En la Edad Media pocas personas sabían leer y accedían a los libros. En los conventos surgió la lectura silenciosa, interna. Esa innovación, ¿qué proyección tuvo?
Fue muy importante porque instaló los gestos intelectuales del trabajo con los libros que se mantienen hasta hoy. Pero si bien instaló la lectura mental, moderna y muy rápida, hay una diferencia fundamental con la manera de leer actual: en el medioevo, leer era memorizar íntegramente los textos fundamentales, mientras que hoy lo que esperamos de la lectura mental es la extracción de las informaciones principales de un texto y no su memorización literal. Durante siglos se enseñó a los niños que leer era fijar la memoria literal de un texto. Y los saberes que eran considerados fundamentales para los niños eran los religiosos, los cuales son leídos, repetidos, cantados, recitados. El lugar donde hoy podemos encontrar este estilo de lectura es la poesía. La lectura de poesía nos da una idea de lo que era la lectura en la Edad Media.
La minoritaria lectura de poesía en parte parece tener que ver con la falta de lectura en voz alta.
¿Es una pérdida irremediable?
No. Felizmente existen los cantantes. El lugar donde nos vemos obligados a pensar la relación entre la voz y el texto son las canciones. En el espectáculo, también en la ópera, esa cuestión de la relación entre la voz y el texto no es algo residual. En la publicidad y en los medios modernos se integran imagen, texto y voz. Pienso que los medios audiovisuales, con las revoluciones de la imagen y el sonido, restituyeron a nuestra vida de lectores una tradición de lectura en voz alta que muestra que nuestra memoria fija las cosas con más fuerza cuando lee con todos nuestros sentidos, con la imagen, el texto y la voz.
Sin embargo, la "Galaxia Gutenberg", centrada en el libro, parece desplazada por la imagen.
La "Galaxia Gutenberg" perdió el mundo de la imagen y del color para entrar en un mundo en blanco y negro, un mundo gris. Ese descubrimiento extraordinario de la modernidad -la imprenta- en parte suprimió la riqueza de la tradición medieval que vinculaba imagen de color y texto. En la modernidad, la introducción de imágenes en el texto exigió un largo tiempo de trabajo tecnológico hasta llegar a insertar viñetas, pequeñas láminas en el interior de los libros. En la actualidad, reencontramos la riqueza estética medieval en textos que incluyen imágenes en color. La novedad es el sonido. Texto, imagen, color y sonido están conectados en los nuevos soportes tecnológicos.
Pero es problemática la comprensión de las imágenes.
El procesamiento de la imagen no es secuencial o lineal, como lo es el procesamiento del texto escrito, y hay interacciones entre las imágenes y el texto que no son fáciles de analizar. No hay un procedimiento de lectura de imágenes que pueda enseñarse como se enseña la alfabetización.
Siento preocupación cuando se habla de leer imágenes o situaciones, como si la lectura fuera el paradigma de todo entendimiento. Es una metáfora: no se leen las imágenes, las imágenes se comprenden, se analizan, se perciben, se sienten. Decir que las leemos es una manera de hablar que obstaculiza. Las imágenes funcionan de la misma manera en diferentes culturas, y niños que no hablan el mismo idioma pueden comprender la misma imagen. Hay fenómenos que son específicos de la imagen. Yo puedo leer un libro del siglo XVIII con el sentimiento de que hay una continuidad entre esa escritura y la actual. Pero la forma en que están ilustrados los libros del siglo XVIII no tiene nada que ver con la ilustración de los libros actuales. Para la educación esto es un problema porque no hay tradición en la escuela de una cultura de la imagen que no sea una ilustración de lo escrito. En la escuela primero está lo escrito y la imagen aparece como un complemento para adornar, mientras que en la vida no es así.
¿Sólo esa función cumple la ilustración en los libros escolares?
