Cuando estamos embarcados en la ardua travesía de ayudar a nuestros hijos a descubrir la magia de la lectura tenemos cierta tendencia a perder la perspectiva.
|
6 oct 2011
Muchos adultos enseñan a los niños a odiar la lectura
Por: Kepa Osoro
Fuente: http://www.infanciahoy.com/despachos.asp?cod_des=9521
Tips para no cometer errores
Es como si en medio
del océano de posibles itinerarios flotara una densa niebla que oscurece
nuestro horizonte. Nos empeñamos en descubrir "qué hacer" para
despertar en los pequeños el amor por la letra impresa y nos olvidamos de que
es importantísimo tener en cuenta "qué tenemos que evitar" para tirar
piedras contra nuestro propio tejado, chinas que muchas veces desbaratan todo
el trabajo hecho.
En esta línea se concibieron las preclaras reflexiones de Gianni
Rodari, un periodista y escritor italiano que encabezó la llamada Pedagogía de la Fantasía. Caminando
de su mano sabia e irónica, en este artículo trataremos de ir reconociendo uno
a uno algunos de esos vicios en los que incurrimos al enfundarnos la chaqueta
de "hacedores de lectores".
Se trata de analizar
algunos "errores de bulto"-como el oponer frontalmente el libro a la
televisión o a los cómics, recordar machaconamente que en nuestra infancia
leíamos más, transformar el libro en un verdadero instrumento de tortura, etc.-
errores que, muy a nuestro pesar pero de forma indefectible, acaban por
convertirse en «nuevas maneras de enseñar a los niños a odiar la literatura».
Presentar el libro
como alternativa a la TV
Ésta es, quizá, una
de las estrategias más eficaces para que nuestros hijos se alejen cabezonamente
de los libros. Por un lado, porque para ellos la televisión es uno de los
inventos más maravillosos y útiles de la historia de la humanidad. Y, por otro,
porque los chicos no son tontos y piensan: «Oye, papi, si te parece que ver la
tele es perder el tiempo, ¿por qué mamá y tú os pasáis todos los días varias
horas delante del televisor?»
Además, somos tan
poco delicados con sus gustos y aficiones que les decimos que tienen que leer
en vez de mirar la tele, que han de coger los libros de la escuela «... en
lugar de perder el tiempo con esas estupideces». ¡Viva el respeto a las ideas
ajenas!
Para los niños la TV no es una «estupidez» sino
un entretenimiento divertido, ameno y útil. Tal vez objetivamente sea cierto
que le dedican más tiempo de lo necesario, o que se refugian a veces «en aquel
estado de semiinconsciencia en el cual el telespectador cae después de cierto
tiempo, y del que es síntoma la total pasividad con la que acepta cualquier
programa de la pequeña pantalla, sin escoger y sin reaccionar».
Pero no podemos
olvidar que los méritos educativos de la
TV superan a sus deméritos: enriquece el punto de vista,
nutre el vocabulario, acerca una cantidad inverosímil de informaciones,
enriquece el bagaje cultural de los niños… Sí, no seamos obtusos: ¡en cuántas
casas el encefalograma cultural es absolutamente plano! Aunque sea discutible
su calidad, la tele transmite cierta cultura.
Y no olvidemos que
desde el punto de vista psicológico, negar una distracción, «una ocupación
placentera (o sentida como tal, que es lo mismo), no es el modo ideal de hacer
que se prefiera otra: será más bien el modo de echar sobre esta otra una sombra
de fastidio y de castigo».
Enfrentando los
libros a los cómics
Cuántas veces
escuchamos de pequeños a algún adulto sabiondo escupirnos la frasecita: «¡Deja
de leer tebeos, que son una tontería!» Nuestro maestro o nuestro padre
amenazaba: «¡Te quemaré todos los tebeos si no te veo leer!». «¿Sólo un
suficiente en lengua, eh? A partir de mañana se acabaron los tebeos»...
