El perfil del bibliotecario, si se quiere, "moderno" esta siendo motivo de debates, que afectan la estructura de formación del bibliotecario, pero esas discusiones no habrían pasado del nivel de la superficialidad. Para el autor, son pocos los profesionales que están seriamente preocupados con el perfil del moderno bibliotecario o profesional de la información, enfocándolo con relación a las necesidades actuales de la profesión, al mercado de trabajo, y a los problemas informacionales de la sociedad, "la gran mayoría de los profesionales así como de los investigadores del área, acepta cómodamente el mantenimiento de la estructura profesional que reproduce un perfil del bibliotecario vinculado a exigencias sociales ultrapasadas e retrogradas" (p. 31). Uno de los indicativos de esa vinculación retrograda sería el mantenimiento del término "bibliotecario" como designación del profesional formado por los cursos de Bibliotecología, pues a los ojos de la sociedad, bibliotecarios son todos aquellos que trabajan en el espacio de una biblioteca, independiente de la posesión o no-posesión de una formación académica, además, tiene una imagen estereotipada disociada de la realidad social. Porque, entonces, insistir en el uso del término bibliotecario?
Casi siempre las discusiones sobre la función social de un profesional suceden cerca de un hecho relevante: un nuevo siglo, una guerra, alteraciones económicas o sociales, revoluciones, etc. En esas circunstancias, la sociedad impone a todas las profesiones la modificación de sus características, de su perfil, de sus funciones. Acompañar esas modificaciones sociales implica una modificación interior de la estructura profesional. Entonces, es necesario saber distinguir esas modificaciones y tornarlas claras tanto para la profesión como para los practicantes de esa profesión, pues esas transformaciones son consecuencia del análisis de la realidad social objetiva.
En la historia de la bibliotecologia, esas discusiones comenzaron con el surgimiento de la biblioteca pública alrededor de 1850. Fruto de las influencias de la revolución francesa y de las necesidades impuestas por la revolución industrial, la educación pasó a ser considerada como una de las más importantes reivindicaciones tanto en los Estados Unidos como en Inglaterra. Aparejado a las reivindicaciones por el acceso a la educación vino la idea de bibliotecas mantenidas integralmente por el Estado y dedicadas a toda la sociedad, es decir, las bibliotecas públicas. Para hacer frente a esas exigencias de un nuevo tipo de bibliotecas, los bibliotecarios respondieron con la edición del CDD, las reglas del catálogo diccionario, el orden topográfico de los libros en los estantes, la creación de la Asociación Americana de Bibliotecarios (ALA) y un nuevo servicio volcado exclusivamente a la satisfacción del usuario: el servicio de referencia. Se verifica entonces, la transformación de una biblioteca dedicada a la preservación hacia una biblioteca más dedicada a la diseminación de la información. Como vemos, las reinvindicaciones por el acceso a la educación originaron un cambio en las bibliotecas y en el perfil de los que actuaban en la biblioteca. Los bibliotecarios atienden esas reinvindicaciones, adaptándose a las necesidades informacionales de la sociedad.
El autor encuentra otro ejemplo de esas modificaciones a finales de la década de los 60s en los Estados Unidos. En esa época el sector cultural del país vivió una reducción de los presupuestos públicos, entonces, cada segmento cultural se esfuerzó por justificar su importancia social. La bibliotecología americana encuentró la salvación en la copia de un servicio implantado en Inglaterra después de la segunda guerra mundial: la función informacional. De esa forma, la diseminación de la información pasó a ser priorizada, transformando y remodelando la función social de la bibliotecología. También la "información" se transformó en el objeto de estudio de la bibliotecología. Y si el propio objeto de estudio de la bibliotecología fue alterado, porque el nombre del profesional tiene que ser mantenido?
Otro ejemplo descrito por el autor, son los momentos en que las "revoluciones" afectan a las bibliotecas y a los bibliotecarios. Y describe dos casos: el autoritarismo brasileño y la revolución sandinista. Respecto a la dictadura brasileña, según el autor, existen pocos relatos sobre la actuación y la posición de las bibliotecas, de los bibliotecarios y de las entidades que las representaban. En la mayoría de las veces, los profesionales bibliotecarios se sometieron a las determinaciones de la dictadura. Las bibliotecas se convirtieron en espacios de difusión de la ideología propagada la dictadura militar. Las bibliotecas no fueron espacios de cambio, de transformación, idea que el bibliotecario siempre pregonó y que en la práctica se transformó en la de conservación y sumisión. Como el bibliotecario considera sus herramientas de trabajo políticamente neutros, los profesionales también se consideraron como neutrales e ciegos a los acontecimientos sociales. En el caso de Nicaragua, la revolución impulsada en las áreas de la salud, educación, vivienda, etc. no se reflejó en la biblioetecología, permaneciendo la misma retrograda y conservadora de la época somocista. "Un momento revolucionario determina y exige una reflexión de las posturas profesionales y su importancia para la transición política, económica, social y cultural, [impulsa a] los profesionales a debatir la manera como actuarán para acompañar las transformaciones sociales" (p. 41). Lamentablemente, esto no sucedió en Nicaragua.
Por ultimo, el autor analiza la "crisis de las profesiones" del campo de la información al final del milenio, afirmando que "En primer lugar, la idea del profesional de la información no es prerrogativa del bibliotecario, al contrario, ella identifica una gama de profesionales que lidian la información en sus varios aspectos, abordajes, soportes y momentos" (p. 42). Y si estamos viviendo una crisis de las profesiones, nada mejor que aprovechar esa oportunidad para discutir propuestas que presenten transformaciones radicales en la organización de la política profesional, acabar con el corporativismo y la reserva del mercado de la práctica profesional bibliotecaria. Dedica también espacio a la discusión de la dicotomía entre el bibliotecario antiguo y moderno como excluyentes no viabilizando la existencia de ninguno de ellos. Esa dicotomía busca dividir la profesión en dos segmentos. En momentos en que el mercado exige un conocimiento globalizado y especializado, es un contrasentido designar de "moderna" una propuesta que solo exige la profundización de la especialización. Esa tipología no representa de ninguna manera los espacios informacionales. Para el autor, las unidades de información se dividen entre aquellas que ofrecen información y las que orientan a que se obtenga la información. La concepción básica de esta propuesta esta centrada en la acción, en la actuación, en la practica profesional y no en el espacio como manera de diferenciar las unidades de información. Si el punto diferenciador es la acción del profesional poco importa el espacio donde ocurra la oferta o recepción de la búsqueda de la información. La distinción ocurre solamente en el ámbito de la mediación. Por último, el autor ofrece una lista de 83 nombres diferentes para designar al nuevo bibliotecario unos estrambóticos y otros hasta risibles.
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