17 mar 2008
El trabajo de un lector
Lector voraz, pero sobre todo de una curiosidad impenitente por los libros de no ficción capaces de explicarle con sencillez un mundo ajeno, cerrado o remoto, el escritor Gustavo Nielsen ha frecuentado con igual devoción libros de cocina, boxeo y sociología. Por eso, decidió hacer un balance de esa relación de varios años y anaqueles con la divulgación.
Por Gustavo Nielsen
Todo lo que sé, menos amar, lo aprendí de los libros. Aprendí a aislar correctamente una losa plana en un libro de Chamorro y los pesares hondos de la guerra en Las cosas que llevaban, de Tim O’Brian. Aprendí a cocinar un risotto en el libro de la Petrona de Gandulfo, y a escamotear la muerte de un niño para que el efecto final en el lector le sea tan desgarrador como a sus padres en El mundo según Garp, de John Irving. Aprendí a hacer trucos de naipes con Cartomagia, y a asustarme con Horacio Quiroga. Aprendí a estudiar con El tesoro de la juventud de Jackson y con la Enciclopedia estudiantil de la editorial Códex. Aprendí miles de palabras en el Ocrán-Sanabú.
Hay libros objeto, libros de reportajes, manuales técnicos, libros de autoayuda, de cocina, de matemáticas, de astrología. Hay libros coleccionables, libros para tirar, libros para recortar. Hay libros para niños, para mujeres, para hombres solos, para parejas que no se llevan bien, para profesionales, para tontos, para los que no quieren leer, para los que no saben leer, para ciegos. Hay libros de ficción. El mercado de los libros de ficción, incluso, necesita del mercado de la no ficción como del aire para respirar. Normalmente las editoriales viven de los otros libros para poder publicar las novelas que quieren.
“Los intereses del escritor y los de sus lectores nunca coinciden, y cuando lo hacen no es sino un afortunado accidente”, escribe Auden. Está hablando de poesía, en donde no importa tanto entender exactamente lo que el poeta quiso decir. “Exactamente” significa dejar de lado toda ambigüedad. La poesía es un género transgresor que basa su experiencia en la traslación de un estado de ánimo. Podría decirse que se contenta en esa traslación. Sin embargo, leer es traducir. Siempre.
Auden también dice que un mal lector es un mal traductor: interpreta literalmente cuando debe parafrasear, y parafrasea cuando debe interpretar literalmente.
Podemos desgrabar un largo reportaje, pero será casi imposible de publicar sin el paso previo de la corrección. El entrevistado tal vez añorará el tono coloquial, el recuerdo de su experiencia mágica frente al micrófono. Pero el acto publicado debe ser terso, suave, sin los tropiezos del idioma hablado. Se deberá poder leer de cabo a rabo, de un tirón.
Lo mismo ocurre con los manuales técnicos, que habitualmente están explicados para nadie. Es muy difícil encontrar un manual técnico que se entienda. ¿Por qué tiene que saber comunicar una idea escrita alguien que sabe de instalaciones sanitarias? Y viceversa: ¿Qué hace alguien que dice saber escribir metiendo mano en un libro de instalaciones sanitarias?
Cuando la incoherencia toca a los libros de ficción, el problema es total.
PILAS Y PILAS DE LIBROS
Tengo más simpatía por los libros que por la literatura. Y tengo una afición-fascinación particular por aquellos que, sin la total necesidad de estar perfectamente escritos, sus autores hicieron un esfuerzo desmedido, adicional, literario, por hacerme entender lo que querían decirme.
Uno de mis libros favoritos, a la hora de ilustrar este ejemplo, es La dieta médica Scardale. El que lo termine, sentirá la absoluta, irrenunciable necesidad de ser un soldado Scardale. Está escrito para las multitudes, pero le hace sentir al lector que fue hecho sólo para él. Otro es Cómo ganar amigos, de Dale Carnegie. Son libros que casi, casi, son adaptaciones. Adaptación de una dieta y de un curso lleno de datos ambiguos, comerciales. No sólo explican lo que deben, sino que, además, lo hacen interesante y ameno. Comunicar sencillo algo que es complicado, aunque parezca fácil, es lo más difícil de la experiencia de la escritura. Si no me creen, prueben. Cuéntenle a un ciego cómo es el color rojo... "sigue"
Texto completo en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-3399-2006-11-19.html
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