28 jun 2017
Hay que leer con gusto
· Por: Simón Rodríguez Landaeta
En
"¿Cómo debería leerse un libro?", último ensayo del libro "El
lector común" (1926), Virginia Woolf compartió reflexiones sobre el modo
de leer y de cultivar la capacidad crítica del lector.
“¿Cómo debería leerse un libro?”,
es una pregunta que no se hace todo el que lee. De hecho, poco importa al
lector promedio seguir una metodología para la “buena lectura”, mucho menos
plantearse la cuestión de la naturaleza de esta metodología. Generalmente,
quien lee por afición se enfrenta al libro con la disposición de terminarlo si
este lo atrapa o dejarlo si es que las primeras páginas no le parecen
suficientemente seductoras. Y si alguien pregunta qué opinión le merece la
obra, le basta con dar un simple juicio de valor: me gustó, no me gustó, este
libro es bueno, este libro es malo, es fácil de leer, es pesado, la historia es
interesante, la historia es aburrida… Ante la parquedad de estas respuestas,
una persona más versada en el arte de la lectura pensaría que el otro ha
desperdiciado su tiempo, que solo ha paseado los ojos por las páginas sin
interiorizar nada de lo que planteó el autor.
Este que
se muestra inconforme con esa ligereza, que incluso puede considerarla una
ingratitud contra los escritores que se esfuerzan en la producción de un
proyecto estético, es a quien puede interesarle la cuestión del “¿cómo se
debería leer?”. Es más, realizarse esta pregunta es el primer paso que debe dar
todo aquel que se plantea hacer de la lectura un acto productivo, es decir, un
acto que genere conocimiento. Solamente haciéndonos esta pregunta podemos
entrar en el campo de la crítica literaria.
La primera sugerencia es
afrontar la lectura, en una primera instancia, sin prejuicios, exigiéndole a
cada libro solo aquello que puede darnos, seguirle el juego al autor y no
buscar que nos ofrezca algo que no quiere ofrecernos: “No dictemos al autor, procuremos ser él. Seamos su colega y su
cómplice. La indecisión, la reserva y la crítica al principio, nos impiden
apreciar plenamente lo que leemos. Pero si abordamos la lectura sin prejuicios,
los signos e indicios de excelencia casi imperceptible, desde los giros y
matices de las primeras frases nos descubrirán un ser humano único”
(pp. 24-25). Virginia define esto como el primer paso para una buena
lectura, “abrir la mente al raudo
tropel de impresiones innumerables” (p. 48). Pero esto solo es el
inicio del proceso. Las conclusiones que puedan sacarse a partir de estas
primeras impresiones serán unas de las que el crítico podría arrepentirse
fácilmente; hay que darle reposo a lo leído, dejar que “el polvo de la lectura se asiente” (p.45). Si hacemos
esto “el libro volverá, pero de
forma distinta. Aflorará como un todo en nuestra mente” (pp. 45.46).
La segunda operación que se
debe realizar en una lectura es la de juzgar y comparar,
en la cual, según la escritora, el gusto tiene un papel fundamental: “nuestro sentido del gusto, el nervio que nos transmite las
sensaciones, es nuestro iluminador principal; aprendemos por percepción, no
podemos reprimir la propia idiosincrasia sin empobrecerla” (p.50).
El gusto, por más que los académicos quieran suprimirlo, siempre estará
presente en el proceso de recepción, así que no tiene sentido negar su
influencia en el proceso de reflexión crítica. Por hacer esto, muchos
investigadores en sus trabajos terminan cayendo en una parca y falsa
objetividad, actitud que poco nos puede hablar de la esencia del hecho
literario.
El gusto
puede sesgar la visión del lector común, impedirle apreciar ciertos valores de
las obras que lee. Pero en una crítica literaria, puede ser conducido por los
caminos de la aprehensión del conocimiento, ya que un lector especializado es
capaz de analizar sus impresiones y darles forma de idea gracias al
manejo que ya tiene de los procesos de la historia literaria. Un buen lector,
que es lo mismo que un lector crítico, no es aquel que suprime su gusto para
ver con objetividad, es aquel que sabe cómo encausar sus apreciaciones
subjetivas por medio de métodos racionales: “tal vez podamos
educar el gusto con el tiempo, tal vez logremos someterlo a cierto control.
Cuando se haya alimentado ávida y generosamente con libros de todo género
–poesía, ficción, historia, biografía- y haya dejado de leer y buscado amplios
espacios en la variedad, la incongruencia del mundo vivo, descubriremos que
está cambiando un poco; ya no es tan voraz, es más reflexivo… guiados por
nuestro gusto, nos aventuraremos más allá del libro particular en busca de
cualidades que agrupen libros; les daremos nombres y así estableceremos una
norma que ordene nuestras percepciones” (p. 50-51).
Pero ahí
no acaba el procedimiento. Si queremos hacer una lectura verdaderamente
afilada, apta para ser publicada como crítica literaria, luego de haber juzgado
el libro a través de nuestro propio gusto y nuestra propia razón, debemos
comparar nuestra perspectiva con la de aquellos que ya han teorizado
previamente, las voces autorizadas que siempre ofrecen perspectivas
esclarecedoras: “estaría bien recurrir a estos rarísimos escritores que pueden
ilustrarnos sobre la literatura como arte. Coleridge, Dryden y Johnson en su
crítica ponderada aclaran y consolidan las vagas ideas que han estado
agitándose en las brumosas profundidades de nuestra mente” (p.52). Vemos que
para Virginia una buena lectura, que podría traducirse luego en una buena
crítica, no es solo una mera aproximación gustativa, es un verdadero análisis
que se sirve de elementos ajenos al propio texto, la bibliografía crítica que
tanto se nos exige en los trabajos académicos. Pero hacer uso de esta bibliografía
no significa subyugarse a las palabras de aquellos más afamados que uno. Todo
texto crítico debe ser interpelado desde una perspectiva propia; las teorías
deben usarse como herramientas, no como camisas de fuerza: “sólo podrán ayudarnos si acudimos a ellos cargados con sugerencias
obtenidas sinceramente en el curso de nuestra lectura. Nada podrán hacer por
nosotros si nos agrupamos bajo su autoridad y nos echamos como ovejas a la
sombra de un seto.” (pp. 52-53)
Si bien
no podemos negar que en esta guía que ofrece Woolf hay un carácter metódico, no
cae nunca en las pretensiones metodológicas. Son solo sugerencias que permiten
hacer una lectura crítica, lectura que se nutre tanto de la subjetivad del
autor, como del propio cuerpo de la obra y también de otros textos que sirven
de apoyo. De este tipo de lecturas pueden salir textos críticos libres, más no
ingenuos; textos que no impongan mandamientos arbitrarios del arte, sino que
generen una reflexión en torno a la estética y el contenido de las obras. Lo
que Woolf muestra no son solo caminos leer, sino para pensar, para entender
verdaderamente el hecho literario.
Fuente bibliográfica
LANDAETA, SIMÓN RODRÍGUEZ, S.R., 2017. Hay que leer con gusto. El Universal [en línea]. [Consulta: 28 junio 2017]. Disponible en: http://www.eluniversal.com/noticias/verbigracia/hay-que-leer-con-gusto_657670.
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
No hay comentarios :
Publicar un comentario