Docentes con temor, humillados y agredidos por sus propios alumnos. Exactamente esto es lo que puso de manifiesto el episodio del adolescente que prendió fuego al pelo de una docente y encendió definitivamente la mecha de una polémica instalada desde hace algún tiempo.
Por un lado, hay padres que enfrentan a las autoridades escolares para defender a sus hijos de lo indefendible. Por otro, hay padres que, asustados, reclaman mayor severidad en las medidas disciplinarias. En cada rincón de las aulas del país se repiten situaciones de desorden, violencia y desorientación.
Mario Oporto (55), profesor de Historia y –desde diciembre del año pasado– ministro de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires (función que ya había ejercido desde 2001 hasta 2005), recibió a Para Ti en su residencia de la ciudad de La Plata para hablar de maestros, padres y alumnos: los tres pilares de una comunidad educativa en permanente estado de crisis y con reiterados episodios de desborde. Como el que ocurrió la semana pasada, cuando Sandra Arrigó, profesora de Inglés de la Escuela Media Nº 8 de Lomas de Zamora, Temperley, se convirtió en una triste estrella fugaz a través de un video tomado desde la cámara del celular de un alumno (luego subido a Internet por ellos mismos) que mostraba cómo le colocaban un preservativo en la cabeza mientras intentaban quemarle el pelo. Las imágenes recordaron otra situación ocurrida algunos días antes, cuando Kevin López (16) fue expulsado de la Escuela Comercial Nº 19 de Caballito tras burlarse de una manera semejante –en este caso, incluyendo obscenidades– de Alicia Martínez, su profesora de Historia.
–¿Qué opinás acerca de estos incidentes? ¿Creés que se trata de hechos provocados por la crisis de autoridad que existe en los colegios?
–Hoy asistimos a una crisis de autoridad en la escuela, pero también en la casa y en el Estado. Hay un cuestionamiento y una desobediencia a la autoridad muy grandes. Porque picardías, travesuras y actos de mala educación hubo siempre, y todo esto no es algo nuevo. Andá a cualquier cena de egresados de hace treinta o cuarenta años y vas a escuchar las anécdotas que cuentan… Siempre estuvo el profesor de quien se mofaban y al que le pintaban el auto. Claro que ahora hay un mayor grado de agresividad en la sociedad en general, y por lo tanto en la escuela. Eso es indudable. Por ejemplo, la televisión ayuda a expresar y difundir este “clima de época”, porque actualmente muchos programas están basados en las cámaras ocultas, en la necesidad de reírse del otro y en la falta permanente de respeto.
–¿Te parece que lo que sucedió en el colegio de Temperley fue una “travesura”? Intentar quemarle el pelo a una profesora es más que eso…
–Cierto, el hecho superó los límites y lo que ocurrió requiere de una sanción muy grande. Pero eso depende de la escuela, porque no hay reglas generales.
–¿Un hecho de estas características merece una expulsión?
–Creo que la expulsión sirve para separar a alguien de una institución cuando el alumno ha demostrado que está perjudicando al conjunto, pero en todos los casos se debe buscar el equilibrio entre la severidad y la inclusión, porque el colegio no puede abandonar al chico. Porque detrás de cada alumno siempre hay una historia de vida. En la escuela los alumnos tienen que aprender a convivir con otros, y cada chico debe saber que va a recibir un castigo si actúa mal. En ese caso la expulsión sirve, y la escuela tiene que enseñar a respetar la ley.
–Pero lo que se percibe hoy es que los maestros y profesores tienen miedo, y que pocos se animan a aplicar medidas disciplinarias para que no se los considere “autoritarios”.
