12 dic 2017
La Nochebuena del bibliotecario (otro cuento de Navidad a la manera de Dickens)
Por: Carlitos Dikeno
Cuando
el Bibliotecario levantó los ojos del libro se dio cuenta de que no quedaba
nadie. Todos se habían ido y el Ayudante, ese vago que siempre está buscando
excusas para escurrir el bulto, había apagado las luces y cerrado los
ordenadores. “Bien, es Nochebuena”, pensó, “y supongo que sería inútil intentar
que cumpla con el horario debido. En fin, yo también me iré a casa, hace rato
que siento mucho frío”. Un frío extraño, además. Parecía que le saliera desde
dentro.
No le
resultó difícil atravesar la sala, a pesar de la oscuridad. Conocía bien “su”
biblioteca, aquel rincón en el que llevaba más de 20 años. Sabía dónde estaba
cada mesa, cada silla, cada estante. Mientras buscaba las llaves y conectaba
las alarmas volvió a pensar en el Ayudante. “Cada día está más enloquecido” se
dijo. “No hace más que proponer proyectos descabellados. ¿Pensará que nos pagan
para divertir a la gente? No faltaba más…”. Recordó que, esa misma mañana, le
había sugerido felicitar a sus lectores con reproducciones de los villancicos
renacentistas que guardaban en los depósitos. “¡Un material sagrado, sólo para
sabios!”. También le había insinuado que arreglaran una sala casi vacía para
acoger a los estudiantes. “Los pobres no tienen una biblioteca en el Instituto,
y aquí hay una buena sección de referencia”. ¡Pobres! ¡Llamar pobres a esta
panda de gamberros que sólo sirven para montar botellones! Por no hablar de la
absurda idea de bajar de Internet crucigramas para los ancianos. Así
utilizarían la colección de diccionarios y eso les ayudará a ejercitar la
cabeza, decía el insensato. “Esos ya no tienen ni cabeza, están gagás. Los
diccionarios son muy valiosos y, gracias a mis desvelos, se conservan
impolutos. No tardarían en babear encima”. ¿Y qué pensar del club de lectura
para “marujillas”?. Así las llamó: “marujillas”. “¿Vamos a perder el tiempo
charlando de La Regenta con semejante hatajo de incultas?”. El desgraciado
estaba tan loco como su sobrino, que quería abrir en la Biblioteca un chat, un
blog, una lista de distribución, qué sé yo cuántas tonterías más. Una vez pidió
un servicio de alertas, ¡alertas! “Vaya tontería… que se espabile cada cual y
busque la información por su cuenta”. La biblioteca no estaba para atender a
ignorantes.
Notó que
al final de la sala se reflejaba una luz. “¿Se habrá dejado abierto algún OPAC
el inútil ese? No sería raro, hoy estaba trastornado”. Fue a oscuras hasta la
pantalla que brillaba en la penumbra, para apagarla. Y entonces vio que algo se
movía allá dentro, como si estuvieran proyectando una película. No podía ser:
aquello era un terminal y no daba acceso más que al catálogo. ¿Qué se movía,
entonces?
Se
acercó más y, de pronto, el frío que toda la tarde había sentido se hizo más
profundo. Desde la pantalla del ordenador le hacía señas un rostro macilento,
enjuto, triste. ¡Era el anterior Bibliotecario! Había sido su maestro, su
mentor, incluso “su padrino”. Le enseñó cuanto sabía y desde entonces veneraba
su memoria. Pero… hacía más de 10 años que estaba muerto.
Se
asustó. Medio paralizado por el miedo, pero empujado por la curiosidad, se
acercó más, dispuesto a averiguar qué era aquello. Y entonces, la figura del
Viejo Bibliotecario señaló a una esquina de la pantalla y desde allí empezaron
a surgir imágenes… imágenes familiares. El Bibliotecario se vio a sí mismo, un
niño todavía, allí, en esa misma biblioteca. Habían montado un belén y el Viejo
Bibliotecario había sacado cuentos de Navidad y los había dispuesto encima de
las mesas. También había golosinas en el mostrador y todo el mundo se
felicitaba las fiestas. Parecían contentos. Mientras miraba la escena, el
Bibliotecario notó que el frío había desaparecido… hasta tenía ganas de unirse
a aquel alegre grupo de gente.
