. Obviamente que existían muchas menos formas de entretenimiento que ahora, eso ayudaba también a que el libro ocupara un papel protagónico en la historia de las personas.
La vida cambió para todos, incluso para los niños, se ha convertido en una vorágine de actividades que no deja tiempo suficiente para sentarse a disfrutar de un libro. Tal vez, este fenómeno se observa más en los niños y jóvenes que en los adultos. La mayoría de los niños no disfruta del hecho de sentarse a leer. Imaginen: ¿a cuántos les podría gustar recibir como regalo un libro? No creo que a muchos, sinceramente. Utilizan sus horas libres para chatear, jugar con la computadora, entre otras cosas. Incluso, cuando deben buscar el significado de una palabra, ya no acuden al diccionario “clásico” (entiéndase el libro que se tomaba entre las manos), ahora se encuentra en la computadora.
Y sí, los libros parecieran estar “en baja”, cotizan mal en la bolsa, por decirlo de alguna manera. Es una verdadera pena perder este hermosísimo hábito de sostener un libro con las manos y disponernos a descubrir lo que tiene para decirnos, para enseñarnos, incluso para dejarnos llevar adonde él quiera.
Repito, este fenómeno se ve más en nuestros niños y jóvenes, y es realmente preocupante:
La escuela quiere que los alumnos lean, pero no logra que quieran leer. Teniendo en cuenta los últimos resultados del ONE (Operativo Nacional de Evaluación 2005), en Lengua, especialmente en competencias lectoras, puede observarse el alto porcentaje de alumnos que se encuentran en el nivel más bajo; del mismo modo, puede comprobarse que esos resultados son proporcionales con el nivel socioeconómico del alumnado.
También de la evaluación de PISA 2006 (Program for internacional students assesment), la Argentina detenta, sobre los seis países latinoamericanos que participaron de la muestra, el nivel más bajo en lectura.
Es necesario, entonces, repensar nuevas estrategias para lograr una mejor enseñanza de la lectura en la escuela, que logre lo que la verdadera pedagogía de la lectura persigue: sembrar el deseo de leer (1).
El Ministerio de Educacion de la Nación, consciente del lugar que NO ocupa la lectura en nuestros niños, ha lanzado el llamado PLAN LECTURA, que se lleva a cabo en las escuelas, con el fin de que los chicos retomen este hábito. Más allá de que este plan sea por demás interesante y necesario, y que el gobierno se haga cargo de sus niños, algo tenemos que hacer nosotros.
La familia es siempre la primera formadora. Tal vez los papás tampoco tengamos la costumbre de leer, pero ello no implica que no les inculquemos a nuestros hijos que lo hagan.
Leer es mucho más que tener un libro en las manos. Es tomarse un tiempo para uno, es detener la vorágine de la vida para “alimentarse por dentro”, es asombrarse, divertirse, aprender, elevarse, abrir nuestros horizontes. Somos el libro y nosotros, nadie más. Leer a nuestros hijos, cuando todavía no pueden hacerlo por sí solos, es también un momento mágico, un acto de amor, donde no sólo los ayudemos a dormir con una linda historia, sino que, compartiendo un espacio de intimidad, les enseñemos a amar la lectura.
Quizá la más gratificante y eficaz estrategia para transmitir el gusto por leer es la lectura en voz alta. La voz de quien lee acerca a los otros, vence la distancia que a veces separa de la página, del libro cerrado, a un niño que aún no sabe leer o a un adulto que hace mucho o nunca ha leído por gusto. Así, la voz abre el libro e inaugura el camino de la lectura. Es una fuerza que trasciende, quizá porque al leer todo lo que somos llega a la voz: la lectura está cargada de nuestra intimidad. De ahí que la lectura en voz alta, además, fortalezca los vínculos entre quienes escuchan y quienes leen, expresa Carmen Bravo, de Fundalectura, Colombia (2).
Cuando abandonamos el hábito de leer o no lo adquirimos, perdemos mucho más de lo que creemos. Reflexionemos sobre este tema, que no es un tema menor, contribuye al crecimiento del ser humano y a su desarrollo. Comencé la nota como quien comienza un cuento. Me gustaría terminarla también como si fuera un cuento y pensar que tendrá un final feliz. Un final, donde el libro y el lector (tenga la edad que éste tenga) se reencuentran y son felices por siempre.
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