1 nov 2012
La memoria ya es digital
POR: Horacio Tarcus
Un experto en documentación y archivos explica cómo es el
tránsito inexorable del documento encarpetado al formato virtual e intangible.
Sin embargo, el fetichismo del papel no debe ser reemplazado por el del chip,
advierte Tarcus.
Archivos,
documentos, carpetas, ficheros, almacenamientos, permisos de acceso, solo
lectura, copias de seguridad… Buena parte de la jerga propia de la
archivística, utilizada hasta hace poco tiempo por celosos archiveros o
atribulados empleados de un despacho judicial, se ha extendido en los tiempos
de la digitalización al habla cotidiana de la mayor parte de la población.
Hasta hace unos
pocos años nuestra percepción de los “archivos” remitía a interminables
pasillos poblados de anaqueles atiborrados de empolvados papeles, debidamente
clasificados y encintados en viejas carpetas, con su correspondiente etiqueta
manuscrita.
Hoy la palabra
“archivo” nos remite a un uso mucho más cotidiano: el “archivo digital” de
nuestro procesador de texto.
Se parecen en
mucho, pero no son lo mismo. Nuestro archivo tiene hoy páginas pero no hojas,
tiene tamaño y color, e incluso peso, pero de él no emanan olores ni se acumula
polvillo: es apenas un gélido conjunto de bits almacenados en un dispositivo.
Sin
embargo, la noción de “archivo digital” nace por analogía con el mueble
archivero de una oficina o institución: una unidad constituida por cajones, que
a su vez contiene carpetas, dentro de las cuales se guardan documentos. Lo que
hoy llamamos “archivo digital” equivale en verdad al documento considerado en
su unidad, mientras que el conjunto de archivos y carpetas que se organiza de
modo jerárquico y arborescente constituye lo que se denomina un “sistema de
archivos”.
Lo curioso es que
hay una asimetría en esta duplicación virtual: en el archivo real, el de los
anaqueles, los biblioratos y el polvillo, la unidad es el documento,
reservándose la designación de archivo, o mejor, de fondo de archivo, a la
totalidad de la documentación reunida por una institución o una persona. O se
llama coloquialmente archivo a la institución que lo resguarda. En cambio, en
la era digital, “archivo” es la unidad.
Pero la
archivística no sólo se ha conmovido por esta apropiación de su jerga en la era
de la información: es que la sola posibilidad de la digitalización de los
fondos de archivo abre un horizonte extraordinario en lo que hace a la
preservación, la administración, la visibilidad, la accesibilidad y la
reproducción de un patrimonio cultural hasta hace poco, difícilmente accesible.
No sólo se ha revolucionado la labor de los archivistas, sino también nuestra
propia experiencia como lectores, eventuales o profesionales, de papeles de
archivo. ¿Quién no ha experimentado emoción y alegría al encontrar colgada en la Web la copia digital de un
antiguo o remoto documento histórico que de otro modo acaso nunca hubiera visto
jamás, o al abrirse con apenas un clic la imagen de la carta manuscrita o el
borrador de un escritor querido?
Pero aquí
justamente comienza el problema. Es que un documento encontrado en la Web luego de afanosa búsqueda,
por emocionante que sea el proceso y sobre todo el hallazgo, y por más
elocuente que nos parezca en sí mismo, es siempre una pieza dentro de una
totalidad.
La moderna archivística se fundó, precisamente, sobre el principio
de que el documento dice sobre todo en relación al conjunto de los documentos
que componen un fondo. Entonces, no se trata sólo de descifrar el texto o las
imágenes del documento que tenemos a la vista, sino también y sobre todo de
saber cuál es su procedencia: de qué fondo proviene, qué persona o institución
conformó ese fondo, qué lugar ocupa dentro de su estructura / jerarquía y,
además, cuál es la institución que hoy nos garantiza la autenticidad del
documento, que nos informa de su organización, que recupera la historia
archivística de ese fondo, que nos autoriza o no a leerlo, o a reproducirlo,
completo o en parte. Aquello que Derrida ha designado como “el poder arcóntico
del archivo”, recordándonos que archivo proviene de arkhé , el comienzo, y se vincula al arkheîon , la casa, la residencia de los arcontes, bajo cuya tutela
se guardaban los documentos oficiales. El documento de archivo remite pues al arkhé , al comienzo, al olvido y la
conservación de la memoria; y también a la institución que lo guarda, esto es,
al poder. El documento aislado es la prenda del fetichismo del coleccionista;
el investigador, en cambio, trabaja con el documento integrado en un fondo,
resguardado y catalogado por una institución.
Desde luego, el
problema del documento aislado se nos presenta tanto de modo real como virtual.
El librero de viejo o el rematador de bienes culturales nos ofrecen
habitualmente piezas sueltas valorizadas no sólo por el prestigio del autor
(una carta de Borges, un dibujo de Rafael Alberti, un poema manuscrito de
Neruda) sino por el aura de la pieza única y original. Normalmente son piezas
desgajadas de un fondo y destinadas al fetichismo coleccionista. Pero en el
mundo virtual de la Web
el problema se acentúa, pues nuestra pantalla nos ofrece a menudo sólo la
imagen de un documento, una pieza suelta y sin el contexto que le da sentido.
Pero al fetichismo
de la pieza suelta se ha sumado el fetichismo de la digitalización. Hay quienes
creen muy seriamente, por ejemplo, que al caos de nuestro Archivo General de la Nación debemos enfrentarlo
meramente con un programa de digitalización total. Ignoran que la
digitalización no hace milagros: se limita a reproducir de modo virtual el
orden o el desorden del original. Sea en papeles, carpetas y anaqueles, o sea
en bits y en discos rígidos, la identificación y catalogación de los fondos es
ineludible.
En conclusión: aunque me gustan los estrechos pasillos amenazados por
empinados estantes, biblioratos que amenazan caerse sobre nuestra cabeza, los
pisos de parquet que crujen bajo mis pasos y me emociona desatar el moño de la
cinta para abrir una carpeta que atesora viejos papeles, no quiero ignorar que
no ya el futuro, sino el presente avanza hacia la digitalización y
virtualización de los archivos. Nuestras viejas prácticas de manos llenas de
polvo quedarán en unas pocas decenas de años para la memoria, el cine y la
literatura.
Los centros
mundiales más avanzados en archivística vienen desarrollando sistemas
integrales de catalogación, descripción y digitalización de fondos de archivo
que apuntan a resolver los problemas arriba señalados. En Buenos Aires, desde
el CeDInCI venimos experimentando en uno de ellos: ICA-Atom (acrónimo de
International Council on Archives-Access to Memory).
Entre tanto, y
hasta que la digitalización integral de los archivos se normalice y se expanda
por el mundo, la Web
se nos aparece hoy como una versión gratuita de esas subastas de libros
firmados, manuscritos y fotos autografiadas: una caótica oferta de infinitas y
maravillosas piezas sueltas.
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