13 mar 2017
El hombre que murió aplastado por una avalancha de libros (y otros objetos)
Por: Alejandro
Gamero
Quisiera
detenerme en la cara menos amable de ese acaparamiento obsesivo compulsivo
centrándome en la historia de Langley Collyer, un hombre que murió en 1947
aplastado por una avalancha de libros. Quienes conozcan a Collyer ?y no es extraño
que así sea porque cualquiera no tiene un síndrome con su nombre? me dirán que
estoy haciendo trampas. Me dirán que Collyer no era lo que se dice un
coleccionista empedernido de libros. Que no padecía esa enfermedad conocida
como bibliomanía, que en japonés se
describe con una palabra tan poética como tsundoku, y que en sus fases más
avanzadas puede recibir el nombre de bibliotafia,
cuando el que la padece llega al extremo de enterrarse con sus libros. Me dirán
que Collyer era acaparador de todo, que también coleccionaba camas plegables,
chatarra, pianos de cola o máquinas de coser. Me dirán que la avalancha que
aplastó a Collyer tenía, además de libros, varias toneladas de periódicos. Con
todo, la historia de Langley Collyer es la historia de lo que la obsesión por
acumular libros -o mucho de cualquier cosa- puede hacer.
Langley
Collyer pertenecía a una familia neoyorkina de clase acomodada. Tras la muerte
de sus padres él y su hermano Homer se quedaron en la vivienda que los haría
célebres, una casa de cuatro pisos en el cruce entre la Quinta Avenida y la
calle 128 en Harlem, Manhattan. En principio el comportamiento de ambos
hermanos no era demasiado excéntrico ?solo lo suficiente?, pero todo cambió en
1933 cuando Homer perdió la vista debido a una hemorragia interna en los ojos.
Langley renunció a todo, incluyendo a su trabajo, para cuidar a su hermano y a
partir de ese momento ambos se fueron retirando del mundo y, a medida que
pasaba el tiempo y la Gran Depresión hacía estragos en Manhattan, los Collyer
fueron evitando salir al mundo y se enclaustraron cada vez más.
La falta
de actividad física y el reumatismo hicieron que Homer quedara impedido, así
que los cuidados de Langley tuvieron que intensificarse. Las excentricidades de
la pareja de hermanos fueron aumentando con los años. Langley, que se negaba a
recurrir a profesionales médicos, estaba convencido de que podía conseguir que
su hermano recuperara la vista y para ello le suministraba una dieta basada en
la ingesta de cien naranjas semanales, supuestamente por los beneficios de la
vitamina C. Pensaba además que cuando Homer recuperara la vista querría ponerse
al día, así que empezó a almacenar libros y periódicos de forma compulsiva. Se
estima que Langley llegó a acumular decenas
de miles de libros y más de doscientos
mil periódicos.
Pero la obsesión por acumular de Langley no se detenía en libros y periódicos.
Comenzó a aventurarse fuera de la casa después de la medianoche para caminar
kilómetros por toda la ciudad en busca de comida, que casi siempre conseguía
rebuscando en las basuras. También empezó a recoger y a llevar a casa todo tipo
de artilugios y materiales de deshecho, que con el tiempo llegaron a cubrirlo
todo.
En 1938
apareció un artículo sobre ellos en The New York Times en el que se
especulaba que el aislamiento de los hermanos podía deberse a que ocultaban
ingentes cantidades de dinero y que temían depositarlo en un banco o que les
robaran. Un rumor, por cierto, más infundado que verdadero, porque aunque
disponían de rentas familiares, con el tiempo se fueron empobreciendo, hasta el
punto en que dejaron de pegar electricidad, agua y gas ?y por tanto se les
cortó?. Sin embargo, como consecuencia del rumor se produjeron varios intentos
de robo en la casa de los Collyer, así que Langley echó mano de sus
conocimientos de ingeniería y construyó con la basura que había en la casa,
sobre todo con cajas y con chatarra, una serie de trampas y un laberíntico
sistema de túneles. A partir de ese momento los hermanos pasaron a vivir en nidos
que se habían fabricado entre los escombros.
Solo en
una ocasión pudo comprobarse el estado en que se encontraba el interior de la
vivienda. Fue en 1942, cuando la Caja de Ahorros Bowery puso en marcha los
trámites para desalojar a los Collyers por no pagar la hipoteca durante tres
años. La policía consiguió abrirse paso rompiendo la puerta principal y lo
primero que se encontró fue una pared de basura apilada hasta el techo.
Langley, que se encontraba en un claro entre los escombros, emitió un cheque por
el importe total de los tres años de hipoteca y los trabajadores se retiraron.
La
siguiente ocasión en la que alguien entró en la casa de los Collyers fue en
1947, debido a la muerte de ambos hermanos. El 21 de marzo de ese año alguno de
los vecinos alertó a la policía de que los hermanos no daban señales de vida
desde hacía bastante tiempo y que el olor a descomposición que salía de la casa
era insoportable. Como la entrada estaba taponada por enormes bloques de
periódicos y toda clase de basura, el equipo de bomberos tuvo que hacer un
agujero en la azotea de la vivienda para entrar por el techo. Después de seis
horas de atravesar angostísimos pasadizos a través de objetos de todo tipo, se
encontró el cuerpo sin vida de Homer, sentado en una silla. El cuerpo de
Langley, que estaba a escasos metros del de Homer, no se pudo localizar hasta
dieciocho días después, bajo una montaña de libros y periódicos. Supuestamente
Langley habría muerto aplastado por un derrumbe -accionado quizá por una de sus
trampas- mientras trataba de acceder al lugar donde se encontraba su hermano
para darle de comer. Homer, sin poder hacer nada, había muerto de inanición.
La policía y los trabajadores quitaron aproximadamente unas 120 toneladas de
escombros y de basura en general. Entre los objetos retirados de la casa se
incluían coches de bebé, un cochecito de muñecas, bicicletas oxidadas, comida
en mal estado, una colección de armas de fuego, lámparas de araña de cristal,
la capota de un coche de caballos, bustos de yeso, órganos humanos en tarros
con vinagre, máquinas de rayos X, ocho gatos vivos, el chasis de un coche,
tapices, relojes, catorce pianos de cola, un clavicordio, dos órganos,
violines, trompetas, acordeones, un gramófono o un esqueleto humano. Y libros,
muchos libros, más de 25.000. Durante una semana miles de personas se agolparon
alrededor de la casa para asistir al espectáculo en que se convirtió la
limpieza de la vivienda.
Tan
extrema se consideró la obsesión acaparadora de Langley que el «síndrome de los hermanos Collyers» se
ha pasado a considerar como un caso extremo y exagerado del síndrome de Diógenes.
Entre los muchos
libros que hablan de la historia de los hermanos Collyers destaca una novelita
titulada Homer y Langley escrita por el norteamericano Edgar Lawrence
Doctorow en 2009 y traducida al español por Miscelánea Editorial.
Un libro
muy recomendable que conviene tener en esa amenazante biblioteca que poco a
poco va creciendo hasta convertirse en algo monstruoso y nos va robando el
espacio vital.
Fuente bibliográfico
GAMERO, ALEJANDRO, 2015. El hombre que murió aplastado por una avalancha de libros (y otros objetos). La piedra de Sísifo [en línea]. [Consulta: 13 marzo 2017]. Disponible en: http://lapiedradesisifo.com/2015/04/23/el-hombre-que-murio-aplastado-por-una-avalancha-de-libros-y-otros-objetos/.
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1 comentario :
Muy curiosa este historia de un diógenes cultural. Gracias a ella he descubierto este blog de libros. Lo seguiré en adelante!
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