15 ago 2009
Bibliotecas
El Viajero sabe que en el mundo existen innumerables bibliotecas. Porque una biblioteca no es por cierto un edificio, sino -como dice su raíz griega- una "caja de libros"; es decir, un lugar donde se guardan y se conservan libros.
Es cierto que en estos tiempos en los que el escáner e Internet alzan al ciberespacio todo lo que puede guardarse en las estanterías, algunos ponen en duda el destino de estos grandes bancos de papel donde se guarda la memoria del mundo. Sin embargo, cuesta admitir que su suerte pueda estar echada. En los últimos años, la creciente curiosidad y la necesidad de abstraerse de tanto destino prefabricado, ha generado una suerte de corriente turística por las grandes bibliotecas del mundo.
Como sabe El Viajero, la biblioteca más grande de que se tenga memoria es la mítica Biblioteca de Alejandría, que aparece mencionada en escritos del año 180 antes de nuestra era. Se dice, y El Viajero no duda, que en su apogeo supo tener unos 700.000 manuscritos, que equivalen aproximadamente a unos 100.000 libros impresos de hoy. Sin la prosapia de aquella biblioteca casi imaginada, la Biblioteca del Congreso (Library of Congress) de Estados Unidos, ubicada en Washington DC, es en el presente la más grande y majestuosa del mundo. Como un gran pulpo, se explaya en tres edificios que reúnen, en conjunto, más de 138 millones de documentos.
Como sabe El Viajero, esa megabiblioteca tiene más de 30 millones de libros en 470 idiomas, más de 61 millones de manuscritos y la colección más grande de libros raros y valiosos. El Viajero encuentra en esa gran biblioteca una joya que sólo degustan los grandes paladares: una de las únicas cuatro copias, en perfecto estado, de la Biblia de Gutenberg. Organizada en veintinueve salas de lectura, El Viajero Ilustrado reconoce que se puede visitar con la atribulada resignación de aquel que sabe que apenas podrá espiar una minúscula porción de un patrimonio virtualmente inabarcable.
Como los grandes museos -y El Viajero piensa en el Palazzo degli Uffizi, en el Musée du Louvre o en el Museo Nacional del Prado-, las grandes bibliotecas también ofrecen una pálida muestra de lo que atesoran, y no es porque no quieran, sino simplemente porque sería imposible.
Gran parte de los países occidentales tiene su biblioteca nacional y en la mayoría de los casos, son lugares dignos de visitar. La grandiosidad de sus edificios, antiguos o modernos, y los tesoros bibliográficos bien merecen un día ilustrado.
Además de la mencionada, sobresalen la Nacional de España y claro está, la Biblioteca Nacional de Francia, una de las más grandes del mundo. El Viajero no olvida la Biblioteca Nacional de la Argentina, y su imponente edificio en pleno barrio de Recoleta.
La legendaria Biblioteca Británica, creada en el siglo XVIII, actualmente funciona en su propio y deslumbrante edificio en St Pancras, 96 Euston Road, donde la modernidad ha desplazado a la tradición, pero la comodidad y la belleza siguen siendo primordiales. The London Library atesora libros, mapas, periódicos, partituras, patentes, manuscritos y sellos. Tiene 625 kilómetros de estanterías que crecen 12 kilómetros cada año. El Viajero intenta, cada vez que puede, escudriñar en un cuaderno de notas de Leonardo da Vinci, en algún manuscrito de Jane Austen, o espiar alguna partitura original de Händel o de The Beatles.
Pero claro, hay bibliotecas que por antigüedad y despliegue resultan insoslayables. La Biblioteca Nacional de China (NLC) tiene 2,6 millones de libros antiguos clásicos. Gracias a la tecnología, El Viajero sabe que hoy, Internet, permite ver esos documentos.
Menos conocidas pero sobrecogedoras son las Biblioteca Coránica de Chinguetti, en Mauritania, o la sobria grandiosidad de la Bibliothèque de Alençon, en Francia. Y El Viajero no puede olvidar la biblioteca mexicana José Vasconcelos, con sus magníficos jardines; ni claro, las grandes bibliotecas universitarias de Estados Unidos. Sobre todo, la de la Universidad de Harvard, considerada una megabiblioteca de más de 15 millones de volúmenes.
La cantidad no hace a la calidad, pero tal reservorio de inteligencia reducen a El Viajero a una pequeñez conmovedora y en esas salas espaciosas sólo le parece escuchar el eco de aquellos versos de Borges que dicen: Lento en mi sombra, la penumbra hueca / Exploro con el báculo indeciso, / Yo, que me figuraba el Paraíso / Bajo la especie de una biblioteca.
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