–Eso forma parte del serio problema que sufre la sociedad argentina y los adultos que confunden autoridad con autoritarismo. Si uno cruza un semáforo en rojo y lo para la policía, lo primero que hace es enojarse… Y si no paga los impuestos y lo intiman para que lo haga, también se enoja. Cuando el semáforo está en rojo, no significa que el semáforo “esté opinando” que vos no podés pasar, y vos podés opinar lo contrario. Acá parece que la ley es una opinión más y no un deber. En ese sentido la escuela tiene el deber de enseñar a cumplir las normas, de enseñar a trabajar, lo que no significa solamente enseñar a manejar el torno, sino a aprender a ser puntual, a trabajar en equipo, a aceptar consignas, a saber que hay jerarquías, y también le corresponde transmitir que uno puede opinar, pero siempre con respeto.
–¿Creés que puede resultar efectivo ser más estricto e intensificar el régimen de amonestaciones?
–No, para nada, porque una amonestación funciona como advertencia, y este sistema se deformó tanto que empezó a traficarse con ellas, al punto de imponerse con una arbitrariedad casi infantil. Entonces se escucha decir: “Te pongo 24 así no te echan”. Pero lo positivo es que se cumplan los regímenes de convivencia de los colegios, con reglas de juego sabidas por chicos y padres, que se contemplen sanciones fuertes, pero también que se le dé al chico la posibilidad de arrepentirse, por ejemplo formando parte de un acto solidario.
–Durante tu vida escolar como alumno, ¿tuviste alguna sanción disciplinaria?
–Sí, siempre tuve bastantes amonestaciones, pero más que nada por reírme o hablar en el momento que no era indicado. Yo me divertía mucho en la escuela, pero hacía las clásicas pavadas juveniles. Las indisciplinas entre comillas más grandes estuvieron vinculadas a mi actividad política, como cuando hice paros para apoyar “El Córdobazo” (en mayo de 1969).
–Recién hablaste de la televisión. ¿El celular modificó la actividad escolar?
–Es que no deberían permitirse dentro del aula, así como no se puede llevar una radio a clase. El chico tiene que saber que está en un momento de aprendizaje. Cuando vas a un cine o a un teatro también te dicen que lo apagues. Yo si estoy en una reunión con mis colaboradores pido que por favor los apaguen. Debería ser una regla básica de convivencia.
Entre lo público y lo privado
En pareja por segunda vez desde hace más de cinco años, y padre de tres hijos –Martín (30), Daniela (26) y Guadalupe (24)–, Oporto cuenta que para sus hijos había elegido colegios públicos tradicionales, la misma decisión que habían tomado sus padres para él. Estudió en el Leandro N. Alem de Flores, y después en el Instituto Mariano Acosta de Once. Y en 1976, en el Instituto Nacional Joaquín V. Gonzalez, se recibió, con el mejor promedio de su clase, como profesor de Historia. Sin embargo, su gestión como director del colegio Ward, un establecimiento cristiano de Ramos Mejía, provocó un salto de lo público a lo privado en la educación para sus hijos.“Fue complicado hacerlo por mis principios, yo pretendía que todos fueran a un colegio público –admite–. Pero la realidad era que nosotros teníamos una casa ahí dentro (en el predio escolar), muchos amigos de los chicos estaban ahí, y todos los días tenía que sacarlos de ese lugar para llevarlos a otro colegio, que quedaba a cinco cuadras. Además, por ser director me hacían un gran descuento, y eso determinó el cambio”.
–¿El colegio público garantiza una educación mejor y más confiable que el privado?
–No me parece que haya que hacer divisiones tajantes, creyendo que todos los buenos deben ir a un lado y todos los malos, a otro. Hay muchos mitos en torno a eso: que los privados son mejores, que en los públicos se exige más porque los alumnos no pagan…
–Volviendo al tema de la autoridad, ¿cómo te autoevaluás como padre?
