27 oct 2009

El libro en la era del blog



POR LUIS FELIPE LOMELÍ


Es tristísimo ver una videoteca en formato VHS. O, peor aún, Beta. Sabes que ahí hay un montón de películas maravillosas pero, también, que es casi imposible verlas. De modo que ahí está como un elefante blanco, como una reliquia de museo pues el cambio tecnológico llegó rapidísimo.

Cambiar los formatos de la tecnología que almacena información es un negocio. Obliga, de algún modo, a que todos vuelvan a hacer el gasto y se actualicen. Siempre se promete una tecnología mejor y más barata. Así, las videotecas pasaron de las latas de cinta a los casetes Beta, VHS, luego vinieron los Laser Disc, los VCD y ahora los DVD. Sin embargo, fuera de las latas de celuloide, los formatos intermedios se han ido volviendo obsoletos, inservibles. Lo que hace pensar si realmente fue mejor y barato actualizarlas.

Es imposible predecir el futuro, lástima. Y era imposible saber si el celuloide iba a desaparecer o no, o si el VHS iba a estar con nosotros por un siglo. Ahora, con el internet, seguido corren versiones de que van a desaparecer los libros y hay que copiar todo lo que se tenga a formato digital antes de que sea demasiado tarde. Pero, como con el video, vale la pena reflexionar. Así, las preguntas son dos: ¿es deseable tener bibliotecas digitales?, ¿qué pasará con los libros impresos?



Las bibliotecas digitales

Adelanto mi conclusión: las bibliotecas digitales no sólo son deseables, ya son necesarias y urgentes. No se trata de reducir los costos de almacenamiento de libros (los costos de almacenamiento digital y actualización son mucho mayores) sino de que los estudiantes, investigadores y ciudadanos en general seamos capaces de competir en un mundo donde la información fluye de forma mucho más rápida.

Para poder decidir –desde cuestiones domésticas hasta cuestiones industriales– es necesario conocer. Y para conocer se requiere información. Verdad de Perogrullo: quien tiene información más rápido puede decidir más rápido. Así, son necesarias una serie de acciones por parte de los gobiernos e instituciones educativas para que las bibliotecas digitales funcionen.

En primer lugar, deben de existir. Y deben de ser públicas. Cierto es que existen algunas pero su acervo de libros electrónicos es reducido y, en algunos casos, el acceso es restringido. De modo que debe incrementarse el acervo y ha de existir por lo menos una gran biblioteca pública digital, digamos, de la SEP.

En segundo lugar, para incrementar el acervo, se debe hacer un trabajo (sí, monumental) para digitalizar libros, tesis y artículos existentes y legislar sobre la digitalización total o parcial de los futuros. En este punto entraría el problema de los derechos de autor (que siempre les importan más a las editoriales y distribuidoras que a los autores) pero, como trataré de explicar más adelante, no es un problema sin solución y siempre se puede empezar digitalizando lo que ya existe y no tiene problema de derechos. Por ejemplo, digitalizar el acervo total o parcial de las publicaciones oficiales (SEP, FCE). Más aún, de poco sirve una tesis encuadernada y empolvada en algún lugar recóndito de una biblioteca universitaria; es necesario publicar digitalmente las tesis de licenciatura y posgrado justo después del examen de titulación (lo que, aparte, también ayudaría a evitar fraudes).

Asimismo, sería maravilloso que los muchachos del Sistema Nacional de Investigadores y el Sistema Nacional de Creadores tuvieran la pequeña obligación extra de contribuir con un par de artículos anuales de su especialidad para la creación de una enciclopedia mexicana en red (una Wikipedia mexicana más rigurosa que la existente Wikipedia).

En tercer lugar, pero no menos importante, es necesario incrementar los proyectos de internet público gratuito (Guadalajara en red, el proyecto del GDF, etcétera) y dotar a las bibliotecas físicas existentes de mejores y más grandes espacios con computadoras. Pues de poco sirve que existan las bibliotecas digitales si pocos tienen acceso a ellas.

Por último, sería conveniente desarrollar sistemas de almacenamiento y búsqueda propios y públicos para que el sistema educativo del país no dependa del futuro de grandes corporativos como Google.

Ahora bien, es posible que lo anterior haga pensar que el libro físico va a desaparecer y nos encontraremos con un mundo totalmente diferente. No lo creo.



El libro

El medio es la forma. Diferentes medios tecnológicos han favorecido diferentes géneros literarios. Así, en épocas pretecnológicas las formas de literatura fueron el relato oral y la poesía. El relato oral, tradición en que sobresalen los musulmanes, tiene la ventaja de que cada orador puede cambiarlo a gusto y conveniencia y según sea la reacción de su público. Por su parte, la poesía tenía la ventaja, al tener rima y métrica, de ser fácilmente recordada para que el declamador fuera de pueblo en pueblo recitándola.

Después, con la infraestructura de los reinos comerciales y militares más establecidos, vienen las megaproducciones de antaño: el teatro. Ya fuera en el Japón medieval o en Europa, los artistas sacaron provecho del dinerito extra de los reinos. Posteriormente viene la imprenta de tipos móviles que permite la proliferación de un nuevo género, más barato que el teatro y que no requiere ni buena memoria ni ser un gran cuentacuentos: la novela. Luego viene el rotativo en el siglo XIX que promueve las publicaciones periódicas y, con esto, las novelas “por entregas” y los cuentos.

