"No sé qué le pasa a Ignacio; me preocupa. Se pasa el día tirado en un sillón, leyendo. Hoy los amigos lo invitaron a jugar al fútbol y dijo que no iba a salir hasta que terminara la novela. ¡No entiendo!" Dos casos muy diferentes. En el primero, un chico o adolescente "muy normal", con partido ya tomado en lo referente a la lectura: la asocia al estudio y decidió que lo aburre. Se encasilló como un no lector. |
31 dic 2009
¿Leer en vacaciones? ¡Ni loco!
Por:María Brandán Aráoz · Escritora · ARGENTINA
"¿Leer en vacaciones? ¡Ni loco! Ya bastante me maté estudiando. Ahora lo único que quiero es descansar de los libros... ¡y divertirme"
En el segundo, un chico o adolescente "raro", con partido también tomado a favor de la lectura: la relaciona con el entretenimiento y, si llega a sus manos un libro que lo atrapa, no lo abandona.
Las reacciones de los padres y otros adultos frente a estos dos ejemplos, suelen ser diametralmente opuestas. El chico no lector –más aún el varón- no despierta demasiados recelos; en el mejor de los casos resignación ante lo inevitable o simple indiferencia. Después de todo, lo normal es que los varones casi no lean, que prefieran el deporte a la lectura, y los juegos de la red o cualquier otra diversión típica de la edad, a los libros.
El chico lector -peor si es un devorador de libros- lejos de ser aceptado con regocijo por los adultos, sorprende y, en el peor de los casos, preocupa. No responde a las generales de la ley, digamos -sobre todo si es varón- y esta afición considerada pasiva por algunos (imaginativa y activa en mi opinión) suele provocar suspicacias.
Vale la pena analizar nuestras actitudes si queremos lograr que los chicos lean en vacaciones.
¿Se valora la lectura en vacaciones?
De la boca para afuera los adultos dicen valorar la lectura y desear que los chicos adquieran el hábito y lo practiquen, sobre todo en vacaciones. En su interior, muchos de ellos (tampoco se puede generalizar) no privilegian la actividad lectora y en cambio aceptan mejor otros entretenimientos. Por citar un ejemplo muy actual: a ningún padre le preocuparía que su hijo se quedara tirado en un sillón viendo los partidos de fútbol del Mundial durante sus horas libres (y seguramente estaría encantado de acompañarlo).
"¡Mire qué ejemplo me pone! Medio mundo va a estar pegado al televisor cuando haya partidos. ¿Sí o no?" –me interrumpe un lector indignado. Sí, y lo acepto pero me gustaría que la lectura despertara una pasión semejante.
Volviendo al tema de la nota, creo que los adultos deberían sincerarse consigo mismos. ¿Realmente le dan a la lectura el valor que se merece? ¿Desean con fervor que sus hijos sean lectores? ¿O sienten una oculta satisfacción en proclamar que él prefiere el fútbol y ella los novelones de la tele (nefasta en mi opinión)?
Si una gran mayoría de adultos se sinceraran, reconocerían que la respuesta a las dos primeras preguntas es no, y a la tercera sí. Por eso, que el chico no lea en vacaciones, es algo comprensible, aceptado, un hecho común que no provoca inquietud. Si resulta a la inversa, el sentimiento predominante de muchos padres es la extrañeza, cuando no la lisa y llana preocupación.
"¿Y yo qué puedo hacer, obligarlo a leer?" –me increpa mi lector futbolero. No, en absoluto. Ya lo he dicho en otras notas: "la lectura es una pasión que se contagia, no un deber que se acata". Pero serviría de mucho que los adultos valoraran esta actividad como el más sano entretenimiento, tal vez el mejor. O al menos reconocieran que no la valoran tanto y dieran un paso al costado para que una tía, una abuela o una hermana mayor que sí experimenta la pasión de leer pudiera contagiársela al chico.
