4 dic 2014

“Modelo interno de prepotencia” El acoso escolar como sintoma.

Por: Eva Rotenberg


El acoso escolar es un fenómeno complejo. Consiste en la intimidación entre pares; va de las bromas a la marginación o incluso el abuso con connotaciones sexuales, agresiones físicas o ciberacoso. Considero estos comportamientos violentos como una respuesta a un conjunto de situaciones concientes e inconscientes, que devienen de circunstancias conflictivas previas, diferentes de acuerdo a cada subjetividad y a su entorno. Se debe tener en cuenta que se activan los peores afectos: violencia, maldad, odio, envidia, celos, generados frecuentemente por sentirse no mirados, invisibles, no importa la clase social. Pensar el bullying como síntoma es entenderlo como síntoma complejo; sería la respuesta frente a la vivencia de la pérdida de la mirada, de la contención, del amor del adulto, de la corrupción y de la caída de los valores.
El desamparo va construyendo un modelo interno de prepotencia, desconfianza o terror paralizante. El chico no sabe cómo protegerse de ese dolor que, si bien parece manifestarse ahora, hemos visto que viene desde muy lejos. Ocurren hechos violentos entre compañeros, ya sea porque es un buen alumno, porque es la más linda o porque es gordito. Eso no importa. Los docentes dicen no haberse dado cuenta de la posibilidad de riesgo. No hace mucho, los alumnos de un colegio privado destruyeron una plaza. ¿Estos hechos tienen un denominador común?
No hay una causa única en el acoso escolar. Lo que sí está claro es que la familia tiene un gran peso en todo esto, para bien o para mal. Si en el hogar los conflictos se resuelven a través de la violencia, si el padre y la madre registran poco las emociones y cambios en el estado de ánimo de los hijos y tienen dificultad para manifestar ternura entre ellos, son facilitadores para establecer malos vínculos, sometimientos, temores o deseos de venganza. Otros determinantes posibles son el autoritarismo y descalificación con humillación o demasiada sobreprotección y pautas variables que no son coherentes, castigo físico o psíquico. Estas actitudes comportamentales producen una alta probabilidad de que la violencia sea una forma de relacionarse con el mundo. Depositar la negatividad, lo rechazado, es decir, proyectar lo malo en alguien, acentúa los rasgos de intolerancia, exacerbando las conductas crueles y la insensibilidad.
En el grupo se disuelve el sentimiento de culpa individual, las acciones violentas encuentran asidero al proyectar en el oponente su vacío interior, en ciertos casos hasta la posibilidad de deshumanización, con lo que, quitándoles la categoría de semejante, se llega al ejercicio de la maldad. Estos son los temas que hay que trabajar en el grupo con los alumnos, cada uno deberá hacerse cargo de lo que deposita en el afuera.
Frecuentemente, los jóvenes que son agredidos no cuentan lo que sucede en su familia porque se sienten avergonzados o creen que les dirán: “¿Qué hiciste para que te hagan esto?”. En general, en mi experiencia, los alumnos acosados son personas que pueden ser muy valiosas, pero no cuentan en su familia lo que están viviendo o no le dan importancia, o los padres no saben qué hacer. Pero para estos niños o jóvenes, que ya vienen con temas propios, alguna broma o cargada cobra un sentido mayor, de exclusión o de humillación. Por esto hay que trabajar tanto con ese joven como con el grupo, elaborando qué aspectos se le depositan a él y qué aspectos positivos de él no descubren. Los docentes están acostumbrados a detectar a los alumnos antisociales, pero no a los silenciosos, que guardan odio y rencor.
* Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Autora de Familia y escuela. Límites, borde y desbordes. Texto extractado del trabajo “Bullying, ¿por qué y hasta cuándo?”.
Fuente:http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/subnotas/261197-70662-2014-12-04.html

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