La historia continúa con la radio (que en México tiene un desarrollo único pues lo primero que se transmitió no fue ni una noticia política ni meteorológica sino un poema estridentista), con el cine (Hollywood, Bollywood, Época de Oro mexicana, etcétera) y con la televisión. La radio permitió, entre otras, la creación de la radionovela. El cine, aunque con múltiples variables, se decantó por la película de ficción de alrededor de 120 minutos. Mientras que en la televisión se crearon dos expresiones únicas: la telenovela y la miniserie.

En todos los casos la tecnología (el medio) generó una expresión narrativa particular (la forma). Pero, por más fatalistas que hayan sido las visiones en cada época, ningún avance tecnológico terminó eliminando una forma existente, sino que las incorporó y una novela se hizo obra de teatro, un cuento película, una película libro, etcétera.

Internet habría de dar, por supuesto, una forma de expresión narrativa particular. Y ya la tenemos: el blog. Además, como menciona Michael Collier de la Universidad de Maryland, internet también ha resucitado la poesía.

Más aún, ya hay blogs que se hacen libros. Este es el punto más importante de la historia: por más que el blog esté en la red y parezca que va a ser de acceso gratuito siempre, resulta que hay quienes prefieren leerlo impreso, de la misma forma que se puede preferir leer impresa la poesía o la novela después de ver la película.

El libro tiene ventajas tecnológicas inigualables. Aparte de que lo podemos llevar casi adonde sea y se lee más a gusto que en una pantalla, es la forma de almacenamiento de información más eficaz que hemos inventado después de la inscripción en piedra. Y es que el libro, a diferencia de otros medios, sólo requiere tecnología para almacenar la información pero no para extraerla. Para esto sólo se necesita saber leer pero ningún aparato (salvo, en casos, unos anteojos). De modo que lo que está almacenado en libros sigue siendo útil para el lector sin importar los cambios tecnológicos, a diferencia de los casetes VHS.

Así, si internet permite publicar y distribuir como nunca antes (de forma más democrática, con menor censura, mayor alcance), lo más probable que suceda es lo que ya pasa y ha pasado: proliferarán las publicaciones y los autores en la red, de forma similar a cuando apareció el rotativo, pero sólo algunos de estos verán sus escritos publicados en un libro (como sucedió con algunas crónicas, artículos, cuentos y novelas publicadas en periódicos). Los autores ya ven las ventajas de la autopublicación en red sin censura, mientras que las editoriales han de aprovechar las ventajas de la difusión y distribución.

Por ejemplo, las editoriales pequeñas y/o especializadas, como ha hecho la de la Universidad de Michigan, pueden optar por la publicación en internet más la impresión por encargo (para lo que habría que resucitar el sistema postal, confiable, barato y público en la mayor parte del mundo). El negocio seguirá siendo el mismo: vender libros. Nadie va a leer Los miserables en la red ni lo va a imprimir en su casa si es más barato comprar el libro, ya sea en una librería o por correo. Pero sí puede empezar a leer Los miserables y luego, ya que le gustó, comprarlo. Las editoriales pequeñas por fin tienen la oportunidad de tener una difusión similar a la de los grandes corporativos editoriales, y los grandes corporativos por fin tienen una forma fácil y rápida de hacer una gran difusión.

Por supuesto, todo tiene sus costos. Publicar un libro completo en internet significa que hay gente que no lo comprará sino que lo leerá ahí, como antes lo leía en una biblioteca. Y serán muchos los que no lo compren. Pero, también, serán más los que lo lean y esto acarreará mayor venta de libros. Ya se sabe: los habitantes de un país con una red extensa de bibliotecas compran más libros que los de uno sin bibliotecas. En la era de la fotocopiadora, uno sólo fotocopiaba el libro si este no se podía conseguir o si sólo se requería una parte de él. Pero, aun en el peor de los casos, alguien leía parte del libro y, si le gustaba, le contaba a sus amiguitos: difusión y promoción de un autor a precio de fotocopia (mucho más barato que las sesiones de entrevistas y presentaciones). La publicación de libros en internet sí que afectará a la industria de fotocopiadoras, pero no a la de la venta de libros. Así, tampoco hay un problema de derechos de autor pues la gente no sólo seguirá comprando libros sino que comprará más.

Internet, a diferencia de la difusión por fotocopia, tiene la ventaja de que es cuantificable y deja rastro. Antes, para un editor era casi imposible saber cuántas fotocopias, y dónde, se hacían de un libro que estaba mal distribuido. En cambio, con internet se puede saber cuántos clics se dan a un libro publicado en la red y desde qué lugar del mundo, de modo que el editor puede saber cuántos ejemplares imprimir y adónde mandarlos, teniendo con esto un análisis de mercado baratísimo y reduciendo costos de almacenamiento de libros impresos. Más aún, internet también reactiva el negocio de libros maravillosos que, sin embargo, tienen ventas bajas, pues puede incorporar la impresión de un ejemplar por pedido (negocio más reducido pues la verdadera ganancia está en el volumen).

La gente de las editoriales, en su mayoría, aún sigue renuente a esto y les parece atroz: ¡cómo es que voy a publicar los libros gratis en la red! Es la llamada “resistencia al cambio tecnológico”, a ver las amenazas y no las ventajas. Tampoco ven, a pesar del éxito de Amazon, que su trabajo ahora es promover que haya buenos sistemas postales que entreguen de forma rápida y barata un libro después de comprarlo en la red.

Tal vez lo que se necesita es que ya aparezca el primer gran best seller de un blog para que las editoriales se den cuenta de que la publicación gratuita en la red no significa perder el negocio sino incrementarlo. Falta poco. ~ Fuente: http://www.letraslibres.com/index.php?art=14129

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