14 ago 2012
Cómo enseñar a los niños a odiar la lectura
Por: Kepa Osoro
El autor previene a padres y madres para que no provoquen
en sus hijos aversión por la lectura; les recomienda no comparar los hábitos
lectores de sus hijos con los suyos propios a su edad; les advierte que deben
respetar sus gustos, entre los que destaca el cómic, un género que muchos
adultos rechazan por no considerarlo literatura. También considera que
forzarles a leer es contraproducente, del mismo modo que es erróneo proponerles
la lectura como alternativa a otros entretenimientos como la televisión.
Presentar el libro como alternativa a la TV
Ésta es, quizá, una de las estrategias más eficaces para
que nuestros hijos se alejen cabezonamente de los libros. Por un lado, porque
para ellos la televisión es uno de los inventos más maravillosos y útiles de la
historia de la humanidad. Y, por otro, porque los chicos no son tontos y
piensan: «Oye, papi, si te parece que ver la tele es perder el tiempo, ¿por qué
mamá y tú os pasáis todos los días varias horas delante del televisor?»
Además, somos tan poco delicados con sus gustos y
aficiones que les decimos que tienen que leer en vez de mirar la tele, que han
de coger los libros de la escuela «... en lugar de perder el tiempo con esas
estupideces». ¡Viva el respeto a las ideas ajenas!
Para los niños la
TV no es una «estupidez» sino un entretenimiento divertido,
ameno y útil. Tal vez objetivamente sea cierto que le dedican más tiempo de lo
necesario, o que se refugian a veces «en aquel estado de semiinconsciencia en
el cual el telespectador cae después de cierto tiempo, y del que es síntoma la
total pasividad con la que acepta cualquier programa de la pequeña pantalla,
sin escoger y sin reaccionar».
Pero no podemos olvidar que los méritos educativos de la TV superan a sus deméritos:
enriquece el punto de vista, nutre el vocabulario, acerca una cantidad
inverosímil de informaciones, enriquece el bagaje cultural de los niños… Sí, no
seamos obtusos: ¡en cuántas casas el encefalograma cultural es absolutamente
plano! Aunque sea discutible su calidad, la tele transmite cierta cultura.
Y no olvidemos que desde el punto de vista psicológico,
negar una distracción, «una ocupación placentera (o sentida como tal, que es lo
mismo), no es el modo ideal de hacer que se prefiera otra: será más bien el
modo de echar sobre esta otra una sombra de fastidio y de castigo».
Enfrentando los libros a los cómics
Cuántas veces escuchamos de pequeños a algún adulto
sabiondo escupirnos la frasecita: «¡Deja de leer tebeos, que son una tontería!»
Nuestro maestro o nuestro padre amenazaba: «¡Te quemaré todos los tebeos si no
te veo leer!». «¿Sólo un suficiente en lengua, eh? A partir de mañana
se acabaron los tebeos»...
Hemos olvidado lo mal que nos sentíamos cuando nos
prohibían abrir la páginas de El guerrero del antifaz, Corto Maltés, Flash
Gordon, Tintín, El Capitán Trueno, Mortadelo y Filemón… Y ahora somos
nosotros los que castigamos a nuestros hijos sin leer sus tebeos de Bola
de Dragón, Spiderman o Sinchán.
En este caso prohibir no sirve para nada porque acabarán
leyendo tebeos escondidos en el cuarto de baño como hacíamos nosotros, o en
casa de un amigo.
Los cómics no pueden ser considerados en sentido estricto
un subgénero de la literatura, pero su función de puente hacia lecturas más
canónicas es indiscutible. En medio de las cenagosas y obligatorias lecturas
escolares, las aventuras de los tebeos suponen una ventana por la que penetra
un mundo fantástico e ilusionante.
Verne, Salgari, Gordon, Blyton, Agatha Christie… han sido
para muchos de los adultos de hoy la lectura más estimulante, más instructiva y
probablemente la más educativa de su infancia, aunque los críticos literarios
podrían hablar de «subliteratura».