Pero la
imagen comenzó lentamente a desvanecerse y otra vez apareció la figura del
Viejo Bibliotecario. Ahora señalaba a otra esquina de la pantalla. Y allí, como
a través de una cámara web, el Bibliotecario vio a su Ayudante, cantando con un
coro de adolescentes… los villancicos de la biblioteca. También vio a un grupo
de mujeres de mediana edad, que hablaban animadamente y se intercambiaban
libros… de la biblioteca. “¡Este granuja me la ha jugado!”, pensó. “A pesar de
mis instrucciones, ha sacado los villancicos, ha organizado su club…. Me va a
oír cuando regrese”.
Estaba
indignado. Y volvía a sentir el mismo frío. Mientras rumiaba cómo poner freno a
los atrevimientos del Ayudante, la imagen volvió a desvanecerse y una vez más
el Viejo Bibliotecario apareció y señaló otra esquina de la pantalla. Pero esta
vez no se vio nada. Todo quedó negro, oscuro, no hubo ruidos ni movimiento.
Todo era silencio. Desconcertado, pulsó el ratón varias veces sin resultado
alguno. No sabía qué hacer. Y entonces oyó detrás de él un susurro muy leve.
“Sssss. No haga ruido. Nos pueden descubrir”. Miró a todos lados sin ver a
nadie. “No haga ruido, es peligroso. Los ordenadores están prohibidos”.
“¿Prohibidos? ¿Qué tonterías está diciendo? Hay más de treinta ordenadores en
mi biblioteca”. “Chssss, no pronuncie esa palabra. Todas están cerradas. Y los
cines, y las salas de conciertos. No se pueden leer más libros que los
oficiales”. “¿Cómo dice? Hace un momento he visto a un grupo de mujeres
intercambiando novelas, a un coro cantando villancicos… ¿me está tomando el
pelo?”. “Lo que usted vio pasó hace muchos años. Las mujeres no pueden salir de
sus casas. La música está vedada. Nadie canta, nadie lee, nadie tiene Internet.
Es muy peligroso. La gente dejó de venir a las bibliotecas porque no servían
para nada y, poco a poco, el fanatismo y la ignorancia se apoderó de
nosotros.”. Y, dicho esto, el murmullo cesó y todo quedó completamente en
silencio y a oscuras. El Bibliotecario notó cómo el frío, más terrible que
nunca, le recorría las venas y lo paralizaba.
Y en ese
momento cayó en la cuenta: era una broma. Una broma de mal
gusto,
claro. Una broma del Ayudante, sin duda en colaboración con el idiota de su
sobrino. Le habían gastado la broma del “Cuento de Navidad”. Muy bien montada
por cierto, pero un hombre de su cultura ¿cómo había podido ser tan ingenuo?.
Bastante
molesto, abrió la puerta para salir y tropezó con el Ayudante que volvía a toda
prisa. “Muy divertida su broma, muy
divertida”, casi rugió. “¿Divertida? ¿Qué broma? No sé de que me habla”,
dijo el Ayudante, sin resuello. “Vengo del Ayuntamiento. Por culpa de la
iluminación de Navidad que han colgado en la fachada hubo un cortocircuito y
nos quedamos sin luz. Llevamos toda la tarde completamente a oscuras, y tuve
que desalojar la biblioteca. Se lo dije cuando aún era de día, ¿no se enteró?”.
“¿No se enteró, señor Bibliotecario?”
Fuente bibliográfica
DIKENO, CARLITOS, B., 2016. La Nochebuena del Bibliotecario (Otro cuento de Navidad a la manera de Dickens). Boletín DIB: De interés para el bibliotecario. [en línea]. [Consulta: 12 diciembre 2017]. Disponible en: https://deinteresparaelbibliotecario.wordpress.com/2016/12/19/la-nochebuena-del-bibliotecario-otro-cuento-de-navidad-a-la-manera-de-dickens/.
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2 comentarios :
Muy bueno.
Muy bueno, me gustó mucho.
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