3 ago 2013
Bibliotecas y rentabilidad
QUE una alcaldesa, la de Telde, se despache diciendo que las bibliotecas públicas no dan dinero y utilice tan obvio y, a la vez, estúpido argumento para justificar una reducción del servicio, acaso un posible cierre, entra dentro de lo probable en una casta antaño refugio de letrados y gentes de buen vivir, en estos tiempos guarida de mediocres, oportunistas y, a la vista está, indoctos encantados de conocerse.
La cultura, igual que la ciencia, banderas del desarrollo de la humanidad y de la fortuna económica de los pueblos, son negadas día sí, día también, por mentes tan simples como retrógradas, que no satisfechas con haber llevado a toda una región, a todo un país, al borde del precipicio, se enorgullecen de emitir a los cuatro vientos mensajes tan anacrónicos y casposos como el que ha salido de las burdas entendederas de María del Carmen Castellano.
A Castellano puede que le asista la razón en cuanto a la necesidad de que decrezca la plantilla, de que mejore la gestión o de que se realice un ingente esfuerzo en la captación de recursos externos, pero meter en el mismo saco biblioteca pública y rentabilidad económica supone un dislate de dimensiones gigantescas, sencillamente porque a un representante público se le exige que actúe como un político, nunca como un mero contable cuya visión se halla limitada por la cuenta de resultados.
Con todo, lo más grave del asunto es que la regidora teldense está lejos de poder ser considerada como una rara avis en el universo de la política canaria y, por extensión, española. Esa visión monetarista del servicio público, esa peligrosa tendencia a confundir lo importante y lo accesorio y meterlo todo en la misma faltriquera, esa fea costumbre, en definitiva, de adolecer de un orden jerárquico diáfano y conciso acerca del papel que deben jugar las instituciones representativas, se ha asentado y consolidado entre quienes se hallan al frente de tales instituciones, contribuyendo con ello a su deterioro y descrédito.
Dirigir una administración pública como se dirige una empresa de repuestos de automóviles o un restaurante no sólo convierte en innecesaria y, por ello, en prescindible, a dicha administración pública, sino que deja huérfana a la población de unos valores que sirvan de guía para un futuro de desarrollo y bienestar. La ciencia y la cultura, la cultura y la ciencia, y dentro de ellas ámbitos como el de la sanidad y la educación, son mucho más que meros servicios o áreas de gobierno: son la única garantía de prosperidad de una sociedad. Y eso es así ahora igual que lo era hace mil años. Y quien no lo asuma probablemente deba plantearse si está capacitado para gobernar.
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