Por: Edgardo Civallero
Domingo, 25 de agosto de 1992. Durante toda la noche, los tiradores del líder ultranacionalista serbio Radovan Karadžić, emplazados en las colinas que circundan la ciudad de Sarajevo, apuntaron sus lanza-granadas, en forma totalmente intencionada, contra la Biblioteca Nacional y Universitaria de Bosnia y Herzegovina, que incluía, entre sus colecciones, los fondos del Archivo Nacional. El fuego que se inició incineró el edificio hasta los cimientos, y, con él, desaparecieron todos los documentos que contenía.
Se desvanecieron, convertidos en copos de ceniza, unos 700 manuscritos e incunables, más de 600 títulos de publicaciones periódicas bosnias (algunas de ellas mantenidas desde inicios del siglo XIX) y una colección única del Bosniaca, además de los catálogos, valiosa información que permitía saber que títulos estaban incluidos entre los fondos.
Solo un 10 % de los documentos escapó a la destrucción. Los restos ennegrecidos de todo lo demás, de un valor cultural e histórico incalculable, flotaron sobre la ciudad durante los días siguientes (Lorkovic, 1992).
Tres meses antes, el 17 de mayo, las granadas incendiarias habían sido dirigidas contra el Orijentalni Institut (Instituto Oriental), en la misma Sarajevo. La destrucción fue total. Se perdió una de las más grandes colecciones de manuscritos islámicos de Europa, incluyendo decenas de miles de documentos de la era de dominación Otomana y más de 5.200 manuscritos en árabe, persa, turco, hebreo y alhamijado (o adzamijski), la grafía arábiga empleada para escribir la lengua bosnia.
No fueron los dos únicos casos. Más de 195 bibliotecas fueron atacadas en territorio bosnio, incluyendo los Archivos de Herzegovina, la Biblioteca del Arzobispado Católico Romano de Mostar y la del Monasterio Ortodoxo de Zitomislic (Lorkovic, 1993; 1995).
Los blancos atacados no eran militares. Eran objetivos claramente civiles, que fueron destruidos como parte de la campaña de “limpieza étnica” lanzada por el ejército serbio durante la Guerra de Yugoslavia (1992-1996). Ya desde sus inicios, la violencia de este conflicto bélico ocasionó severas pérdidas en edificios y colecciones de numerosas bibliotecas croatas en Zagreb. La guerra no implica solamente apoderarse de bienes, personas y territorios: también necesita borrar la memoria del oponente, sus recuerdos, las razones que sustentan su identidad y lo empujan a resistir, a luchar, a vivir. En este sentido, la destrucción de bibliotecas, museos y archivos no sólo es un objetivo de guerra: es una estrategia de destrucción.
Tras el brutal ataque a la Biblioteca Nacional en Sarajevo, el médico e historiador croata Mirko D. Grmek acuñó el término memoricidio para definir la destrucción intencional de la memoria y el tesoro cultural del “otro”, del adversario, del (des)conocido (Blazina, 1992).
Texto completo: http://eprints.rclis.org/bitstream/10760/10088/1/Cuando_la_memoria_se_convierte_en_cenizas.pdf
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