–No sé si fui tan bueno, ni sé si me ocupé tanto como debía. Quizás trabajaba mucho y tuve demasiados intereses propios. A veces tener muchos objetivos personales no es lo mejor… Me acuerdo que cuando me pedían ayuda en temas de historia que yo conozco mucho, me apasionaba tanto que los hartaba y huían. Ellos querían respuestas cortas y rápidas, y eso a veces es complicado. De todas formas, me parece que aprender es trabajoso, el conocimiento por momentos puede ser divertido pero no necesariamente debe serlo. No me parece bueno esto de que aprender tiene que ser entretenimiento puro, ni que todos somos amigos y compinches. Los chicos necesitan adultos, tener papá, mamá y docentes que se comporten como tales, y que no sean aliados de ellos. Necesitan que los maestros les marquen los límites y que los padres vayan al colegio y participen, que les pregunten cómo andan, miren el cuaderno y hagan un seguimiento.
–Con tres chicos imagino que alguna vez te llamaron del colegio. ¿Respondiste a la convocatoria?
–Sí, muchas veces, por desobediencias o travesuras y rebeldías del tipo “yo quiero que me explique tal cosa, y si no me dice por qué, no lo hago”. Entonces iba yo o la madre. El cuestionamiento es rico, pero a veces puede convertirse en falta de respeto. Yo creo mucho en los modos: a veces uno tiene razón, pero los malos modos pueden hacerte perder la razón.
–¿Y cuando ibas al colegio cuestionabas las medidas que aplicaban contra tus hijos?
–Reconozco que a veces me daba la sensación de que lo que me decían en el colegio no tenía mucho sustento, pero nunca se los confesé a los chicos. Es lo peor que uno puede hacer. Siempre que exista un conflicto entre un docente y un alumno es mejor darle la razón al docente.
–Y del otro lado, como docente también habrás recibido a padres recelosos y a la defensiva…
–Siempre fui muy severo, y si tenía que poner una mala nota lo hacía. No me preocupaba si después venían a rogarme, se enojaban o me puteaban. Ojo, tampoco disfrutaba haciéndolo, ni me gustan esos profesores que creen que son buenos porque el primer día de clases avisan: “conmigo se va a ir a examen el 90 % de los alumnos”. No es positivo que el chico piense que hay atajos y que hay cosas para hacerlo zafar. Siempre vas a encontrar a un padre que cree que se lleva el mundo por delante, pero hay que pararle el carro y marcarle que en el colegio la autoridad es del maestro. El docente es el que tiene que decir si un alumno sabe o no sabe, nadie más le puede decir la nota que le tiene que poner al chico. Y también es quien debe marcar los límites disciplinarios. Pero hoy el gran problema es que hay una ruptura en la alianza familia y escuela, que es una ligadura necesaria para aprender.
–¿Qué pensás cuando ves colegios “tomados” por los alumnos, algo muy frecuente en el Nacional Buenos Aires?
–No creo que sea un buen método, me parece que siempre hay mejores caminos alternativos para solucionar las cosas que la protesta permanente. Los caminos extremos tienen que darse en situaciones extremas y no ser un primer paso.
–Hablás de la necesidad de recuperar el respeto a la escuela y, en particular, hacia los maestros. Pero ¿qué pasa cuando chicos y padres cuestionan las capacidades de algunos profesionales?
–A los que supuestamente “no saben” hay que cuestionarlos, pero siempre desde el respeto, haciendo planteos serios y con el aprendizaje como meta. Uno tiene que exigir buenos profesores que le exijan a uno ser buen estudiante, y alumnos y docentes tienen que exigir al Estado tener lo básico para poder aprender. Que los docentes cuenten con buenos sueldos es estratégico porque fortalece las vocaciones y la calidad educativa. No puedo hablar de una cifra concreta ya que es muy difícil de medir, pero tienen que ser sueldos que impliquen una perspectiva de progreso.
1 comentario :
Hola soy Wister Martínez trabajo en el tablón sucre Colombia con niños de básica primaria, comencé a trabajar con el edublog “despertar tablonero” hace aproximadamente 2 años, los niños se han convertido en reporteritos y han desarrollado competencias. /tablon2007.blogspot.com/
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