Si hicieran o pensaran así, no dudarían en privilegiar la lectura en vacaciones, ya sea leyendo ellos (se predica con el ejemplo), leyéndoles a ellos (al menos una hora por día) o alentando a otros para que lo hagan.
¿Qué puede leer el chico en vacaciones?
Como siempre, conviene respetar los gustos, intereses, la edad y la comprensión lectora de cada chico. Tenidos en cuenta estos aspectos, y si nuestra intención es proveerlo de libros para su biblioteca, podrían intentarse otras estrategias.
Estrategia 1: Despertar su curiosidad y sorprenderlo. Si el chico se muestra muy reticente a leer, más que regalarle el libro, convendría no hacerlo. " ¿Lo compraste para mí?" "No, para mí, porque me dijeron que es muy bueno y quiero leerlo." "¿Me trajiste un libro de regalo?" "No, es para tu hermano (o tu primo)" A la curiosidad le sigue la sorpresa y, por qué no, ciertos celos. " Es para chicos de mi edad. ¿Le puedo echar un vistazo?" Un asentimiento, no demasiado caluroso, puede ser suficiente para que el chico quiera hojearlo. De allí a leerlo, y si el libro vale la pena, hay sólo un paso. Y si no da resultado, al menos lo intentamos.
Estrategia 2: Aprovechar las oportunidades. Llámesele: inclemencias del tiempo, rotura de televisor, colgadura de computadora, un reposo infantil obligado sin mayores consecuencias, un largo viaje en colectivo o en auto... A veces no estamos atentos a los favores que nos otorga el azar, y los dejamos pasar sin pena ni gloria. Grave error. Como he dicho en otras notas, cualquier momento libre de esa batería de estímulos visuales o auditivos a los que están sometidos (si, sometidos) diariamente los chicos puede aprovecharse en beneficio de la lectura. Si no hay más opciones y en cambio se deja un libro de apariencia y contenido atractivos a la vista, el chico va a estar más inclinado hacia sus páginas. Por si ése no lo engancha, convendría dejar a mano varios.
Estrategia 3: Comprar libros no es un gasto sino una inversión. Si queremos que la lectura sea una buena opción en vacaciones, invirtamos en libros, privilegiemos este desembolso sobre otros más innecesarios y menos enriquecedores para el cuerpo y el intelecto: comida chatarra, golosinas, jueguitos de red, etc.
Y démosle libertad al chico para leer los que más le gustan y descartar los que en ese momento no le interesan. Sólo teniendo cantidad (dije bien, cantidad) de libros distintos y adecuados a sus gustos él podrá elegir los que más lo entretengan.
"Ah, claro ¡como si a mí me sobrara la plata! Los libros son caros. ¿Qué quiere, que gaste una fortuna?" En mi opinión son mucho más baratos que los entretenimientos ya mencionados y que los padres suelen pagar sin chistar. Además, se pueden comprar libros usados, intercambiar los ya leídos con amigos y primos, hacer un pozo común y adquirirlos con otros padres o asociar al chico a una buena biblioteca y pedirlos prestados allí o en la del colegio.
"Está bien, pero que él se ocupe, ya está grande" –insiste un adulto crítico. No esperemos que él tome la iniciativa, nuestra misión como padres "hacedores" de chicos lectores es ayudarlos a proveerse de libros. (Aclaro que si bien uso él o el chico, incluyo en estos conceptos a las chicas, aunque por lo general suelen ser más lectoras).
"¿Por qué hacer tanto hincapié en que los chicos lean? ¿No tendrían que sentirse atraídos naturalmente como sucede con los juegos de la compu o la tele? " –me preguntaba un colega escritor en la Feria del Libro. Ojalá fuera así, pero la realidad que vivimos es otra y la misión de los adultos es tratar de revertirla. No es una misión imposible, sólo demanda esfuerzo, inversión y mantener las esperanzas con la mira puesta en el objetivo.
Los padres no son culpables de que los chicos no lean, pero sí responsables de que quieran leer... también vacaciones.
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