10 oct 2009

Violencia escolar

Por: David Mazzitelli

Los profesionales que están vinculados a los ámbitos educativos, los docentes de escuelas primarias y secundarias, el personal de maestranza, concluyen muchas veces en la siguiente afirmación: "Se ha perdido el respeto por la autoridad" u "Hoy no le podés decir nada a un chico porque enseguida tenés a los padres cuestionándote y amenazándote con que van a ir a la televisión". Es frecuente hoy en día escuchar frases como las mencionadas o leer noticias periodísticas al respecto, mostrando y demonizando a los adolescentes.

Los docentes traen su queja en cuanto a que los alumnos no respetan los límites, se levantan del banco constantemente, no muestran interés por aprender, cuestionan y responden con violencia cuando se les llama la atención, se tratan con extrema violencia entre ellos.

Esto nos hace pensar en la caída del dispositivo pedagógico moderno y las diferentes maneras de habitarlo. Se trata de la destitución simbólica de la escuela, que hace alusión a que la ficción por esta construida, mediante la cual eran interpelados los sujetos, dejó de tener poder preformativo, entendiendo por esto la pérdida de la capacidad de producir efectos prácticos por parte de un enunciado. La eficacia simbólica de un discurso se mide en su potencia de producción de subjetividad, es decir en su capacidad de construir a un sujeto alrededor de un conjunto de normas y valores que son los que rigen la vida social. Silvia Duschatzky y Cristina Corea, en su libro "Chicos en banda", sostienen que se percibe una pérdida de credibilidad en la escuela como fundante de subjetividad.

¿Asistimos a una debacle general o debemos pensar en no responder con viejas consignas a una problemática particular, propia de nuestro tiempo?

La destitución no es un derrumbe sino el escenario complejo y extremadamente duro en el que se despliegan operaciones de invención para vivirla. La desubjetivación hace referencia a una posición de impotencia, a la percepción de no poder hacer nada diferente con lo que se presenta. Desde aquí los alumnos son descriptos mediante atributos de imposibilidad, como por ejemplo: no respetan, tienen mal comportamiento, no están cuidados, etcétera.

Hace poco una directora me contaba asombrada cómo un alumno de once años le arrojo un pupitre a un compañero que lo ponía en evidencia por una transgresión y cómo luego la docente fue golpeada por el mismo alumno cuando ésta lo tomó del brazo para llamarle la atención.

Detengámonos en dos aspectos de esta situación: la violencia frente al quedar en evidencia, que podría llevar a responsabilizarse por su acto, y el cuerpo puesto en juego en todo momento, con el compañero o con la docente.

Lo que caracteriza esta época, como un actor caracteriza tal personaje, es un hedonismo a ultranza, un goce sin límites, donde se pregona el éxito sin demasiados rodeos ni postulaciones. Lo pulsional se abre paso sin el encuentro con el principio de realidad, aquel que, como decía Freud, trae grandes logros para la cultura pues introduce un tiempo de espera.

En la actualidad en cambio, el cuerpo pasa al centro de la escena, cuerpos que deben ser jóvenes, bellos, para borrar las marcas del paso del tiempo. Nos topamos con la adolescentización de los padres.

Hay padres que han decidido abandonar el lugar fundamental de la confrontación, como dice D. Winnicot cuando sostiene que los padres durante la adolescencia de los hijos deben creer más que nunca en sus propios ideales y no abdicar sino confrontar con sus hijos.

Desde aquí, se suelen patologizar conductas de los jóvenes, que en realidad son propias de un proceso saludable, pues en el camino del crecimiento ellos deben experienciar y poder equivocarse, pero si del lado de los padres encontramos posiciones muy represivas y rígidas se agrava la oposición entre estos y los hijos, dando muchas veces paso a actuaciones peligrosas, incluso suicidas.

Están también aquellos padres que se ponen a la par de los hijos, van a bailar con ellos o están fanatizados en los gimnasios para reproducir de la manera más fiel el sueño de la eterna juventud, plasmado en el cuerpo. A. Cordié sostiene que muchos adultos se identifican con los adolescentes, copian sus formas de vestirse y de hablar, al tiempo que les dicen a éstos que se pongan el traje de la madurez. Nada es más desestabilizador para un adolescente que esta actitud de renegar de la condición de padres. Algunos autores (Miller) llaman a esta época "La era de la caída del padre".