Hemos olvidado lo
mal que nos sentíamos cuando nos prohibían abrir la páginas de El guerrero del
antifaz, Corto Maltés, Flash Gordon, Tintín, El Capitán Trueno, Mortadelo y
Filemón… Y ahora somos nosotros los que castigamos a nuestros hijos sin leer
sus tebeos de Bola de Dragón, Spiderman o Sinchán.
En este caso
prohibir no sirve para nada porque acabarán leyendo tebeos escondidos en el
cuarto de baño como hacíamos nosotros, o en casa de un amigo.
Los cómics no pueden
ser considerados en sentido estricto un subgénero de la literatura, pero su
función de puente hacia lecturas más canónicas es indiscutible. En medio de las
cenagosas y obligatorias lecturas escolares, las aventuras de los tebeos
suponen una ventana por la que penetra un mundo fantástico e ilusionante.
Verne, Salgari,
Gordon, Blyton, Agatha Christie… han sido para muchos de los adultos de hoy la
lectura más estimulante, más instructiva y probablemente la más educativa de su
infancia, aunque los críticos literarios podrían hablar de «subliteratura».
El cómic –nos
recuerda Rodari– «posee la función de nutrir y alimentar la necesidad de
aventuras, de comicidad de rápida consumición y renovación constante: es
manejable, es económico, es cambiable. Los niños no tienen necesidad sólo de
buenas lecturas».
No existe relación
de causa-efecto entre la lectura de tebeos y el rechazo de los libros «de
verdad»: todos conocemos chicas y chicos (también adultos) que leen mucho y con
la mano izquierda cultivan también el huertecillo de los tebeos.
Cuando yo era joven
leíamos más
A menudo tenemos la
tentación los adultos (y raras veces la resistimos) de añorar nuestra infancia
porque guardamos de ella un recuerdo distorsionado por el paso del tiempo y la
necesidad de idealizar lo que no tenemos. La memoria es una aduladora y engaña
hábilmente, pero es difícil darse cuenta de ello.
¡Cómo se leía cuando
éramos pequeños! ¿De verdad? ¿Cuándo? ¿Hace cien años, cuando la mayoría de los
españoles eran analfabetos? ¿Hace cuarenta años, cuando varios millones ni
siquiera sabían leer? Además, los que leían más eran los hijos de la burguesía,
porque lo que es el resto de los mortales, trabajadores y clase miserable, no
tenía dinero para comprar unos libros que no poseían ni siquiera un aspecto
medianamente atractivo porque sus ediciones eran en muchos casos vulgares y
cutres.
«Antes había buenos
libros para los niños». No intentemos que nuestros hijos añoren un pasado que
no es el suyo porque no pueden identificarse con la nada. Y, volvemos a
recordar otra incoherencia adulta: «Papi, si los libros que tenías de pequeño
eran tan buenos y te gustaban tanto, ¿por qué no conservas ninguno?».
Los niños de hoy
tenéis demasiadas distracciones
«…Y por eso leéis
tan poco». La catastrófica organización del tiempo libre de nuestros hijos no
es la causa de que no lean. Unas veces el tiempo libre no es más que «tiempo
vacío», tiempo desaprovechado porque los padres no enseñamos a nuestros
pequeños a convertirlo en un ocio creativo y estimulante.
Otras veces su
tiempo libre, el no ocupado por las tareas escolares, se barniza con una
neurótica obsesión por las «clase de…»: les obligamos a aprender informática,
piano, inglés, ballet, artes marciales, danzas húngaras… ¿Cuándo tienen un
ratito para abrir un libro de Literatura Infantil con la garantía de no
quedarse dormidos por el agotamiento?
En muchas de
nuestras ciudades no hay espacios para jugar, ni espectáculos medianamente
creativos y enriquecedores para niños, ni bibliotecas, ni cosas por el estilo.
En nuestras casas urbanas no hay sitio para el cuarto de los niños entendido
como espacio íntimo e infranqueable...
