No voy a escribir sobre la Semana Santa. Y no, no es un acto de ateísmo ni una rabieta, es que creo que decenas de otras personas harán una mejor labor que yo hablando de temas litúrgicos.
El misterio de la fe me trasciende, siempre trato de razonar las cosas y como la fe no se entiende, sino que se tiene, es un intangible que dejo a consideración de cada quien.
La resurrección, sin embargo, es un tópico del que no podré escapar hoy. Pero no la de Cristo, sino otra, una resurrección cotidiana.
Resucitar parece un acto imposible, inhumano, inalcanzable, ¿pero qué pasa cuando alguien pierde las ganas de vivir y una mano amiga le devuelve la esperanza?
¿Qué sucede cuando un hermano del camino celebra su cumpleaños lejos de casa y encuentra su buzón inundado de un foro de amigos que le recuerda y le borra la nostalgia?
¿Qué pasa cuando una pareja joven firma el documento que les asegura la compra de su primer apartamento juntos? ¿Y que tal cuando una compañera de trabajo te da la mano, te quita un peso de encima y sientes que ya no estas solo en el mundo?
Esos pequeños milagros, esos milagros cotidianos, hacen que la resurrección de la esperanza, el renacer de la alegría sean reales.
Lo que pasa cada día a seres humanos de manera individual, puede convertirse, si nos lo proponemos, en un asunto colectivo. Todos necesitamos de los demás.
El sentido de comunidad es lo que lleva a las personas a desarrollarse, a crecer. La superación personal es importante, pero el trabajo por el bienestar común es motor de cambios positivos.
Yo propongo que hagamos que los milagros cotidianos que realizan nuestros hermanos, amigas, vecinos, compañeras de trabajo y también los que hacen completos desconocidos se organicen.
Que pensemos hoy en cómo podemos hacer resucitar la esperanza de un país que está cansado de no tenerla.
¿Cómo hacerlo? Tenemos que ser valientes. Hacer cada uno, cada una, lo que nos toca. Y algo más.
El día que entendamos que la excelencia no sirve solo para ganar más dinero, entonces comenzaremos a trabajar para que haya menos prisas y más alegrías.
Menos castigos y más productividad. Menos amonestaciones y más desarrollo. Más confianza y conciencia de nuestros derechos y deberes. Felicidad. Resurrección.
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