Aclaremos que hablamos de función; en tanto tal, entendemos lo que pone límite al goce incestuoso y propicia la apertura exogámica, introduciendo al sujeto en el placer desiderativo. Opera la castración notificando al hijo la condición legal de la existencia, la imposibilidad de serlo todo. Los efectos de esta función fallida dan como resultado una pobre capacidad de simbolización y la permanente actuación (acting out), entendiendo por esto la puesta en escena de aquella conflictiva que no logra ser mediatizada por la palabra (simbolización).

Cada vez son más los chicos que no pueden permanecer sentados: son los diagnosticados como hiperactivos o con déficit atencionales. Se trata de niños que no pueden renunciar al goce del cuerpo a cuerpo, de las peleas, de la agresión física; desde aquí, se dice que los chicos no toleran las reglas.

Eric Laurent, un psicoanalista francés, dice al respecto: "Al poner la educación universal y decir que todos los niños tienen iguales derechos, al meterlos a todos en el mismo dispositivo, hay patologías que no entran en este dispositivo escolar, que no estaban antes.

"Por otro lado, con la precarización del mundo del trabajo, cada vez más niños son abandonados por la presión que hay. Antes tenían madres para ocuparse de ellos. Ahora se ocupa el televisor. La tevé es como una medicación, es como dar un hipnótico, hace dormir... Es una medicación que utilizan tanto los niños como los adultos para quedarse tranquilos delante de las tonterías de la pantalla. La escuela es precisamente la que articula esta función del padre entre prohibición y autorización. Los maestros aparecen como representantes de los ideales y esto agudiza la oposición entre niño y dispositivo escolar, transformando las patologías, imbricación de lo biológico y lo cultural."

Lo que se pregona es la idea de que nada vale como discurso y, cuando esto pasa, lo que hay es violencia, atacar al otro.

En respuesta a esto se ofrecen soluciones del tipo "tolerancia cero" o bajar las edades de imputabilidad, en fin, más prohibición. Los psicoanalistas sabemos que cuanto mayor sea la prohibición, mayor el empuje al goce; son las dos caras del súper yo. Si la ley se presenta sólo prohibiendo, empuja a la destrucción del otro que viene a prohibir. Dice Laurent: "...hay que autorizar a los sujetos a respetarse a sí mismos, no sólo a pensarse como los que tienen que padecer la interdicción sino que puedan reconocerse en la civilización. Esto implica no abandonarlos, hablarles más allá de la prohibición, hablar a estos jóvenes que tienen estas dificultades para que puedan soportar una ley que prohíbe pero que autoriza también otras cosas".

El psicoanalista argentino J. Milmaniene sostiene que: "La transgresión es un llamado al reconocimiento amoroso del padre, cuya indiferencia arroja al sujeto al campo riesgoso del goce sin freno. Por eso los límites bien puestos reivindican al hombre en su condición deseante. (...) El sujeto deseante es producto del eficaz ejercicio paterno de la ley, sin el cual el niño naufragaría en cualquiera de los modos de desubjetivación".

Dice J. Lacan en el seminario 21: "¿Cuál es la condición para que el padre posibilite la castración? El amor al padre. ¿Por qué? Porque si no hay amor al padre no se sostiene la represión".


¿Qué podemos proponer?

En primer término no patologizar conductas que pueden ser propias de la adolescencia. Favorecer en ellos el aprecio por sí mismos, que tengan un lugar y que no sea de desperdicio, puesto que la economía globalizada, que tiende a borrar singularidades, vende un discurso en el que el éxito (medido en términos de acumulación económica) estaría asegurado por un diploma y por trabajar bien, pero no todos van a tener acceso a eso. Por lo tanto hay que producir un discurso que los incluya, donde la autoridad y los límites sean algo a construir junto con ellos, sin caer en una relación recíproca con los jóvenes pero sí circular, creando nuevas condiciones de recepción de lo que acontece, nuevos modos potentes de nombrar, pues en estos tiempos de exclusión (solapada) algo se hace oír a través de la violencia.


DAVID MAZZITELLI (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Psicólogo, UBA. Psicoanalista. Docente de la Facultad de Psicología, UBA


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