4 oct 2011

Las bibliotecas tienen futuro si pensamos que el futuro no está garantizado


Hay pocas profesiones que manifiesten una preocupación profunda y constante por el futuro como lo hacen los bibliotecarios. 

Podría decirse que es por la enorme influencia que tienen en nuestro caso los avances tecnológicos. Pero los cambios introducidos por los enormes avances técnicos de finales del siglo XX han afectado con una intensidad parecida a sectores próximos a las bibliotecas, como puedan serlo los museos o las universidades. Y a pesar de ello estas instituciones, tan venerables como las bibliotecas, no muestran una preocupación tan grande por su futuro.


Podríamos creer que esta preocupación es reciente, debida concretamente a la enorme influencia de la digitalización de la información en una institución desarrollada alrededor de la información sobre un soporte físico. Pero tampoco es así. Si repasamos la literatura profesional de al menos los últimos treinta años encontraremos ya no los lógicos artículos que detallan la aparición de novedades tecnológicas sino un importante número de advertencias sobre los cambios drásticos que nos depara el futuro.


¿A qué se debe esta preocupación? ¿Oculta, reticencia al cambio o miedo a desaparecer? A menudo se cita lo primero, pero los bibliotecarios hemos sido tradicionalmente usuarios tempranos de todas las tecnologías: la máquina de escribir a finales del siglo XIX o las microfotografías a principios del XX y también de los ordenadores en los años 50 y 60. Por lo tanto, si no es reticencia a lo nuevo, nuestra preocupación debe relacionarse con la difuminación constante que ha tenido la imagen tradicional de la biblioteca desde que se ha automatizado la información.


La biblioteca moderna nació para ser mediadora entre la información y sus usos. A lo largo de mucho tiempo, sus fortalezas se han constituido alrededor de la ventaja que le proporcionaba ser el almacenador de este recurso escaso que ha sido la información. La mecanización de la información, primero, su automatización después y la digitalización aún más recientemente han sido procesos que han disminuido el papel mediador e las bibliotecas, que han disminuido su fuerza (aquella que surgía de una información que era escasa).


La biblioteca moderna quedó simbolizada por grandes edificios llenos de estantes con volúmenes impresos. Las bases de datos de acceso remoto (teledocumentación) de los años 70 fueron precursoras de una información que quería ser libre, que quería llegar al usuario de forma directa y desintermediada. A partir de entonces, cada novedad tecnológica ha erosionado aquella imagen que se ha ido difuminando hasta parecer que desaparecería. Pero, al mismo tiempo, los bibliotecarios han sabido (re)construir una realidad nueva de la biblioteca a partir de la integración de lo nuevo y la modificación de lo antiguo.


La preocupación de los bibliotecarios por su futuro y el de las bibliotecas es pues seguramente más antigua que la que puedan tener organizaciones parecidas. Y es en la constancia y antigüedad de esta preocupación que se sustenta nuestra capacidad de adaptación y la posibilidad de tener futuro (de continuar teniéndolo).

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