20 mar 2015
La destrucción del pasado
Por: James Neilson
Dicen que, en el año 642, el califa Omar ordenó quemar todos los papiros de la gran biblioteca de Alejandría porque "si esos escritos están conformes con el Corán, son inútiles, y si se oponen al Corán, hay que destruirlos". Puede que sólo sea cuestión de una leyenda negra que fue difundida por propagandistas cristianos, ya que, cuando los árabes y sus auxiliares conquistaron Egipto, muy poco quedaba de la biblioteca que había fundado Ptolomeo I más de ocho siglos antes; pero muchos siguen creyéndolo porque les parece verosímil.
Al mundo nunca le ha faltado energúmenos resueltos a eliminar todo cuanto consideraran ajeno a su credo particular o su estilo de vida. Respetar lo hecho por otras civilizaciones y, por lo tanto, tratar de conservarlo dista de ser una costumbre universal. Antes bien, es propia de sociedades tan seguras de sí mismas, como las de la Europa decimonónica, que no se sienten amenazadas por lo ajeno. Asimismo, mientras que en sociedades en las que los cultos religiosos desempeñan un papel marginal los artefactos vinculados con ellos suelen ser tratados como ornamentos inocuos, en otras no han perdido su capacidad para motivar indignación.
Es por esta razón que en Siria e Irak la gente de otro califa, el del Estado Islámico, está plenamente ocupada demoliendo obras de valor incalculable que nos fueron dejadas por los asirios, caldeos, griegos, partos, romanos y otros "paganos". Para justificar su furor iconoclasta, los impulsores de la limpieza cultural que está en marcha insisten en que tolerar la existencia de lo que a su juicio son manifestaciones de impiedad pondría en duda la firmeza de sus propias creencias. Pueden señalar que, antes de que el profeta Mahoma rescatara de las sombras la verdad absoluta, en el mundo no había más que oscuridad, razón por la que no tienen más alternativa que la de consignar el pasado al olvido. Desde el punto de vista de los fanáticos, la intolerancia es una virtud.
Si bien los islamistas, los que en Afganistán se encargaron de dinamitar las estatuas greco-budistas de Bamiyan que les parecían propias de una edad ya irremediablemente superada y por lo tanto superfluas, son hoy en día los enemigos más notorios de la memoria, tienen su lugar en una tradición que se remonta a la temprana antigüedad y que sigue incluyendo entre sus partidarios a personas de muchos credos distintos, tanto religiosos como ideológicos.
Entre los pioneros se encuentra el primer emperador chino, Chin Shi Huang, que en el 2013 a.C. decidió abolir el pasado quemando todos los libros, salvo los de su propia biblioteca personal. Para rematar, prohibió a sus contemporáneos hablar de los tiempos idos.
Puesto que antes de la imprenta de Gutenberg escaseaban los libros, tales medidas brindaron los resultados deseados; sólo se ha conservado una pequeña fracción de las obras literarias, filosóficas, artísticas y arquitectónicas creadas por los chinos, griegos, romanos y muchos otros. Con todo, pese a las dificultades que les ocasionaría la producción, en escala industrial, de millones de libros todos los años, tiranos modernos, como Hitler, Stalin y Mao, en los territorios que dominaban se esforzaron por emular a sus antecesores; mientras que en Corea del Norte los agentes de la dinastía Kim siguen siendo casi tan eficaces como fueron los del célebre emperador del vecino "reino del medio". Puede que el progreso de la informática ponga fin al aislamiento de los norcoreanos, pero mientras tanto continuarán viviendo en un mundo aparte.
Aunque los estragos que están provocando los guerreros santos del autoproclamado Estado Islámico han motivado consternación en el Occidente, muy pocos creen que sería legítimo intervenir militarmente en Siria e Irak para defender lo que, de acuerdo común, es de gran importancia por constituir una parte significante de lo que la Unesco llama "el patrimonio de la humanidad". El consenso parece ser que las cosas materiales, aun cuando sean irremplazables, valen mucho menos que una sola vida, de suerte que sería inaceptable poner en riesgo a hombres, mujeres y niños inocentes con el propósito de salvar lo que, al fin y al cabo, sólo son edificios, estatuas, relieves y cosas por el estilo. No siempre fue así: hasta hace relativamente poco, muchos arqueólogos estaban dispuestos a arriesgar la vida propia, además de la ajena, para conseguir artefactos que, una vez encontrados, entregarían a una institución académica sin pensar en pedir nada a cambio, pero parecería que en la actualidad se conforman con lo que ya tienen resguardado en museos. Los acostumbrados a repetir las palabras del poeta alemán Heinrich Heine, que en 1820 escribió "allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres", no quieren tomarlas al pie de la letra, aunque es precisamente lo que ya están haciendo los islamistas que, para enfervorizar aún más a sus admiradores, queman vivos a cautivos enjaulados.
Para no tener que hacer mucho más que expresar el estupor que les ocasionan los horrores perpetrados por el Estado Islámico, los líderes occidentales coinciden en que les corresponde a los musulmanes solucionar sus propios problemas y que sería un error terrible suponer que convendría que el resto del mundo debería entrometerse para restaurar un simulacro de paz en una región tan turbulenta. Tal actitud sería razonable si lo que está sucediendo en el Oriente Medio no tuviera repercusiones en otras partes del planeta, pero ya afecta a Europa, abrumada por oleada tras oleada de refugiados desesperados y, en menor medida, a América del Norte y China. No es posible poner en cuarentena una región inmensa que ya se ha convertido en un matadero en el que no sólo se está destruyendo lo que todavía queda de civilizaciones anteriores a la nuestra sino también pueblos enteros.
A menos que se frene el Estado Islámico en los territorios en que está provocando daños irreparables, pronto comenzará a hacer lo mismo en Roma, París, Londres, Berlín y Nueva York. En tal caso, la civilización occidental correría peligro de acompañar a las de Asiria, Babilonia y tantas otras al "basural de la historia" en el que yace buena parte del pasado del género humano, eventualidad ésta que, según parece, no preocuparía demasiado a las elites actuales para las que el pasado ya fue y el futuro carece de importancia.
Fuente:http://www.rionegro.com.ar/diario/la-destruccion-del-pasado-6446881-9539-nota.aspx
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