22 oct 2016
El estrés bueno: cómo usarlo como aliado
Por: Raquel Beer
Nuevos
estudios muestran que la tensión puede ser convertida en un agente motivador.
“No es el estrés lo que nos mata, sino la
forma en la que reaccionamos a él”,
escribió hace sesenta años el endocrinólogo húngaro Hans Selye en el libro
“Estrés, la tensión de la vida”. La máxima de hoy día puede provocar extrañeza
si tenemos en cuenta, por ejemplo, que de acuerdo con la Asociación Americana
de Psicología, el estrés crónico se relaciona con las seis mayores causas de
muerte: trastornos cardíacos, cáncer, enfermedades pulmonares, accidentes,
cirrosis y suicidio. Además, una encuesta hecha por la Asociación Internacional
de Manejo del Estrés indica que el 72% de las personas laboralmente activas
sufre de estrés crónico.
Pero
frente a esta catarata de malas novedades vale prestar atención a los estudios
que, en lugar de centrarse en los efectos negativos de la presión extrema,
fijan su lupa investigativa en las consecuencias
beneficiosas para la salud que el estrés puede aportar.
El libro
lanzado recientemente “El test del estrés”, escrito por el neurocientífico
irlandés Ian Robertson, fundador del Trinity College Institute of Neuroscience,
se refiere a eso: a cómo caminar sobre las piedras de la tensión no solo
sobreviviendo a ella, sino también aprovechándola.
Historia de presiones
El
consenso dentro de la comunidad científica es, desde los años ´50 del siglo
pasado, que el estrés perjudica a la salud, tanto física como mental. En un
estadio crónico, puede afectar el funcionamiento del cerebro, suprimir la
actividad de la tiroides, disminuir la densidad ósea, aumentar la presión
sanguínea, debilitar la capacidad de defensa del sistema inmune, y provocar
desbalances en el nivel de la glucosa.
Estudios
llevados a cabo por Hans Selye, sin embargo, muestran que hay dos tipos de estrés: uno al que podría denominarse como malo (el distrés), que
tiene un efecto paralizador y depresivo, y otro, el estrés bueno o eustrés, que puede actuar como un agente motivador y
energizante.
Luego de
pasadas décadas de los trabajos realizados por el endocrinólogo húngaro (en los
años ´80), surgieron las primeras evidencias de que el cerebro no es un órgano
inmutable sino que, por el contrario, se transforma a partir de las
experiencias que tienen las personas a lo largo de su vida.
Más
recientemente, ensayos hechos en el área de la epigenética confirmaron que lo
mismo sucede con los genes: ellos pueden alterar su actividad como una forma de
reacción a estímulos externos (por ejemplo, los que provocan estrés). Basándose
en esas comprobaciones científicas es que Ian Robertson decidió investigar si,
controlando las emociones y pensamientos, cualquier personas podría transformar
al estrés villano en un aliado.
Para
avanzar en su tesis, Robertson tuvo que estudiar de manera unificada el
cerebro, clasificado por él como “hardware”,
y la mente, que correspondería, en su definición, al “software”. Según el neurocientífico cognitivo (que trabajó como
psicólogo durante años) fue justamente el foco exclusivo en el software el
responsable de que se esté consumiendo una cantidad tan elevada de
antidepresivos en los últimos años.
“Las
personas recurren a esos medicamentos cuando no se sienten en control de sus
propias emociones y pensamientos”, explica Robertson. “Es necesario entender
que nosotros somos los pilotos de esa máquina increíble que es el cerebro y,
con la práctica, podemos aprender a controlarla, como así también podemos
controlar a nuestras emociones”.
La
explicación científica acerca de por qué el estrés puede ser procesado a veces
como algo positivo y a veces como un elemento negativo está en la parte del
cerebro que es activada en una situación de tensión, puesto que cada una de
ellas responde por ciertas funciones.
