3 jun 2013
GENTE RARA Un cuento de bibliotecarios
Por: Isabel Garin
En el mundo hay gente rara…Hay gente rara que
viene a la biblioteca y se mezcla con la demás. Mirando desde aquí, desde el
mostrador, uno los ve a todos sentados, leyendo, y mezclados así no
se advierte ninguna diferencia. Hasta que el raro llega, o se levanta de su
mesa, y empieza la función.
Hace mucho que a mí se me
ocurrió llevar un registro de los raros que vienen aquí. Pero raros en serio,
no sólo los de siempre que piden un libro, se sientan y se
duermen, apoyando una mejilla sobre él como almohada, ni los que
comen a bocaditos escondidos el sándwich que tienen sobre la falda. Anoto a mis
raros en un cuaderno y al cuaderno lo guardo en un cajón con llave. Lo
guardo bajo llave porque cuando lo dejaba a la vista encontraba anotaciones,
dibujos obscenos y tachaduras sobre mis notas. Eran los del turno de la
tarde que se reían de mi interés y decían que yo mismo soy más raro que
cualquier raro que pudiera venir.
A mí no me importa lo que digan, y a
la pregunta de porqué los observo y los anoto puedo contestar que
por la misma razón que se catalogan las mariposas y las piedras. Así que
yo tengo entre mis mejores especímenes:
Un raro, muy alto y desgarbado, que
antes de sentarse a una mesa da dos vueltas enteras a la sala de lectura
mirando las paredes. Una de las paredes tiene una pintura del fundador de
la biblioteca y posters del último congreso.
La primera vez que lo vi me pareció normal que
se detuviera a mirarlos. Pero después observé que se
detenía también frente a las otras paredes que no tienen
nada, están limpias de cuadros, fotos o posters. Y ahí me di cuenta que
lo que examina no es lo que haya colgado sino las mismas paredes. Las
paredes, propiamente.
Hay una rara también. Se tiñe el pelo y las
cejas de negro renegrido, se pinta los labios de rojo, y usa
polleras de color naranja y violeta, o rojo y naranja, largas hasta
el suelo. Es la que siempre pide libros de historia de la moda. Pero lo raro
viene después: se sienta con su libro, comienza a leer (o más
bien a observar los dibujos y las fotos), y al minuto se cambia los
zapatos. Saca de su bolso un par de zapatos y sin dejar de leer se los cambia
maniobrando bajo la mesa. Guarda los que tenía puestos. Al rato, repite: abre
el bolso, saca el par de zapatos que había guardado, se quita los
puestos y se cambia. Le conté hasta cuatro cambios en una sola mañana de
lectura.
Hay otro raro, con barbita y
anteojos a lo lennon, que cada vez que viene, y viene seguido, me
pregunta dónde puede sentarse. La primera vez que me preguntó le respondí “en
la mesa que gustes”, con un amplio gesto circular del brazo para
señalar la cantidad de mesas libres que había en la sala. Y creí que le
daba respuesta de una vez para todas. Pero no. Cada vez vuelve a preguntar
dónde puede sentarse y a estas alturas de la insistencia yo pienso que debe ser
un interrogante filosófico mucho más allá de un asiento concreto, tal vez
alguna cuestión interrogable acerca del descanso humano, al que yo
nunca puedo satisfacer con mi limitada respuesta.
Pero los más raros de todos son los raros
de computadora. Hay una chica que sólo se sienta en la tercera PC.
Yo había notado que se quedaba haciendo tiempo y merodeaba
por el catálogo, hojeaba distraída los diccionarios o se
concentraba en su celular. Supuse que esperaba a alguien más hasta que me di
cuenta que esperaba que se desocupara la PC Nº 3. Cuando la 3 se desocupa, vuela y se
instala ella. Y pueden estar todas libres, menos la tercera, y ella no se
sienta a ninguna.
Y está Dedos de Papel, que podría ser
primo del Manos de Tijera. Dedos llega, saluda con una inclinación de
cabeza, y se sienta frente a una computadora. Luego abre su portafolios y saca
de él un sobre con recortes de papel rectangulares. A continuación, se enrolla
un recorte en los dedos índice y mayor de cada mano y lo dobla sobre la
yema, y así digita sobre el teclado con cuatro dedos protegidos y los otros en
el aire, evitando rozar las teclas.
A Dedos le tomé fotos con el
celular, para dejar constancia. Los de la tarde se quedaron
asombrados cuando se las mostré y por primera vez dejaron de burlarse de mis
registros. Y algo me dice que en cuanto comente mis casos por
Internet van a aparecer a contar sobre los raros que ven en su
turno, como si se les hubiera ocurrido a ellos y fuera su
descubrimiento. Y no me extrañaría que propusieran un concurso de Raros
de Biblioteca, para el cual me adelanto y dejo aquí presentados a
mis mejores candidatos.
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3 comentarios :
Bravo Ernesto, un cuento bien escrito, original tema, mucha veracidad aparente.
Me saco el sombrero( si usara).
Un saludo cordial
(Somos argentinos)mmmm
Me corrijo, el cuento es de Isabel Garín, pero mi opinión sigue siendo valida.
muy buena idea este espacio!!!!!
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