El cómic –nos recuerda Rodari– «posee la función de
nutrir y alimentar la necesidad de aventuras, de comicidad de rápida
consumición y renovación constante: es manejable, es económico, es cambiable.
Los niños no tienen necesidad sólo de buenas lecturas».
No existe relación de causa-efecto entre la lectura de
tebeos y el rechazo de los libros «de verdad»: todos conocemos chicas y chicos
(también adultos) que leen mucho y con la mano izquierda cultivan también el
huertecillo de los tebeos.
Cuando yo era joven los chavales leíamos más
A menudo tenemos la tentación los adultos (y raras veces
la resistimos) de añorar nuestra infancia porque guardamos de ella un recuerdo
distorsionado por el paso del tiempo y la necesidad de idealizar lo que no
tenemos. La memoria es una aduladora y engaña hábilmente, pero es difícil darse
cuenta de ello.
¡Cómo se leía cuando éramos pequeños! ¿De verdad?
¿Cuándo? ¿Hace cien años, cuando la mayoría de los españoles eran analfabetos?
¿Hace cuarenta años, cuando varios millones ni siquiera sabían leer? Además,
los que leían más eran los hijos de la burguesía, porque lo que es el resto de
los mortales, trabajadores y clase miserable, no tenía dinero para comprar unos
libros que no poseían ni siquiera un aspecto medianamente atractivo porque sus
ediciones eran en muchos casos vulgares y cutres.
«Antes había buenos libros para los niños». No intentemos
que nuestros hijos añoren un pasado que no es el suyo porque no pueden
identificarse con la nada. Y, volvemos a recordar otra incoherencia adulta:
«Papi, si los libros que tenías de pequeño eran tan buenos y te gustaban tanto,
¿por qué no conservas ninguno?».
Los niños de hoy teneis demasiadas distracciones
«…Y por eso leéis tan poco». La catastrófica organización
del tiempo libre de nuestros hijos no es la causa de que no lean. Unas veces el
tiempo libre no es más que «tiempo vacío», tiempo desaprovechado porque los
padres no enseñamos a nuestros pequeños a convertirlo en un ocio creativo y
estimulante.
Otras veces su tiempo libre, el no ocupado por las tareas
escolares, se barniza con una neurótica obsesión por las «clase de…»: les
obligamos a aprender informática, piano, inglés, ballet, artes marciales,
danzas húngaras… ¿Cuándo tienen un ratito para abrir un libro de Literatura
Infantil con la garantía de no quedarse dormidos por el agotamiento?
En muchas de nuestras ciudades no hay espacios para
jugar, ni espectáculos medianamente creativos y enriquecedores para niños, ni
bibliotecas, ni cosas por el estilo. En nuestras casas urbanas no hay sitio
para el cuarto de los niños entendido como espacio íntimo e infranqueable...
Sí, es cierto, hoy en día hay más distracciones, pero su
compatibilidad con los libros puede ser factible pues no depende «del número y
de la calidad de los pasatiempos (es decir, de las ocupaciones más libres y por
esto más queridas, y por esto de mayor eficacia educativa) sino del lugar que
el libro ocupa en la vida del país, de la sociedad, de la escuela».
Echando la culpa a los niños de que no prefieren los libros
Echar la culpa a los niños, además de fácil, es
comodísimo, porque sirve para ocultar las propias culpas. Reconocemos que los
niños no leen lo suficiente, pero hay demasiadas casas en las que jamás entra
un libro, hay millares de licenciados sin biblioteca, hay muchos padres que no
leen siquiera el periódico, y después se sorprenden si los hijos hacen como
ellos, hay responsabilidades de la escuela y del Estado... En las editoriales
para niños, el criterio comercial prevalece siempre sobre el criterio
pedagógico.
«Acusado como el único responsable de una situación
compleja y agravada aún por la crisis de los ideales educativos hasta ayer
pacíficamente aceptados, el niño reacciona como puede: largándose a jugar al
patio, o escondiendo bajo la almohada su querido álbum de cómics».