Sí, es cierto, hoy
en día hay más distracciones, pero su compatibilidad con los libros puede ser
factible pues no depende «del número y de la calidad de los pasatiempos (es
decir, de las ocupaciones más libres y por esto más queridas, y por esto de
mayor eficacia educativa) sino del lugar que el libro ocupa en la vida del
país, de la sociedad, de la escuela».
Echando la culpa a
los niños de que no prefieren los libros
Echar la culpa a los
niños, además de fácil, es comodísimo, porque sirve para ocultar las propias
culpas. Reconocemos que los niños no leen lo suficiente, pero hay demasiadas
casas en las que jamás entra un libro, hay millares de licenciados sin
biblioteca, hay muchos padres que no leen siquiera el periódico, y después se
sorprenden si los hijos hacen como ellos, hay responsabilidades de la escuela y
del Estado... En las editoriales para niños, el criterio comercial prevalece
siempre sobre el criterio pedagógico.
«Acusado como el
único responsable de una situación compleja y agravada aún por la crisis de los
ideales educativos hasta ayer pacíficamente aceptados, el niño reacciona como
puede: largándose a jugar al patio, o escondiendo bajo la almohada su querido álbum
de cómics».
Transformando el
libro en instrumento de tortura
Este sistema se
aplica intensamente en muchas escuelas: los maestros obligan a los niños desde
preescolar a copiar página por página su primer libro de lectura. Tras esta
tarea, que para el niño no tiene sentido ni interés alguno, se añade la
división en sílabas. ¡Si supiera cómo se divierten! Con el tiempo llega el
análisis gramatical y después hace su entrada triunfal el análisis lógico, el
resumir, el aprender de memoria, etc. Todos esos ejercicios multiplican las
dificultades de lectura y en lugar de facilitarlas, le quitan al libro
cualquier capacidad de entretener, de conmover, de interesar.
«La lectura no es ya
un fin a perseguir laudablemente, sino un medio para actividades más serias, o
que se presuponen como tales. El libro que entra en la escuela bajo el esquema
del rendimiento escolar produce respuestas puramente escolares: no es algo
hermoso y bueno de lo cual se tiene necesidad, sino algo que utiliza el maestro
para expresar un juicio».
Negarse a leer al
niño
Al narrar o leer un
cuento al niño la intimidad, la confianza, la comunión entre padres e hijos se
expresan de un modo único e irrepetible. Pero hoy en día pocos padres tienen
tiempo y ganas de leer un cuento a sus niños. Compartir la lectura es «promover
el libro de mero objeto de papel impreso a intermediario afectuoso, a momento
de la vida».
No ofreciendo una
elección suficiente
Si el abanico de
materiales de lectura que ofrecemos a nuestros hijos no es variado y rico, su
rechazo a los cuentos puede significar tan solo que le gustan otro tipo de
lecturas: libros documentales, tebeos, prensa deportiva, revistas juveniles,
lecturas digitales, etc. Favorezcamos la creación de «su» biblioteca personal,
que iremos enriqueciendo consultando sus gustos y momentos lectores.
Ordenando leer
Éste es el método
más eficaz si se quiere que los jóvenes aprendan a odiar los libros. Es seguro
al ciento por ciento. Facilísimo de aplicar. «Se toma a un muchacho, se toma un
libro, se colocan los dos en una mesa y se prohibe que el trío se divida antes de
determinada hora. Para garantizar el éxito de la operación, se anuncia al
muchacho que al finalizar el tiempo estipulado deberá resumir las páginas
leídas».
El joven sacará una
lección por su cuenta que no olvidará en lo sucesivo: hay que leer porque los
mayores lo mandan.
No decimos que no
sean necesarias las lecturas obligatorias. El niño las aceptará si a cambio le
damos oportunidad de leer dentro del tiempo escolar lo que le dé la gana, sin
pedirle nada a cambio.
«Una técnica se
puede aprender con pescozones: así la técnica de la lectura. Pero el amor por
la lectura no es una técnica, es algo bastante más interior y ligado a la vida
y con pescozones (reales o metafóricos) no se aprende».
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
1 comentario :
Es cierto a mi me ocurrió
Publicar un comentario