9 oct 2016
Breve compendio de bibliotecas perdidas
Todo
lector apasionado tiene en su imaginación una biblioteca mítica sobre la que
fantasear. Borges lo hizo durante toda su vida con la de Alejandría, más
de uno dedicó su vida a encontrar la de Iván el Terrible, y numerosos
escritores han recurrido a la inventiva para crear sus propias construcciones
legendarias erigidas para albergar libros.
Cervantes
nos detalló los volúmenes que atesoraba Don Quijote. Umberto Eco imaginó los
de El nombre de la rosa y Julio Verne, los del capitán Nemo. Borges
se asomó al abismo de una biblioteca infinita, hecha a imagen y semejanza del
Universo. Ruiz Zafón ha catalogado los libros olvidados y J. K. Rowling se ha
sacado de la chistera toda una biblioteca de libros mágicos. Y para libros
mágicos -por cierto-, los que componen la Biblioteca de la Politécnica de
Florida, donde todos los documentos archivados son digitales y no hay un
solo papel tangible.
De todas
las bibliotecas perdidas, la más célebre es la de Alejandría, quizá porque se
sabe muy poco con certeza sobre su destrucción. Un primer incendio habría
podido producirse cuando Julio César perseguía a Pompeyo; en él
pudieron perderse 400.000 de los 900.000 manuscritos que se estima que
contenía, si bien Séneca anota que sólo 40.000 rollos se vieron afectados por
el fuego.
El hecho
es que la biblioteca sobrevivió, pero sólo para sufrir sucesivos saqueos de
romanos, cristianos y musulmanes antes de su desaparición definitiva en el
siglo VII. Es conocida la sentencia de muerte del califa Umar ibn
al-Jattab: "Si no contiene más que lo que hay en el Corán, es inútil y es
preciso quemarla; si contiene algo más, es mala y también es preciso
quemarla".
La
segunda biblioteca en importancia del periodo helenístico, después de la de
Alejandría, fue la de Pérgamo, especializada en filosofía -principalmente
la estoica- a diferencia de aquella, que brilló por sus colecciones de
literatura y crítica gramatical. Se cuenta, y Umberto Eco lo utilizó
abiertamente en El nombre de la rosa, que en Pérgamo se guardaron sin
publicarse durante 100 años los manuscritos de Aristóteles, y que únicamente
cuando llegaron a Roma, la insistencia de Cicerón hizo que vieran la luz.
El
arqueólogo ruso Ignatius Stelletskii se pasó toda la vida buscando la
desaparecida biblioteca de Iván el Terrible, compuesta tanto por los muchos
libros del propio zar como por los aportados al matrimonio por Sofia
Paleologue, sobrina del último emperador bizantino. Entre éstos se encontraban,
al parecer, gran parte de los volúmenes de la Biblioteca de Constantinopla -salvados
antes de la caída de la ciudad en 1453- y algunos manuscritos de la mismísima
Biblioteca de Alejandría.
Stelletskii
llegó a excavar bajo el Kremlin en busca de tan magna colección, siguiendo unas
pesquisas en las que antes se habían embarcado Pedro el Grande y varios
representantes del Vaticano, éstos en los tiempos del regente y luego zar Borís
Godunov. Ninguno tuvo éxito. Algunos creyeron que la biblioteca pudo haberse
trasladado a otros lugares, como Dyakovo o Alexandrov, pero nadie ha dado hasta
hoy con la pista correcta.
En el
siglo XII, la universidad budista de Nalanda, en la India, considerada el
principal centro de erudición de Asia, fue arrasada por los turcos. Parece ser
que podía albergar hasta 10.000 alumnos. En su biblioteca había tantos
manuscritos -millones, se asegura-, que, una vez iniciado el fuego, el
conjunto tardó tres meses en arder por completo.
Cambiaron
los tiempos, pero no las costumbres. La Gran Biblioteca de Bagdad, conocida
como la Casa de la Sabiduría, fue presa del saqueo por parte de los mongoles en
el año 1258 de nuestra era. Siete siglos y medio más tarde, en 2003, la
Biblioteca Nacional de Irak sufrió un incendio durante la invasión
estadounidense en el que se quemaron un millón de libros. Días antes, una
multitud había saqueado el recinto y se había llevado libros antiguos de
Averroes y Avicena, entre otros autores.
Poco
antes, en 1992, la Biblioteca Nacional de Sarajevo había sido
incendiada en un ataque premeditado de la artillería serbio-bosnia. El
fuego fue también el responsable de la destrucción de la biblioteca del
Congreso de los Estados Unidos en el curso de la guerra librada entre
Inglaterra y su entonces colonia.
En
España, la Guerra Civil hizo desaparecer las bibliotecas que poseían en
Madrid escritores como Pío Baroja, Juan Chabás y Pedro Salinas, entre otros.
Jesús Marchamalo relata en su obra Las bibliotecas perdidas cómo
Vicente Aleixandre tuvo que abandonar su domicilio, y con él sus queridos
libros, en una Ciudad Universitaria convertida en frente de guerra al comienzo
de la contienda.
Le pidió
a su amigo Miguel Hernández que le consiguiera un salvoconducto para ver si la
casa se había librado de los bombardeos. No fue así. Hernández llevó a
Aleixandre en un carrito de frutero calle Reina Victoria abajo -el Nobel
siempre estuvo aquejado de una salud frágil- y juntos comprobaron que allí
no quedaban más que las cenizas de sus libros.
Fuente bibliográfica
Breve compendio de bibliotecas perdidas. ELMUNDO [en línea], 2016. [Consulta: 9 octubre 2016]. Disponible en: http://www.elmundo.es/cultura/2016/09/19/57e02facca4741426e8b4668.html.
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1 comentario :
La lectura de hermoso artículo, me inspira a escribir un cuento de misterio o suspenso en alguna biblioteca hoy abandonada.Gracias.Esther López,
Ciudad de la Costa, Canelones, Uruguay
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