Transformando el libro en instrumento de tortura
Este sistema se aplica intensamente en muchas escuelas:
los maestros obligan a los niños desde preescolar a copiar página por página su
primer libro de lectura. Tras esta tarea, que para el niño no tiene sentido ni
interés alguno, se añade la división en sílabas. ¡Si supiera cómo se divierten!
Con el tiempo llega el análisis gramatical y después hace su entrada triunfal
el análisis lógico, el resumir, el aprender de memoria, etc. Todos esos
ejercicios multiplican las dificultades de lectura y en lugar de facilitarlas,
le quitan al libro cualquier capacidad de entretener, de conmover, de
interesar.
Negarse a leer al niño
Este Al narrar o leer un cuento al niño la intimidad, la
confianza, la comunión entre padres e hijos se expresan de un modo único e
irrepetible. Pero hoy en día pocos padres tienen tiempo y ganas de leer un
cuento a sus niños. Compartir la lectura es «promover el libro de mero objeto
de papel impreso a intermediario afectuoso, a momento de la vida».
No ofreciendo una eleccion suficiente
Si el abanico de materiales de lectura que ofrecemos a
nuestros hijos no es variado y rico, su rechazo a los cuentos puede significar
tan solo que le gustan otro tipo de lecturas: libros documentales, tebeos,
prensa deportiva, revistas juveniles, lecturas digitales, etc. Favorezcamos la
creación de «su» biblioteca personal, que iremos enriqueciendo consultando sus
gustos y momentos lectores.
Ordenando leer
Éste es el método más eficaz si se quiere que los jóvenes
aprendan a odiar los libros. Es seguro al ciento por ciento. Facilísimo de
aplicar. «Se toma a un muchacho, se toma un libro, se colocan los dos en una
mesa y se prohíbe que el trío se divida antes de determinada hora. Para
garantizar el éxito de la operación, se anuncia al muchacho que al finalizar el
tiempo estipulado deberá resumir las páginas leídas».
El joven sacará una lección por su cuenta que no olvidará
en lo sucesivo: hay que leer porque los mayores lo mandan.
No decimos que no sean necesarias las lecturas
obligatorias. El niño las aceptará si a cambio le damos oportunidad de leer
dentro del tiempo escolar lo que le dé la gana, sin pedirle nada a cambio.
«Una técnica se puede aprender con pescozones: así la
técnica de la lectura. Pero el amor por la lectura no es una técnica, es algo
bastante más interior y ligado a la vida y con pescozones (reales o
metafóricos) no se aprende».
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3 comentarios :
Recuerdo que empecé a leer por cuenta propia un libro de ciencias por ahi de los 10 años... era un libro como de los 70s... ya estaba viejo, pero era muy colorido y traia los nombres de los elementos en latin, lo cual capturo mi atencion por completo... me abrio la mente a ver que las cosas tenian sentido, que habia una historia que habia que conocer aun en la misma ciencia... ame los libros gracias a ese viejisimo "Luis Rey para sexto grado" jaja
Pues a mí comenzó a gustarme la lectura a partir de los 8 años. Nuestra profesora dividió la clase en varios grupos y a cada grupo le tocó comprar un libro diferente. Leíamos un libro, luego hacíamos dos grupos entre las (era un colegio femenino) que habíamos leído el mismo libro y hacíamos un concurso. Ganaba el grupo cuyos integrantes tenían mayor comprensión lectora. Nos íbamos cambiando los libros entre todas las alumnas de la clase hasta que todas habíamos leído todos los libros. Recuerdo esta experiencia con cariño porque a mí me gustaba e hizo que me interesase por la lectura.
Yo no tuve esa suerte de niña, pero sí lo hice con mis hijos, leíamos todas las noches y en la actualidad los dos son adultos que gozan de la lectura, esto me da gran satisfacción.
En cambio a mi sobrina de 10 años la obligan a leer varios libros al mes, como es de suponerse ella ODIA leer.
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