Hay una evolución desde fines del siglo XIX, con la creación de la escuela republicana -con Sarmiento, aquí en Argentina, y Jules Ferry en Francia; la historia de la creación de la escuela republicana en Argentina y en Francia se parece mucho. En ella, lo prioritario es el texto y las imágenes están para fijar la memoria, utilizando también la emoción en la representación de los próceres de la patria. El libro de Héctor Rubén Cucuzza "Yo, argentino. La construcción de la Nación en los libros escolares (1873-1930)" muestra que ante los próceres que marcaron la historia -que es como la historia de los santos que marcaron la historia de la Iglesia- hay un relato mítico que necesita imágenes, porque ellas fijan la representación de los héroes que jalonan el relato del texto.
También los textos de ciencias tienen imágenes.
Pero es distinta la ilustración de esos libros escolares que quieren dar una idea del discurso científico con lecciones sobre el agua, el aire o la circulación de la sangre. Se ilustran con esquemas. Los chicos tienen que reproducir el esquema de circulación de la sangre, por ejemplo, mientras que no se les pide que dibujen al prócer. Hay una introducción al gesto científico de representación abstracta de la realidad, la que parece aportar una verdad invisible. En libros escolares muy simples aparece la representación de la variedad de los discursos que existen en el mundo científico. En geografía es el mapa, y en la escuela cada disciplina científica está marcada por un tipo de uso diferente de la articulación imagen-texto. La alianza imagen-texto funciona como un indicador disciplinario, y los chicos saben de inmediato, al abrir un libro, en qué disciplina están, aunque no sepan leer. La escuela encontró un medio muy eficaz para darles a los niños una clasificación de los saberes.
¿Hoy los chicos no se entusiasman con la lectura?
Parece que no, pero tampoco en el pasado, ¿no cree? En definitiva, habría que probar que la lectura no entusiasma a los chicos hoy y que los entusiasmaba ayer. No hay que mezclar los recuerdos nostálgicos de los amantes de los libros con la realidad de la generación anterior. Yo no tengo la sensación de que en la generación de mi abuela había entusiasmo por los libros. Existía mucha desconfianza respecto de los libros y cuando a las chicas les gustaba leer, se pensaba que eran malas amas de casa y madres y que perdían el tiempo. Había desconfianza hacia los libros en los sectores populares; los consideraban pasatiempo de ricos. Y la mayoría de la gente no leía, salvo el diario para saber las noticias locales y quiénes habían muerto, pero no se tenía la idea de que a uno le faltaba algo cuando no leía. Esto se ha olvidado. Se tiende a reconstruir el pasado con la cultura de las clases medias, que son las clases que enseñan.
La extensión de la alfabetización, ¿generó más lectores?
Se esperaba, con la generalización de la alfabetización y de los estudios prolongados, un aumento del número de personas que irían a bibliotecas, comprarían libros y leerían. Cuando eso se volvió posible -con los libros de bolsillo y los diarios accesibles- llegó la revolución tecnológica de la televisión y después Internet.
¿Y qué puede hacer la escuela en esa batalla?
La escuela está tironeada por dos objetivos: existe para desarrollar una cultura general, científica y literaria, pero debe preparar a los chicos para el mercado de trabajo, algo que nunca antes había tenido que asumir. La cuestión del mercado laboral dependía de una formación profesional o de la demanda local, pero no era rol de la escuela preparar a los niños para oficios, simplemente porque la mayoría de los oficios no requería saber leer. En la actualidad, todos los oficios, aun los de bajo nivel de calificación, exigen el conocimiento de la lectura y la escritura. Un ejemplo: en los hoteles Accor, una cadena internacional, el personal de limpieza tiene un protocolo de 40 ítems para verificar. Cada vez que entran en una habitación, deben ver si funciona la luz, etc. Es una lista escrita y se debe tachar con una cruz. Una mujer que no sabe leer y escribir no puede ser mucama. Eso era impensable antes, cuando para las tareas manuales se requería fuerza de trabajo, no competencia de lectura.
¿Cómo afecta esto a los maestros?
Los docentes no desean quedar sometidos a la demanda económica, pero saben que los chicos vienen a la escuela también con una expectativa de inserción social y de éxito en el mercado laboral. Esos imperativos económicos pesan y, como consecuencia, los imperativos culturales de la escuela quedan un poco como de lujo. Se duda: "¿Es necesaria la poesía en la escuela?" Esto trae un problema de identidad cultural en los docentes porque no eligieron la profesión con esa perspectiva.
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