Entre
otras actividades, el lóbulo frontal regula esas acciones. Él es el que logra
que las personas actúen dentro de las normas sociales, sin importar lo que
estén sintiendo. El lado izquierdo está
ligado a la iniciativa, y su principal neurotransmisor es la dopamina, hormona del bienestar.
Mientras, el lado derecho se vincula a
la inhibición de acciones y una de sus principales hormonas es la noradrenalina, relacionada con el
sistema de alerta.
Lo que
los investigadores verificaron es que, cuando el lado izquierdo del cerebro se activa, el nivel de cortisol (la
denominada hormona del estrés) es menor que cuando se da la situación
contraria. Según Robertson, hay técnicas capaces de activar el lado izquierdo
del cerebro aún en momentos de alta presión, lo que logra que el estrés asuma,
entonces, un carácter positivo.
Consejos. Entre otros, en “El test del estrés”), de Robertson, hay
algunas acciones muy simples que ayudan a soportar el estrés, o mejor dicho a
canalizarse de un modo menos negativo, y que cada persona puede poner en marcha
a diario.
Uno de
ellos es, simplemente, apretar una pelota de goma dura con la mano derecha por
algunos minutos. ¿Por qué eso es bueno y no un mito? Porque activa el lado
izquierdo del lóbulo frontal liberando dopamina, la hormona del bienestar.
Algo
fundamental para esquivar el distrés es establecer objetivos pequeños y
alcanzables para cumplir una meta más exigente. Y esto hace bien porque cuando
una persona se atiene a un propósito el lado izquierdo del cerebro, que se
inclina a satisfacerse con recompensas, entra en actividad.
También
corporalmente es importante luchar contra el estrés. Algo simple es adoptar lo
que los especialistas denominan “pose de poder”: cabeza levantada, postura
erguida y relajada, brazos a lo largo del cuerpo, sin tensiones. Algo tan
simple como colocar el cuerpo de ese modo hace que el lado izquierdo del
cerebro se active y, así, influye para que la persona se sienta confiada.
Un punto
fundamental en la lucha contidiana
contra el estrés “malo” es concentrarse en lo que uno está haciendo cada
vez. Con esto se evita que la mente se sumerja en recuerdos o pensamientos
negativos.
Es
fundamental, además de estos pocos puntos, interpretar
los sentimientos de manera positiva. Por ejemplo: en lugar de llegar a la
conclusión de que uno está nervioso, es factible suponer que lo que uno está
sintiendo es un gran caudal de energía. Esto es beneficioso porque quien encara
una actividad como un desafío y no como un problema seguirá animado y con eso
estará activando el lóbulo izquierdo del cerebro, y con eso el área de
recompensa y buen ánimo.
Polémica
Considerar
el funcionamiento del cerebro y de la mente de ese modo, y analizar los efectos
del estrés sobre el ser humano de ese modo, pueden sonar como argumentos y
herramientas reduccionistas. El mismo Robertson concuerda en que sus ideas no
representan la totalidad de la explicación del problema, y aún así enfatiza que
ellas son una parte fundamental del problema.
“Está
claro que para escribir mi libro fue preciso simplificar las cosas, como el rol
de los lóbulos frontales en nuestra reacción frente al estrés y el hecho de que
haya un menor índice de cortisol cuando el lado izquierdo es activado son
puntos que están comprobados de manera científica”, asegura el neurocientífico
irlandés.
Aún
cuando los hallazgos y la propuesta de Robertson sea apenas una fracción de lo
que implica manejar el estrés, sus estudios revelan algunos de los caminos
capaces de tornar verdadera otra máxima, esta vez establecida por el filósofo
alemán Friedrich Nietzsche, en “El crepúsculo de los ídolos”, escrito en 1889: “Lo que no me mata
me fortalece”.
Fuente bibliográfica
BEER, RAQUEL, [sin fecha]. El estrés bueno | Revista Noticias. [en línea]. [Consulta: 22 octubre 2016]. Disponible en: http://noticias.perfil.com/2016/10/16/el-estres-bueno-como-usarlo-como-aliado/00_ciencia-4/.
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