27 jun 2008

Libros, libradnos

ANTONIO GARCÍA BARBEITO

CUANDO un político dice una barbaridad, lo malo no es que la diga, es que todo el tiempo que estuvo pensándola lo pagamos nosotros. Y por si fuera poco, también pagamos las consecuencias. Anuncian desde el Gobierno que van a congelarles los sueldos a los altos cargos, y yo me conformaría con que les congelaran a algunos sus ideas, por ejemplo, a la señora ministra de Igualdad.

La señora ministra, que siga ganando lo que gana con sus correspondientes subidas, pero que no piense, por favor, que no invente, que no innove, que no ponga a parir a su mente. Damos por bueno que cobre lo que cobra y, si hace falta, que le mejoren el sueldo todo lo que puedan, pero nada más. Algunos salen más barato si cobran y no hacen nada.

Esto es como un mal trato en el que nos interesa más perder lo que teníamos dado a cuenta que seguir pagando hasta el final. No satisfecha con haber parido «miembra», se queda preñada en la cuarentena y anuncia parto de bibliotecología, y parirá libros intonsos, incunables y aun palimpsestos, siempre, claro está, que los hayan escrito mujeres y que sólo los lean mujeres. De aquí a nada, las bibliotecas según Aído serán como los aseos públicos, con una puerta para las mujeres y otra para los hombres.

Pues, nada, ya puestos, y dada la efervescencia, ya puede la señora ministra ir pensando (¡No, por Dios, me he equivocado: que no piense!) en habilitar bibliotecas para homosexuales, con libros escritos por homosexuales que cuenten historias homosexuales. Y ya mismo, dado el aluvión, otras para transexuales de autores transexuales que cuenten cómo pasaron de una vera a la otra. Esto es lo que pudiera llamarse hacerse la picha un lío.
Con la idea de las bibliotecas de la señora ministra puede pasar, aproximadamente, lo que ocurrió con la fiebre de las Casas de la Cultura, que llegó la democracia y empezaron a salir gritos -sobre todo de la izquierda- pidiendo cultura y cultura y cultura, y se dedicaron a abrir los cimientos para levantar casas cuando a lo que tenían que haberse dedicado era a diseñar los cimientos de la cultura, pero, claro, eso llevaba más tiempo y no podían cortarse pronto cintas de inauguración. Pasó la fiebre, que fue una fiebre que no llegó ni a destemplanza, y ya ven. Así están algunas casas de la cultura, que no terminan de cuadra porque nadie ha metido todavía el primer mulo... cuadrúpedo.

Cuando alguien se pone en este plan de igualdad que tiene la ministra, mira una escalera y acaba desbaratando el rellano para construir cuatro escalones. ¿Usted conoce el método de desigualar igualando? Pues la ministra nos da ejemplos desde que empezó a parir «igualdades». La ministra está como un viejo barbero que conocí, que cuando iba terminando el pelado se ponía con la navaja a igualar los arquillos del pelo por encima de las orejas y subía el izquierdo, miraba de frente y corregía el derecho subiéndolo otro poco, y así con uno y con otro y acababa dejándote dos alcantarillas. Pues esta señora, lo mismo: se pone a querer igualar y se va a quedar sin gentes. Antes que habilitar bibliotecas para mujeres, que se dedique a saber cuántas bibliotecas están sin terminar -¿desde cuándo, Señor?- en manos de alcaldes y alcaldesas socialistas, sin salir de pueblos de su querida Andalucía. Y cuántas están sin libros, y cuántas sin acondicionar, y cuántas sin vida bibliófila. Bibliotecas que nadie acaba, mientras no hay año que a las ferias del sur les falte un alfiler. ¿Bibliotecas para hombres y bibliotecas para mujeres? Pues, dados a la igualdad, que su Ministerio lo lleven entre ella y un señor. Desde luego... Aquí siempre fue muy serio el trato con la tontura. Hoy la visten de cultura y le dan un Ministerio...

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