19 oct 2009
El aula del siglo XXI
En la anterior columna, comentaba que el sistema educativo debía adaptarse a la nueva realidad que viene de la mano de Internet. De lo contrario pueden darse situaciones kafkianas. Un ejemplo: Un maestro pide que se elabore un trabajo sobre un tema. Como gracias a internet existe una disponibilidad inmediata e infinita de información, el maestro exige que el trabajo se presente al día siguiente.
El alumno busca en la red y en cinco minutos todo está hecho. El problema es si ha comprendido algo, si ha sido capaz de encuadrar la información en el contexto adecuado. Por eso, es esencial asegurar la presencia de extensos marcos conceptuales para que las cosas tengan significado. Otro ejemplo: con la velocidad a la que se mueven los motores de búsqueda de datos, ¿para qué se necesita memorizar nada? Ha cambiado el modo de aprender.
Los niños y adolescentes quieren aprender haciendo, experimentando las cosas en primera persona. No se conforman con oír o ver; quieren hacer. El lema Aprender haciendo cuelga ya en varios programas educativos de gran éxito.
Si se mantiene el modo de entender la educación que prevaleció en el siglo XX, se perpetuarán resultados negativos como los del informe Pisa o tasas de fracaso escolar alarmantes. El cerebro de los niños del siglo XXI no es como el nuestro. Las conexiones de sus circuitos neuronales están muy influidas por el tipo de ambiente cultural en el que se han desarrollado, dominado por las nuevas tecnologías cargadas de virtualidad e inmediatez. Esto no es ni mejor ni peor; es diferente.
Quizás por esto, la escuela ha pasado de ser un entorno rico en preguntas y pobre en respuestas a convertirse en un entorno pobre en preguntas y rico en respuestas. El sistema educativo debe tenerlo en cuenta y utilizar las tecnologías de la información para favorecer la creatividad. El cerebro de la infancia-adolescencia está dotado para ser muy creativo y aprender. A esas edades hay un exceso neuronal y se está conformando la organización cerebral definitiva.
En algunos países se han puesto en marcha iniciativas para establecer marcos de colaboración entre la neurociencia y la educación que aportarán conocimientos muy valiosos sobre el mejor modo de explotar las potencialidades del nuevo cerebro de los niños de hoy.
A medida que la instrucción asistida por ordenador se vaya sofisticando, será posible una educación personalizada, acorde con las capacidades de cada alumno, encaminada a reforzar los puntos fuertes y compensar las limitaciones.
Vamos hacia una educación virtual y personalizada, capaz de extraer lo mejor de cada uno. Suena bien. ¿Y los profesores? ¿Sobrarán? Seguro que no porque nada impedirá que transmitan y contagien el entusiasmo por una materia. Este tipo de contagio es algo muy personal que los buenos profesores conocen muy bien. Eso sí: tendrán que asumir nuevos papeles.
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