Leer por placer, leer porque nos gusta, leer lo que podemos leer, incluso no leer; a inicios de los 90, el escritor francés Daniel Pennac sorprendió con esta defensa de la lectura hedonista y lúdica.
21 jun 2016
A nadie se le puede obligar a amar: este decálogo defiende el derecho a leer por placer
A
inicios de los 90, el escritor Daniel Pennac sorprendió al medio literario
francés con una obra que a primera vista se creería modesta: Como una
novela, un ensayo sobre la lectura. El tema, por supuesto, ha sido tratado una
y mil veces, y además podría achacársele cierta tendencia hacia la erudición y
el elitismo. ¿Escribir sobre leer?
¿No es un poco una reflexión sobreintelectualizada?
Pennac,
sin embargo, tomó otra vía, una en la que cualquier lector se reconocerá de
inmediato y que está relacionada con el carácter emotivo de la lectura. Leer, es cierto, es una actividad
esencialmente intelectual, una que además en los últimos siglos se realiza
sobre todo a solas y en silencio. Pero podría decirse que ese es el aspecto
superficial de la lectura.
No sin
cierto romanticismo también es posible hablar de eso que sucede al
interior de la lectura, durante, que en uno de sus aspectos abandona
la mera intelectualidad y apela de lleno a nuestras emociones.
Si bien
esta sigue siendo una operación cognitiva, hay en la lectura la capacidad
de hacernos sentir, de simpatizar con un personaje, sentir aversión por
otro, llorar cuando alguno muere o es lastimado, enojarse, sentir entusiasmo,
angustia, ansiedad. La lectura, lo sabe
bien el lector, puede despertar casi cualquier emoción.
Ese fue
en buena medida el acierto de Pennac. A contracorriente de toda una tradición
que solemniza el acto de leer (como hace, por ejemplo, Alberto Manguel
involuntaria y acaso incluso inevitablemente, pues leer es también un gran
recurso cultural y evolutivo), Pennac optó por recuperar esa condición lúdica
de los libros, el amor que puede llegar a rodearlos y que nace espontáneamente
–porque no puede ser de otra forma– cuando se descubre con sorpresa todos los
dones que la lectura ofrece.
El
ensayo completo de Pennac es un gran elogio a la lectura; sin embargo, en su
capítulo 57 incluyó un breve decálogo que desde su publicación ha sido como el
estandarte no solo del libro mismo sino, en general, de una postura específica
con respecto a leer. Escribe Pennac:
En
materia de lectura, nosotros “lectores”,
nos permitimos todos los derechos, comenzando por aquellos que negamos a los
jóvenes a los que pretendemos iniciar en la lectura.
1) El derecho a no leer.
2) El derecho a saltarnos páginas.
3) El derecho a no terminar un libro.
4) El derecho a releer.
5) El derecho a leer cualquier cosa.
6) El derecho al bovarismo.
7) El derecho a leer en cualquier sitio.
8) El derecho a hojear.
9) El derecho a leer en voz alta.
10) El derecho a callarnos.
Pennac,
como vemos, defiende una lectura esencialmente hedonista –como también hacía
Borges. Leer por el simple placer de
hacerlo. Leer porque nos gusta. Leer lo que nos gusta. Leer como podamos y
queramos.
Al
inicio de su libro el autor dice que el verbo leer es uno de esos
pocos verbos que no soportan el modo imperativo, como amar o soñar. A nadie se
le puede decir “lee”, de la misma
manera que a nadie se le puede ordenar que ame o sueñe.
Son, como decíamos antes, acciones espontáneas, que nacen del corazón
–sinceramente– o no nacen.
Fuente bibliográfica
PIJAMASURF, [sin fecha]. A nadie se le puede obligar a amar: este decálogo defiende el derecho a leer por placer. PIJAMASURF.COM [en línea]. [Consulta: 19 junio 2016]. Disponible en: http://pijamasurf.com/2016/06/a-nadie-se-le-puede-obligar-a-amar-este-decalogo-defiende-el-derecho-a-la-lectura-que-se-hace-por-placer/.
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