Octavi Pereña
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¿Cuál es el objetivo principal de la palabra impresa? Su primera función es estimular a pensar. Si no despierta y excita al intelecto para ejercer las funciones para las que Dios lo ha diseñado, ¿qué interés puede tener un escrito periodístico o un libro premiado con uno de los muchos galardones que se conceden con finalidades económicas? Un libro o un escrito que no hace pensar no es nada más que un barbitúrico que adormece la mente sometiéndola a cualquier tipo de influencia por su inactividad ya que destruye el sentido crítico que debe tener. Los libros y escritos mediocres que no dicen nada que estimule la actividad intelectual se deben evitar por perniciosos, contribuyen a su deterioro. Diariamente salen de las imprentas toneladas de papel impreso en forma de libros, periódicos y panfletos. No nos engañemos. No todo lo que se imprime, aún cuando lleve la firma de «ilustres» escritores puestos en el pedestal de la fama por intereses de dudosa reputación, es literatura que haga pensar. Con la proliferación de la palabra impresa se difunde mucha literatura basura que contribuye a agravar la apatía mental tan extendida hoy con la universalización del entretenimiento televisivo. Cada año, por la Fiesta del Libro, se lanzan al mercado ingentes cantidades de papel impreso que mejor hubiera sido haber conservado en su estado original la materia prima que preserva el medio ambiente de erosión y purifica la atmósfera de la polución asesina creada por el hombre. Jonathan Swift tiene una frase muy suculenta: “Ahora ensayo un experimento muy frecuente entre los autores modernos, es decir, escribir sobre nada”. Swift vivió en el siglo XVII. Si en aquella época ya se daba el modernismo aletargador cuando no era tan fácil propagar literatura que produce parálisis mental, ¿cómo no debe haberse propagado hoy esta enfermedad cuando la técnica lo permite hacer con mayor facilidad y a menor coste? Siempre ha habido un flujo constante de ideas expresadas por otras personas que paralizan nuestra actividad mental y restringen nuestra iniciativa creadora. Cicerón, político romano y eminente orador escribió hace veintidós siglos: “Estos son tiempos malos. Los hijos dejan de obedecer a los padres y todo el mundo escribe libros”. En verdad Cicerón escribió esta cita para todos los tiempos. Dejando a un lado a los hijos que en estos momentos no importan, “todo el mundo escribe libros” que revelan la necedad de sus autores. Políticos incompetentes. Presentadores de televisión engreídos. Astros y estrellas del bla, bla, bla. Todos ellos se atreven a poner por escrito el vacío mental que guardan sus cerebros. Joan Fuster afirmó:”El libro que lo es de verdad plantea problemas, informa de problemas, intenta exponer soluciones a problemas”. Libros de esta índoles que exponen los problemas que verdaderamente nos importan y que intentan dar soluciones honestas a los mismos, no abundan. Podríamos aplicar al caso de la literatura lo que Diógenes hacía con los hombres. Al preguntársele al filósofo griego por qué iba por la calle con un candil encendido a plena luz del sol, respondió: “Busco un hombre”. Con un potente foco encendido hemos de examinar la literatura que intenta ponerse a nuestro alcance para eliminar toda aquella que sirva para adormecer nuestra actividad mental. Don Quijote, de entre los muchos libros de caballería que circulaban en su tiempo escogió a unos pocos títulos para conservarlos en su biblioteca privada. El resto los condenó a la hoguera para ser pasto de las llamas. El famoso Hidalgo, cuerdo en su locura, sabía discernir entre la buena y la mala literatura de caballería. En términos bíblicos poseía el “don de discernimiento”. Don , regalo de Dios que necesitamos recibir para saber escoger de entre la abundante masa de papel impreso que se pone ante nuestros ojos. Saber seleccionar lo que leemos es esencial para nuestra salud mental y para nuestro comportamiento ético. Según sea el alimento que le administremos a la mente, así será nuestro proceder. |
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